Opinión

Nosotros, los de la cuadra

“Qué época aquella, todos terminando colegio o empezando la universidad. Con sueños por cumplir, con amores que iban y venían. Pero nosotros, los de la cuadra, siempre estábamos unidos”.

Por: Mayra Gabriel.

Siempre tengo en mi corazón aquella cuadra de la segunda avenida donde crecí junto con mis papás, mis tres hermanos y, no digamos, todos los vecinos de la misma, que nos convertimos en una gran familia, nosotros, los de la cuadra. Hasta la fecha seguimos unidos comunicándonos, con nuestro chat de WhatsApp: “Los de la cuadra”.

Nosotros, los de la cuadra, por lo menos los de mi familia, empezamos allí en 1956. Cuando me bautizaron a mí, bendijeron también la casa. La nuestra fue una de las primeras en el área, pero en pocos años ya había más familias construyendo y viviendo allí. Unidos todos y cada quien con sus alegrías y penas.

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Nuestro día oficial de aventura era el 7 de diciembre, cuando todos juntos celebrábamos la tradicional Quema del Diablo. Nuestra cuadra era famosa por eso y por muchas cosas más.

Para el terremoto de 1976, de 7.5 grados de magnitud, que sacudió a nuestra Guatemala, ya no éramos tan niños, pero igual nos sentíamos como tales. La adolescencia nos hacía tener los miedos respectivos y la emoción de estar durmiendo fuera de nuestras casas, ya que hicimos una especie de club entre dos camiones unidos en su parte de atrás.

Es increíble que yo era una de las más miedosas en el grupo, quién lo diría hoy. Siempre tenía que entrar acompañada a la casa, cuando iba al baño o a bañarme, no era tanto el movimiento como el ruido de las puertas y ventanas lo que me asustaba. Fueron miedos que superé, pues aprendí, en el caminar de la vida, que todo está en la mente y, además, el miedo es supercobarde porque, cuando uno lo enfrenta, desaparece.

Qué época aquella, todos terminando colegio o empezando la universidad. Con sueños por cumplir, con amores que iban y venían. Pero nosotros, los de la cuadra, siempre estábamos unidos. Mi mamá hizo de nuestra casa el punto de unión, siempre estaba llena. Éramos cuatro hijos, así que había para escoger, tanto entre los amigos de la cuadra como los compañeros del colegio, los de la U o los del deporte. Incluso, la entrada de nuestra casa era la portería cuando los patojos jugaban fut.

Después de más de 60 años que han pasado, la pandemia que nos ha alborotado la vida y lo que nos ha tocado reconstruirnos, puedo recordar a muchos de esos grandes papás que nos acompañaban y que la mayoría de ellos ya no está con nosotros; también a nuestros amigos de la cuadra que ya hicieron su transición al más allá. Entre los que todavía estamos por este mundo terrenal revoloteando, hay algunos patojos de la cuadra que regresaron a vivir con su nueva familia a sus casas de cuando eran chiquitos.

Esos sueños y objetivos que teníamos cuando vivíamos a los 20 años, ya los cumplimos y seguro los rebasamos. La vida nos dio muchas oportunidades y tropiezos, pero cada quien en lo suyo fue saliendo y multiplicando su familia. Tuvimos que enfrentarnos a momentos duros, como la partida inesperada de José Raúl o la enfermedad de Fernando. O aquellos encuentros con personas que no conocían el bien, cuando hacíamos excursiones a los barrancos de lo que hoy es La Cañada. El chiflido de la doña llamando a sus hijas, los paseos en cicle o las caminatas que hacíamos en los techos. Los balinazos que tenían la picardía de hacer a las luces de Navidad los luciferes, como les llamaba mi mamá. La compra de helados cuando oíamos la campanita de aquellas carretillas de Helados Foremost, especialmente la de Santos Martín que visitaba con más frecuencia nuestra cuadra. En fin, recuerdos que hoy nos dan alegría y nostalgia al corazón.

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