Opinión

NO PUEDE SER ABRUPTO

Cuesta entender lo que dice el presidente Giammattei en cuanto a aprender a vivir con el virus. Aunque sus palabras sean tan claras. Curiosamente, no es el fondo lo que confunde. Es la forma. Lo cual, en política, equivale a lo mismo. “Solo hay dos caminos: o nos da o nos salvamos de que nos dé”. Es la lógica de la obviedad. La capitulación frente a lo insólito. Una notificación tan descarnadamente improvisada que, por cierta que sea, resulta -como mínimo- impropia para un jefe de Estado. Y lo es incluso en circunstancias de excesivo estrés como las que todos padecemos por la Covid-19. Comprendo que nadie estaba preparado para esto. Y coincido con la idea de que es inevitable pensar en seguir adelante, aun y cuando no haya vacuna a la vista.

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Es de tal magnitud la ocurrencia presidencial, dicha así, que no descarto que la primera parte de esta columna deje de tener vigencia hoy mismo. Que el mandatario, consciente del alcance de sus palabras, conceda una entrevista y diga, ya con cierta estructura, que su decisión de abrir la economía no se reduce a un simple “sálvese quien pueda”. Que existe un plan. Que los protocolos diseñados brindan por lo menos un hálito de orientación para que esta pandemia no sea un ritual dantesco. De hecho, ya lo dijo. Pero en tiempos de redes sociales, la tendencia marca la opinión pública. Y la tendencia no suele estar verificada ni puesta en contexto. He ahí el error de comunicación. He ahí la confusión innecesaria.

Es evidente que no podemos quedarnos encerrados de por vida. Y estoy convencido de que, a pesar del revuelo creado por algunas de las declaraciones del mandatario, no habrá un regreso abrupto y kamikaze hacia la antigua normalidad. La “desescalada” será gradual. Y se regirá por algún concepto epidemiológico. No hay otra manera.

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“Insisto: No veo por dónde pueda abrirse la economía sin aplanar antes la curva de contagios. Confío en que el domingo, si no es que antes, explique detalladamente que el regreso será paulatino y ordenando”.

Por más que nos ilusione volver a las libertades de las que gozábamos apenas en febrero, los negocios vinculados con las aglomeraciones, por reducidas que estas sean, tendrán que esperar que los vientos soplen a su favor, sin tanto miedo en el ambiente. Al turismo, al futbol y a los conciertos les queda todavía un largo trecho por recorrer. Y salvo que limiten drásticamente sus aforos, las iglesias deberían mantenerse cerradas mientras el contagio sea tan agresivo como lo han revelado las cifras recientes. Es solo cuestión de hacer números.

Si estamos en 25 mil casos hoy y calculamos que, siendo optimistas, sumaremos 700 diarios durante el próximo mes, el 9 de agosto habrá 20 mil infectados más en Guatemala. No quiero imaginarme el cisma en los hospitales y en los cementerios que ello traerá consigo.

Es cierto: Habrá pacientes recuperados y otros asintomáticos. Pero igual, el descontrol que se avecina es inevitable. Sabiéndolo, fue un error crear la imagen de que estábamos gestionando la pandemia a las mil maravillas. Una imagen tan poco sostenible, digo. Porque el colapso y el caos eran predecibles, partiendo de la experiencia de países mucho más preparados que nosotros en su sistema de salud.

Insisto: No veo por dónde pueda abrirse la economía sin aplanar antes la curva de contagios. Eso lo sabe el presidente Giammattei. Confío en que el domingo, si no es que antes, explique detalladamente que el regreso será paulatino y ordenando. Aunque ya estemos hartos de tanto encierro o desesperados por no poder pagar las cuentas. De verdad, sería una pena que, de las molestas pero ineludibles restricciones, pasemos de golpe a un simple “sálvese quien pueda”. No creo que eso suceda. No lo veo viable.

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