Lo primero que debemos aceptar es que esta crisis del Covid-19 no será corta. Incluso resulta más sano evitar fijarse plazos. Hasta que no haya vacuna, la vida de “antes” no volverá. Y ello implica descalabros en la economía. Ningún negocio vinculado con las aglomeraciones tiene posibilidades en los próximos meses. Es tiempo de asumir que el turismo sea de las áreas más golpeadas. Aerolíneas, hoteles, guías y restaurantes entran en esta sacudida. Aquí, unas 640 mil familias salen directamente afectadas. Y no es la única industria que sufrirá. También los servicios personalizados padecerán la merma de su clientela. Especialmente, cuando el ritmo de contagios llegue a ser aterrador. Las cosas están cambiando vertiginosamente. Hasta Trump se ve obligado a suavizar su visión hacia los migrantes que ocupan el 60% de las plazas agrícolas en California. Así de seria ve la situación. Porque ese mismo presidente que se ha pasado tres años y medio azuzando el odio contra los indocumentados, ahora admite su decisivo rol en las granjas, donde desempeñan aquellos oficios que nadie acepta. Sin los trabajadores agrícolas, la cadena de suministros colapsa. Y en año electoral, una pifia en eso puede costarle la reelección. Insisto: Cuando de coronavirus se trata, las opiniones se modifican a conveniencia y de un momento a otro.
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Si duda de eso, pregúntele al primer ministro británico, Boris Johnson. De una actitud de relajamiento frente a la pandemia, pasó a agradecer profundamente al Sistema Nacional de Salud de su país porque le salvaron la vida en la unidad de cuidados intensivos. No quiero imaginar con qué saldrán dentro de tres semanas líderes tan frívolos como López Obrador, Ortega o Bolsonaro. Los tres, cada uno en su propia intensidad, son de horror.
"Oportuno fue que el presidente mencionara que la violencia intrafamiliar está incrementándose".
Es aconsejable que cada familia piense en un plan B para 2020. O en un plan C. Las variables D, E o F tampoco deben descartarse. Y es bueno decir que el intento por domar la ansiedad antes de que esta degenere en angustia puede ahorrarnos las penas adicionales que vienen de los exabruptos por falta de manejo emocional. Vivimos una temporada de insomnios a gran escala. No dormir está de moda. Lo cual representa graves peligros en múltiples facetas del diario vivir, entre ellos, el tráfico. ¿Cuántos se quedarán dormidos al volante o se pasarán un alto por falta de horas de sueño? La casi nula concentración es otra de las constantes. Nos cuesta eludir el tema del Covid-19. Aunque abunden los tópicos aledaños que también merezcan ser considerados.
Oportuno fue que el presidente Giammattei mencionara el domingo que la violencia intrafamiliar está incrementándose durante estos días de encierro. ONU Mujeres ya había elevado una voz de alerta al respecto. Aquellas esposas que viven con hombres agresores corren ahora más riesgos. Esto es digno de mayor atención de parte de la sociedad. Aparte de las víctimas mortales que cause la pandemia, las golpizas domésticas pueden aportarle números trágicamente significativos a la coyuntura. Eso me preocupa. Y a la vez, me inquietan otros asuntos. El de los ancianos, por ejemplo. No descuidarlos es un desafío para el que no estamos del todo preparados. Si se convive con ellos, las normas de prevención deben ser extremas. Si los abuelos viven solos, es fundamental hacerlos sentir queridos e importantes. Llamarlos por teléfono. Pedirles que cuenten la historia de la familia. Visitarlos, aunque no se ingrese en la casa donde ellos están. Distancia social no equivale a distancia afectiva. De lejos también se quiere. Y de lejos también es posible servir y ayudar. Aun quedándonos en casa podemos salir a buscar a quiénes apoyar. Para eso sirve la tecnología. Mucho más útil es usar el WhatsApp en organizar asistencias para los que enfrenten abismos económicos que multiplicar mensajes de dudosa procedencia. Difundir información que no se origina de fuentes pertinentes solo nos conduce al caos. Y el caos trae pánico.
Estamos viviendo un duelo colectivo. Por la vida “de antes”. Por la pérdida del trabajo. Por temor a contagiarnos. Pero no se vale quejarse cuando el confinamiento es privilegiado, en medio de “Netflix” y de renta segura. En una nota publicada en “El País”, el extraordinario periodista Lluís Bassets comparte estos dramáticos datos al evaluar la situación de los seres más vulnerables del planeta: “Hay 2,200 millones que carecen de agua potable y 4,200 millones sin servicios de saneamiento. Son 1,600 millones los que habitan espacios insuficientes y precarios y, de estos, mil millones malviven en cubículos improvisados o en la calle”.
Bassets añade que “para ellos es imposible lavarse las manos y mantener la distancia social”, y que en sus casos “no caben cuarentenas ni confinamientos”.
En ese contexto, sugiero la brújula de la paciencia para hallar el camino durante esta crisis. Que no se nos oxide el occidente. Que no nos “vengan del norte” las penurias del prójimo. Que no nos desoriente de más lo que empezó en oriente. Y, sobre todo, que, con “su veterana fe”, recordemos que “el sur también existe”, como escribió Benedetti. Bien lo dijo el poeta uruguayo: En vez de dar “palos de ciego”, mejor intentemos dar “palos de vidente”.