Oigo mi ventana asediada por el viento. Hace frío. No necesito ver el cielo para saber que está nublado. La lluvia no tarda en llegar. Las precipitaciones nos precipitan hacia el precipicio. Con “Amanda” o con “Cristóbal”. O con Covid. No importa el nombre de la angustia. El temporal inclemente de hoy va de la mano con las inclemencias intemporales de siempre. Como en un relato de horror. No se ha detenido el mundo, solo se cae a pedazos. Si no se sucumbe por la enfermedad, el síncope vendrá por la crisis económica. O por algún hecho aislado que estremezca nuestras entrañas, tan común como un asalto callejero o tan despreciable como un saqueo descarado en algún desmán de corrupción.
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Veo imágenes de las protestas contra la brutalidad policial que incendian hoy a Estados Unidos. La trágica muerte del ciudadano George Floyd, inmovilizado por la rodilla despiadada del agente Derek Chauvin es el origen de la revuelta. Todos lo sabemos. Y me llama mucho la atención el giro que le da esta salvajada a las noticias internacionales, en medio de una cruel pandemia. Un giro que nos recuerda que la vida sigue, y que el colapso sufrido en miles de hospitales del planeta y los más de 380 mil decesos por coronavirus pueden esperar, cuando el enfado colma el vaso de los rencores acumulados. Ocurre allá, pero también podría suceder aquí. Le pasa a Pedro, pero Juan debería tomar nota. El país vive la angustia de los contagios en aumento.
Mientras escribo, empieza la cadena presidencial. Veinte muertos. La jornada más funesta hasta ahora. Presiento que vendrán otras similares e incluso peores. No se precisa ser genio para saberlo. Pregúntenle a Italia o a España. O al Brasil de Bolsonaro. Pero no se molesten en indagar a la Nicaragua de Ortega: Allá no hay quien informe. Sería perder el tiempo formular interrogantes en esa nocturnidad tan diurna. Sigo viendo la cadena. Se menciona que, para evitar contagiarnos, debemos lavarnos las manos como si hubiésemos pelado un chile jalapeño y ahora quisiéramos frotarnos los ojos.
Reviso una interesante entrevista que Publinews le hizo al doctor Edwin Asturias, nuevo secretario ejecutivo de la Coprecovid. Cito al médico de manera textual: “Si forzamos la reapertura, habrá un momento en que la misma población sentirá su propia familia en riesgo y se confinará por miedo”. Lo cual sería el desastre. Un desastre humano, digo. Pero también económico.
Y a partir de eso viene mi recomendación: No estamos para arrebatos ideológicos destructivos ni para frivolidades en el manejo del poder. Me parece insultante que sectores a los que jamás les preocupó la pobreza vengan hoy a utilizar imágenes de la precariedad permanente del país para justificar un movimiento que, a todas luces, promueve sus intereses y no los de las mayorías. Asimismo, me inquieta que haya tantos catastrofistas incansables que predicen las desgracias, no con la intención de evitarlas, sino con el oculto deseo de que se den solo para poder proclamar después lo acertado de su vaticinio. Paralelo a lo anterior, quienes ocupan los puestos en el Estado no pueden darse el nefasto lujo de exagerar en sus resbalones y sus desaciertos. Informar con exactitud y transparencia no es difícil si hay voluntad. Y eso mantiene la moral del pueblo, por duros que sean los datos. Y además previene, en lo posible, que un incidente ajeno a la emergencia termine volviendo esta desesperación, que ya es inmensa, en un polvorín. El triste episodio de George Floyd en Estados Unidos es un ejemplo de ello. Y aún quedan capítulos en esta serie.
De la cadena presidencial me paso a “CNN”. También merodeo por “Fox News”. Trump es cada vez más detestable. Ojalá pronto esa “ley y orden” que menciona tanto por estos días lleguen hasta él. Es decir, que la ley lo ponga en orden. O que por lo menos se lo lleve a leer la Biblia a su casa el año que viene.
Apago la televisión. Mi ventana se ha librado momentáneamente de la embestida del viento. Se retrasó la lluvia. Igual, la angustia crece. Las precipitaciones nos precipitan hacia el precipicio. Con “Amanda” o con “Cristóbal”. O con Covid. El temporal inclemente de hoy va de la mano con las inclemencias intemporales de siempre. Y sigue haciendo frío. Mucho frío.