Había una Italia antes del 21 de febrero, hecha de vida social agitada, semana de la moda, happy hour, restaurantes siempre llenos, arte, millones de turistas en las plazas de Roma, Venecia, Florencia. Y hay una Italia después del 21 de febrero, fantasmal y asustada, distópica. 21 de febrero: la fecha en la que el Coronavirus con el paciente italiano 1 perturbó nuestras vidas.
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He estado atrincherada en casa durante días, en una ciudad de Lombardía, una de las regiones de producción más ricas del mundo con Milán como centro, ahora el epicentro de la epidemia de Covid-19 que hasta ahora ha causado 28.000 infectados y 2.158 muertes. 349 muertes en un solo día. A 15 kilómetros de donde vivo, los ataúdes se apilan en el cementerio, sin ni siquiera funerales porque las normas anticontaminación prohíben la reunión de más de dos personas. Por la noche se oyen las sirenas de las ambulancias y los altavoces que invitan a la gente a no salir de casa.
“A 15 kilómetros de donde vivo, los ataúdes se apilan en el cementerio, sin ni siquiera funerales porque las normas anticontaminación prohíben la reunión de más de dos personas”
El hashtag #Iorestoincasa, publicado por el Gobierno, es la versión digital de la nueva ley de excepción a la que nos hemos sometido tras el aumento exponencial del contagio y la muerte, que en menos de 25 días ha llevado a Italia a ser el segundo país después de China en cuanto a número de víctimas. Lo que hemos entendido hasta ahora es que el Coronavirus es muy contagioso y en el 80% de los casos no es peligroso, pero sí lo es para el 15-20% de los pacientes frágiles. Los italianos tienen pocos hijos y viven mucho tiempo, somos un país de ancianos y la enfermedad es una masacre para los ancianos.
Boris Johnson les dijo a los británicos que se acostumbraran a la idea de perder a sus seres queridos y optó por abordar la epidemia con medidas suaves. Estamos tratando de salvar a todos, pero es una batalla difícil porque nuestro sistema de salud, uno de los mejores del mundo (4º en el ranking de Bloomberg), sin embargo, no tiene suficientes plazas en cuidados intensivos para los cientos de pacientes con insuficiencia respiratoria causada por el Covid-19. También aquí, como en China, se están estableciendo nuevos hospitales en unos pocos días.
Al principio, cuando comenzó la cuarentena en China, alguien creyó que el virus podía permanecer confinado y reconocible, hubo muchos episodios de racismo hacia la comunidad china. En cambio Covid-19 apareció por primera vez en el cuerpo de un joven italiano en el corazón de Lombardía, y las últimas investigaciones sugieren que llegó desde Alemania.
Ahora el mundo nos ha aislado cancelando los vuelos y cerrando las fronteras. Toda Italia es una zona roja, una cuarentena que nos prohíbe salir de casa excepto para comprar comida e ir a trabajar, cuando no es posible activar el teletrabajo. La policía y el ejército controlan las calles. Las escuelas y universidades están cerradas pero se han reorganizado en línea. Está prohibido reunirse con amigos o parientes. Está prohibido tocarse y estar a menos de un metro de distancia, una contradicción para nosotros los italianos.
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Milán, Roma, Nápoles, Venecia son ciudades muertas, muchas empresas están cerradas, cines, teatros, restaurantes están cerrados. Muchas personas ya han perdido sus trabajos, y la caída del PIB se actualiza constantemente. Sabemos que seremos más pobres. Para consolarnos improvisamos flash mobs desde los balcones donde estamos confinados, cantando el himno nacional o canciones populares. Nuestros héroes son los médicos y enfermeras, el 12% de los infectados, abrumados por la velocidad de una epidemia a la que los occidentales ricos creíamos ser inmunes. Nos equivocamos.
* Columna de opinión de Paola Rizzi, editora de Publinews Italia.