Lo único seguro que tenemos en medio de la incertidumbre que vivimos por la pandemia del Covid-19 es que las cosas cambiarán. Las dudas giran en torno al sentido que tomará el cambio y cómo se verá afectada nuestra vida. Nuestro mundo, lo cotidiano y lo normal se está construyendo y transformando.
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Gran parte de la atención en este momento está concentrada en todos los aspectos de salud: El número de contagiados, recuperados y lamentablemente los fallecidos. Por otro lado, también nos preocupa la capacidad institucional que tiene el sistema de salud para atender a los contagiados y las políticas públicas que están tomando o se van a tomar para enfrentar la crisis económica que se nos viene.
En este sentido, tampoco se tiene mucha certeza del impacto que tendrá en la economía. Ya se empieza a sentir, pero no sabemos realmente el alcance que tendrá, las personas y los sectores que nos veremos afectados y el saldo que dejará. Esto se complica por las condiciones de informalidad, pobreza y desigualdad en el país.
Los rostros humanos de desesperación, desempleo y angustia que causa el no tener qué comer o incluso dónde vivir reaparecen con más intensidad en los espacios públicos como las calles, los parques, las noticias en medios de comunicación, en todos lados. Cuadros que simplemente parten el corazón.
Más allá de los análisis y los efectos macro que viviremos como sociedad, los cambios se darán también en el día a día, en nuestras costumbres, en lo que considerábamos normal. Aquello a lo que estábamos acostumbrados y que de pronto, de una manera muy rápida y abrupta, cambiará.
De hecho, muchas cosas se están transformando y nos estamos ajustando a ese cambio. Hay cosas que vamos a extrañar, otras que dejaremos de hacer y muchas otras que tendremos que aprender y, querámoslo o no, acostumbrar e incorporar como prácticas cotidianas. Es decir, estamos en un proceso muy interesante en el que estamos construyendo lo “normal”.
Muchas historias reflejan en alguna medida los niveles de conciencia que se tiene sobre el cambio. Unas personas están más conscientes que otras. Las menos conscientes son las que están esperando que el gobierno levante el toque de queda para regresar a sus vidas “normales”.
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Otras no han tenido la oportunidad de pensar y reflexionar y se están ajustando a los cambios, pero sin tener claridad si estos serán temporales o permanentes.
La sobrevivencia en este caso, si ya de por sí era la constante, se agudiza por la pobreza y la desigualdad. Otras más conscientes, en gran medida porque sus condiciones se las permiten, están pensando en ajustarse a los cambios.
El cambio vino, así como el Covid-19, para quedarse y vivir con nosotros. Por ejemplo, partamos del supuesto que debemos mantener por mucho tiempo el distanciamiento entre las personas.
Imagine usted cómo se logrará esa medida con la forma en que nos saludamos; en el regreso a las clases, tanto en las escuelas, institutos y colegios privados, como en las universidades; en el servicio de transporte público y privado; en las reuniones religiosas, deportivas, de entretenimiento, como los conciertos; o en los centros comerciales, solo por citar unos casos.
Está claro que no podemos vivir para siempre en cuarentena y que tendremos que regresar a una normalidad que será muy diferente a la que conocimos y a la que estábamos acostumbrados. ¿Qué opina usted? ¿Cómo será la nueva normalidad?