Las sesiones en línea por Zoom, los mensajes de WhatsApp, el seguimiento al trabajo a través de correos electrónicos y las videollamadas se han convertido, entre otros aspectos, en el día a día de muchas personas. Un cambio que en muchos países ya se había adoptado desde hace varios años. Ejemplos como España e incluso algunos más cercanos como Perú, Costa Rica y más recientemente El Salvador, muestran que la dinámica del trabajo en lo público y privado se está transformando.
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Sin embargo, hay países como el nuestro en donde este tipo de modalidades laborales ha enfrentado mucha resistencia. La desconfianza, la débil infraestructura tecnológica, una cultura presencial de trabajo fuertemente arraigada, el desconocimiento de los beneficios y las oportunidades que esta modalidad brinda, no solo para ser más eficientes y eficaces, sino también para mejorar la calidad de vida de los trabajadores, son algunos de los aspectos que debemos discutir.
Los desafíos, desde mi perspectiva, están en varias dimensiones. Una de ellas, la fundamental, es contar con una legislación específica que regule este tipo de relación. La realidad está sobrepasando a la normativa y en muchos lugares de trabajo se está adoptando esta modalidad, pero en alguna medida, con muchos riesgos, porque existen vacíos que pueden desproteger tanto a los trabajadores como a los patronos.
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Muchos de los casos se desarrollan en el marco de la confianza y la buena fe, que son aspectos fundamentales para el éxito de esta modalidad de trabajo. Sin embargo, hay algunas experiencias que refuerzan la necesidad de contar con una legislación que defina reglas claras. En este caso se puede resaltar, por ejemplo, que no se respetan los horarios laborales. La sensación es que con el teletrabajo las jornadas laborales son más extensas de lo que eran en modalidad presencial. O bien, que las personas trabajan menos y no cumplen con sus responsabilidades.
Por otro lado, está el desafío para que los actores involucrados se adapten a las condiciones y tengan la voluntad para implementar, en ausencia de la normativa, este tipo de modalidad. Ahí es donde juegan aspectos importantes, como la confianza y la buena fe, entre todas las partes. Que prevalezca el respeto y el compromiso para cumplir con los propósitos y las metas.
La estructura tecnológica y el equipo son otros aspectos en los que también se debe reflexionar. Las instituciones públicas, empresas y empleados deben asegurarse contar con la infraestructura necesaria para acceder a servicios tecnológicos que les permitan cumplir con las responsabilidades. En muchos casos eso se convierte en una seria limitante porque no en todo el país se dispone de esas condiciones. También se debe contar con las herramientas y dispositivos electrónicos necesarios y pertinentes.
De igual manera, este cambio implica una transformación profunda a la forma en que trabajamos. Disposición y voluntad para diseñar planificaciones y programas que permitan organizar las actividades, establecer metas, determinar mecanismos de entrega y seguimiento, y alcanzar los resultados. Ahí tenemos desafíos porque eso implica cambios en la cultura organizacional y laboral, tanto en la esfera pública como en la privada.
Por otro lado, también está la perspectiva de los beneficios y la reducción de costos que esto implica tanto para la parte trabajadora como para la patronal. Identificar cómo estos aspectos pueden ser aprovechados, no solo desde la eficiencia y la eficacia, sino también para mejorar la calidad de vida de las personas, se convierte en una valiosa oportunidad.
Sin duda, hay muchos aspectos que tenemos que discutir e implementar para que el teletrabajo sea una opción real para mejorar las condiciones laborales de los trabajadores, así como para que las empresas sean más productivas, eficientes y eficaces. La adopción de esta modalidad puede ser un gana y gana si tomamos las decisiones y acciones correctas.