Acerca del Coronavirus hay visiones apocalípticas y otras que rayan en la absoluta indolencia. No me identifico con ninguna de las dos. Y veo correcto que el ministro de Salud, Hugo Monroy, haga saber que en Guatemala el tema se tratará como pandemia, aunque la OMS aún no lo considere así. Asimismo, coincido con la idea de que las acciones se orienten a no propagar el pánico. Sin embargo, hay datos que podrían generar algún nerviosismo. Y eso es entendible. Según varios reportes médicos, contraer la enfermedad no significa automáticamente estar condenado a muerte. Eso debe quedar claro para evitar terrores innecesarios. La gente mayor o aquella con deficiencias en su sistema inmunológico sí corre mayores riesgos. La letalidad de este virus es del 2%. Pero, de acuerdo con notas periodísticas confiables, este número podría variar hacia la baja porque habrá gente que no se contabilice en las estadísticas, pues ,aunque tenga algunos síntomas o incluso caiga en cama, no llegue jamás a determinar, examen de por medio, que contrajo el Covid-19. Se supone que quienes se alimentan bien y no padecen de ningún mal crónico no deberían temer. Pero en Guatemala, con una tasa de pobreza que supera el 50%, la situación podría complicarse. Van ya seis muertos en la Costa Oeste de Estados Unidos. Más de 50 en Italia. Ambos son países desarrollados. Se confirman pacientes contagiados en Chiapas.
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La información cambia cada segundo. Como dijo el presidente Alejandro Giammattei, el Coronavirus vendrá a Guatemala en cuestión de días o de semanas. Es decir, tendremos que aprender a vivir con eso. Lo que toca ahora es organizarse. En el sistema educativo, por ejemplo. En las empresas. En las iglesias. En el Estado como tal, por las oficinas gubernamentales y también por los espacios hacinados como las cárceles. El reto es enorme. Y seguramente nos pondrá a prueba como sociedad. ¿Cómo vamos a reaccionar cuando un compañero de trabajo resulte infectado? ¿Qué harán los maestros cuando, en un aula, se confirme que un estudiante se contagió? ¿Qué tipo de protocolos o de comportamientos tendremos que desarrollar en el transporte público? ¿Hasta qué punto será imprescindible suspender actividades masivas? ¿Realmente castigarán a los acaparadores de productos médicos como las mascarillas?
“Es obvio que en Guatemala no abundan los recursos y que el sistema de salud sufre de saturación. Por ello, prevenir lo más posible es por ahora nuestra mejor arma contra el Covid-19”.
La vida siempre tendría que ir primero que los negocios. Pero inquieta paralelamente que la economía sufra más de la cuenta. En una nota publicada la semana pasada en este diario, el presidente de la Cámara de Comercio, Jorge Briz, menciona que hay fábricas en China que llevan mes y medio detenidas. Lo cual trae consigo atrasos y tropiezos de diversa índole en materia de importaciones. Javier Zepeda, director de Cámara de Industria, afirmó en ese mismo contexto que ocho de cada 10 industriales preguntados ya resienten de algún modo la lentitud del abastecimiento. Y Fanny de Estrada, de Agexport, fue clara al prever que todo lo anterior podría notarse, incluso más, en el segundo semestre del año. Para todo ello, el Gobierno debería de considerar un plan B o incluso un plan C. Vuelvo a la prevención, que siempre será más efectiva que la reacción.
Son múltiples las voces que claman por un mundo sin abrazos ni besos. Yo deseo que no tengamos que llegar a tanto. Pero eso solo lo sabremos cuando la ciencia médica logre conocer más a fondo esta enfermedad. Como me dijo el doctor Juan Manuel Luna, jefe de la Unidad Pulmonar del Hospital Roosevelt, el problema principal del Covid-19 radica en que es un virus nuevo y desconocido. Y eso complica todo a la hora de tomar decisiones para detener el contagio, el cual, según una nota que leí ayer en “El País”, es más poderoso que el de la gripe común.
Insisto: No es aconsejable caer en los extremos que van desde las visiones apocalípticas hasta las que rayan en la absoluta indolencia. Me quedo con las palabras del epidemiólogo guatemalteco José Carlos Monzón, tomadas de su artículo de “Plaza Pública”: “Un riesgo de contagio se convierte en amenaza, dependiendo de la vulnerabilidad del país y de su capacidad para responder”.
Es obvio que en Guatemala no abundan los recursos y que el sistema de salud sufre de saturación. Por ello, prevenir lo más posible es por ahora nuestra mejor arma contra el Covid-19. Y eso podría incluir, muy pronto, no abrazarnos ni besarnos. Es el amor en los tiempos del Coronavirus.