Opinión

Extraño, no extraño

"Extraño muchos aspectos de la vida previa a la pandemia. Desde la libertad de ir por la calle sin mascarilla, hasta la posibilidad de visitar a un enfermo en el hospital."

Extraño a mis amigos. Reunirme con ellos en el happy hour de Stoli para carcajearnos con las bromas de siempre. Hablar de política o de futbol, y disentir con pasión. Desafinar juntos al hacerle coro a Queen, en una de esas canciones que oíamos desde la adolescencia.

No extraño el tráfico. Tal vez porque de algún modo sigue ahí. Pero resulta curioso que, durante los días más aburridos del confinamiento, llegara a considerarlo un “mal menor”. Como si se tratara de un personaje latoso, pero necesario, en el libreto de lo que hoy vemos como tiempos mejores.

Extraño los restaurantes. Aunque ahora que abrieron no sienta deseos de ir a ninguno. Es contradictorio. No es lo mismo pedir a domicilio, por agradable que sea comer en casa. Porque falta el ambiente que cada lugar irradia. El bazar humano, sea en el bullicio o en la quietud. La vitalidad colectiva.

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No extraño los centros comerciales. Aunque admito que solía frecuentar algunos antes de la pandemia. Eran el paseo que se combinaba con las vueltas de rigor, como ir al banco, adonde ya no voy. O ver algún libro que ahora compro en línea. O merodear por las vitrinas para regularmente seguir de largo. Consumir no me enloquece. Pero de vez en cuando uno precisa de algo. Un regalo, por ejemplo. Y supervisar como lo empacan, sin pantallas de por medio. Baby boomer, al fin. Anticuado. Ser humano nacido en el siglo XX.

“Extraño muchos aspectos de la vida previa a la pandemia. Desde la libertad de ir por la calle sin mascarilla, hasta la posibilidad de visitar a un enfermo en el hospital.”

Extraño mi oficina. Verle la cara a mis colegas. Bromear con ellos. Conversar durante las pausas. Nutrirme de la adrenalina del equipo. Echo de menos sentir que mi casa y mi trabajo son dos sitios diferentes, aunque antes siempre destinara tareas laborales para las altas horas de la noche en la soledad de mi habitación.

No extraño la vida social de los cocteles por compromiso. Mucho menos usar corbata. Por mi parte, podría vestirme de jeans el resto de mis días. Ver gente me estresa. Pero no disponer de la posibilidad de tomarme libremente un café con personas interesantes me frustra. Es otra de mis contradicciones.

Extraño los viernes por la noche. No me disfruto igual una cerveza por zoom que en la compañía perfecta de la complicidad cercana. Salir no es mi fuerte, pero soy un agradecido radar de la colorida energía que conlleva el cierre de la semana. Cada día tiene su propia personalidad. Y eso de vivir un tanto ajeno a si es martes o si es jueves no deja de ser desconcertante. Peor si se está desempleado. De cualquier modo, impera una cierta confusión en el manejo actual del calendario.

No extraño la depredación cotidiana de la violencia callejera. Aunque ya esté ensayando cómo regresar. Me impactó la noticia de que los extorsionistas ya se comunicaron con los empresarios del transporte para advertirles que volverán a cobrarles cuando reanuden operaciones. Rudo panorama el que pintan con esas llamadas. Rudo y desolador. Como era antes. Como es ahora. Como siempre será.

“No extraño la frivolidad que nos corroe con su etiqueta inmoral, repleta de exclusiones y de indiferencias. No es nueva la desigualdad”.

Extraño muchos aspectos de la vida previa a la pandemia. Desde la libertad de ir por la calle sin mascarilla, hasta la posibilidad de visitar a un enfermo en el hospital. Incluso el triste momento de dar pésames me hace falta cuando quiero acompañar a alguien en su dolor más inmenso. Extraño cotizar un posible viaje. Revisar las ofertas de vuelos y hoteles. Imaginar destinos nuevos o conocidos. Caminar por La Antigua. Tantas cosas.

No extraño la frivolidad que nos corroe con su etiqueta inmoral, repleta de exclusiones y de indiferencias. No es nueva la desigualdad. Ni el descaro de las mafias. Ni las alianzas estratégicas entre truhanes de cuello blanco y criminales de cuello sucio. Y detesto afirmarlo desde mi propia frivolidad, que abomino tanto, pero que revelo íntegra en este frívolo escrito.

Tampoco echo de menos la manera irracional de irrespetar al planeta. La crueldad ambiental. Los infames desmanes del poder. Y no me hacen falta, porque nunca se han ido. Hay descaros recientes que son repugnantes. A eso me refiero.

Extraño, no extraño. Me hace falta, no me hace. Echo de menos y no. Deshojar la margarita de la incertidumbre. He ahí el meollo del diario vivir en estos ásperos tiempos. Y también del diario morir.

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