Opinión

Nuestra podrida “Dinamarca tropical”

“Y es oportuno recordar que no solamente Gustavo Alejos pretende intervenir en la elección de Cortes. Es obvio que existen otros grupos y diversos operadores con idénticas intenciones”.

Posiblemente, el hartazgo definitivo vino de afuera. Por lo menos su parte beligerante. Me explico: el amparo interpuesto ayer por el Ministerio Público contra el Congreso, para que deje en suspenso la elección de Cortes, es una poderosa señal de que algo huele más podrido de lo tolerable en nuestra “Dinamarca tropical”; esta que escribe a diario sus relatos, entre las inexplicables apatías y los intereses en plena conspiración. El descaro llegó demasiado lejos, incluso para los estándares que aquí manejamos. No se precisó de un sofisticado aparato de seguimiento para determinarlo. Bastó la alerta de un ciudadano a quien le pareció extraño ver a un ex funcionario caminando por la calle, cuando supuestamente debía guardar prisión preventiva en un sanatorio privado.

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Y así, con cuatro investigadores de la PNC y un par de celulares como apoyo tecnológico, se documentó que el ex secretario de la presidencia, Gustavo Alejos, se reunía con “Raymundo y medio mundo” vinculado con la conformación de la Corte Suprema y las Salas de Apelaciones. Sin embargo, este esperpéntico escándalo, todo un monumento a la desfachatez, no fue suficiente como para que la ciudadanía se levantara a exigir la anulación de lo actuado y el replanteamiento de las reglas. No.

“Y es oportuno recordar que no solamente Gustavo Alejos pretende intervenir en la elección de Cortes. Es obvio que existen otros grupos y diversos operadores con idénticas intenciones”.

El revuelo solo se atizaba en redes. Y es hasta cierto punto lógico que así fuera. Todo este enmarañado aparato de postuladoras y de influencias es lejano y oscuro para la gente “de a pie”. Es más, hasta para “los de carro” resulta escasamente accesible. Y aunque “los de avión” jueguen a entenderlo, son pocos los de ese club que se atreven siquiera a sugerir que ya va siendo hora de que se somate la mesa y se haga algo, en serio, para encausar la justicia. Sin ello, es obvio que aquí no habrá desarrollo económico. No lo digo yo; lo dicen los juristas realmente respetables del foro guatemalteco. Y lo dicen de manera cada vez más contundente y apremiante. Tampoco habrá paz social. Mucho menos, confianza en el sistema. Quien haya pasado por los tribunales sabrá a lo que me refiero.

Tiendo a creer que esos ojos “que nos ven desde afuera”, no solo en función de ayudarnos, sino sobre todo de protegerse de los efectos colaterales de nuestra ruina institucional, consideran muy peligroso que mafias de los sabores más diversos sigan haciendo fiesta de nuestro alicaído sistema. Y, como siempre, vale la pena escuchar los argumentos bien intencionados. Por un lado, los que sostienen que no vale la pena repetir el proceso sin cambiar la manera de elegir magistrados, porque eso nos traerá más de lo mismo, o incluso algo peor.

Por el otro, los de quienes ven inadmisible soportar el cinismo de las redes criminales y exigen arrancar de cero. En medio de ambas posturas puede estar la solución. Es decir, impulsar una Reforma Constitucional exclusivamente para el sector justicia, conscientes de que ello implica mantener a los magistrados actuales, como mínimo, unos dieciocho meses más, por la obligatoria consulta popular que vendría después de que, idealmente, se aprobara un texto aceptable. El problema radica en que cualquier solución pasa inevitablemente por el Congreso. Y sin suficiente “músculo ciudadano” será muy difícil persuadir (por no decir obligar) a actuar de manera correcta, a esos diputados a quienes el prestigio les importa menos que un comino y que, en varios casos, temen ir a la cárcel si no controlan el aparato de justicia. El asunto no es fácil de encarar ni sencillo de resolver.

Y es oportuno recordar que no solamente Gustavo Alejos pretende intervenir en la elección de cortes. Es evidente que existen otros grupos y diversos operadores con idénticas intenciones. Lo que está claro es que, para esos “ojos que nos ven desde afuera”, el hartazgo definitivo parece haber llegado. Por lo menos para las miradas que resultan beligerantes en estos lares. Sin embargo, con ellos nunca se sabe, y menos en estos tiempos. Con todo, el mensaje está enviado para aquellos que insisten, por miedo o por dolo, en que las cosas solo pueden cambiar para seguir iguales.

Al menos por ahora, no es precisamente su mejor momento, aunque no descarto que se la jueguen por la desesperada. Pero hagan lo que hagan, saben de sobra que esos “ojos que nos ven desde afuera”, algo están percibiendo más podrido de lo tolerable en nuestra “Dinamarca tropical”.

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