Opinión

El selfie de un dictador en potencia

“Nayib Bukele arruinó su presidencia en un fin de semana. No veo cómo pueda levantarse de esta. Es cuestión de principios. Irrespetar la historia siempre trae nefastas consecuencias. Hay límites que nunca deben traspasarse. Y eso exactamente hizo el mandatario salvadoreño...”

Nayib Bukele arruinó su presidencia en un fin de semana. No veo cómo pueda levantarse de esta. Es cuestión de principios. Irrespetar la historia siempre trae nefastas consecuencias. Hay límites que nunca deben traspasarse. Y eso exactamente hizo el mandatario salvadoreño, que goza de un 90% de aceptación en su país. O que gozaba. Quién sabe cómo saldrá en la próxima encuesta.

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Meterse con algo tan pésimamente visto como la militarización de un conflicto entre dos poderes del Estado es imperdonable. Ese vulgar y desproporcionado uso de la fuerza, en la línea cavernaria de los regímenes del pasado, lo condenan. Según entiendo, la Constitución de El Salvador da potestad para que, en caso de emergencia, el presidente convoque, desde un Consejo de Ministros, a una sesión extraordinaria de la Asamblea. Para lo que no lo faculta ese texto es para obligar a los diputados a legislar a su antojo o para obedecerle como si se tratara de un rey o de un tirano. ¿Cómo un mandatario tan identificado con la tecnología y las nuevas corrientes pudo incurrir en un exceso autoritario tan burdo? No concibo de dónde pudo provenir el arrebato de combinar, sin advertir el peligro, semejante gimnasia tan retrógrada con una magnesia tan poco relevante. 

“Nayib Bukele arruinó su presidencia en un fin de semana. No veo cómo pueda levantarse de esta. Es cuestión de principios. Irrespetar la historia siempre trae nefastas consecuencias. Hay límites que nunca deben traspasarse. Y eso exactamente hizo el mandatario salvadoreño…”

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¿Estropear su imagen y la democracia de su país por un préstamo de US$109 millones? Aquí algo no me cuadra. Incluso dudo de que el BCIE termine otorgando el crédito. ¿O será solo un berrinche producto de su inmadurez? No me trago lo que le contestó al periodista Jacobo García de “El País” cuando este le cuestiona en una entrevista si entrar al Congreso con militares no era “perder las formas”. Bukele, a quien no puede regateársele su habilidad política, le  respondió de esta forma: “Si eres superficial y te fijas solo en la foto, sí. Alguien que no conoce El Salvador ve la foto de los militares en el Congreso y dice: ‘¡Qué barbaridad!’. Pero, qué es más grave, una foto de unos militares donde no se agredió a nadie, no hubo heridos, ni disparos… o saber que hubo diputados (de gobiernos anteriores) que negociaron con pandilleros. Lo de los militares solo fue un acto de presencia. Fijarse en eso es estar enfocándose en lo superficial”. Audaz respuesta, si se quiere. Pero inaceptable. Porque con la fragilidad que caracteriza a las democracias de esta región del mundo no se puede jugar. Todo esto me recuerda a Jimmy Morales.

Ciertamente, él tenía el derecho de no renovar al mandato de la CICIG. Fueran o no espurias sus razones para hacerlo, el derecho lo tenía. Lo inadmisible fue que lo hiciera con el amenazante despliegue de los J8 por las zonas 10 y 14 de la capital y que su decisión la anunciara rodeado de militares, como en los tiempos más oscuros de nuestra memoria contemporánea. Con eso, Jimmy irrespetó la historia y se volvió despreciable para la galería presidencial. Bukele hizo algo similar, incluso con su abrumadora aceptación entre los salvadoreños. Y aunque no concretó por completo el manotazo autoritario, se volvió temible y pendenciero como el mandamás del país y se equiparó con los gobiernos que sembraban terror para mantener el control de la gente. A lo que sumó esa trillada e hipócrita invocación a Dios, la cual también es ya un detestable lugar común entre nuestros dirigentes. Celebro, sin embargo, que al parecer la institucionalidad está funcionando. 

No se trata de ser un presidente blandengue a quien cualquiera pueda manosearle la cara. Por supuesto que no. Pero darse a respetar pasa por otro tipo de acciones. Y estas no son precisamente aquellas en las que, apostando a la impopularidad de un congreso corrupto, el mandatario se erige como un dictadorzuelo que no se mide en una negociación a la hora de gobernar.

Aquí nunca hubo riesgo de que Jimmy militarizara al Congreso, porque la mayoría de diputados de la octava legislatura, notoriamente quienes integraron la Junta Directiva, pensaban y actuaban igual que él. Muy diferente fuera el relato si, por ejemplo, la presión popular hubiese logrado que se pasaran reformas que realmente cambiaran al país. Entonces, posiblemente, habríamos visto escenas grotescas como las que ha vivido El Salvador en los días recientes.

Las fuerzas armadas no son para eso. El Ejército tiene sus funciones y entre estas no figura jugar a política ni intimidar a los opositores del gobierno de turno. Considero que ya va siendo tiempo de que lo entiendan los presidentes de esta región del planeta.

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