Dentro de una semana, Jimmy Morales ya no será presidente. Ya no habrá comitiva alguna detrás de él. Ya no recibirá las diarias adulaciones de sus asistentes, porque ya no tendrá a esos asistentes. Ya no habrá subordinados que lo elogien y le celebren cada una de sus ocurrencias. Tampoco tendrá a esos subordinados. Y a los periodistas ya no nos interesarán sus disparates de ordinaria irreverencia ni sus ironías baratas de mandamás delirante. Ya no habrá gran aparato de seguridad escoltándolo ni le abrirán paso cuando vaya por la calle. Ya no será el invitado de honor en ninguna parte. De hecho, tal vez ya ni siquiera integre la lista de convocados, salvo de vez en cuando entre los sectores más oscuros de la sociedad. Ya no cortará cintas simbólicas ni recibirá aplausos falsos de seguidores a sueldo. Ya no lo defenderán tanto los más repugnantes netcenteros. Y así como fue humillado por Donald Trump (humillación en la que acarreó indignamente a todo el país), habrá muchos a los que sirvió que jamás vuelvan a dirigirle la palabra, mucho menos llevarlo a sus casas a fastuosas cenas. No habrá universidades que lo convoquen a disertar sobre su experiencia como mandatario, a no ser que pretendan oír el testimonio de cómo se le mata la esperanza a un país.
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Por cierto, vale recordarlo, cuando él llegó a la presidencia, si algo tenía este país era eso: esperanza. Era un momento histórico, ideal para ser aprovechado por un gran estadista, o al menos honrado por un hombre de luminosa decencia. Ideal también para encausar a Guatemala por la senda de la viabilidad. Ideal para no caer en los fangos de la prepotencia y del abuso. Ideal para no volver al tenebroso pasado. En fin.
“Dentro de una semana, Jimmy Morales ya no será presidente. Con él se irán varios funcionarios nefastos y cómplices de su terrible gestión”.
No ha de ser fácil para Morales ni para sus funcionarios más cercanos ver cómo los días transcurren y el 14 de enero se acerca inexorablemente. Incluso con el innegable triunfo personal que significa haber terminado su periodo, pese a que hubo más de un episodio que hizo peligrar su continuidad al mando del Organismo Ejecutivo. Nadie le niega a Morales que, en ese sentido, sea un ganador. Pero ese triunfo tiene como precio una destrucción institucional que va más allá de lo atroz. En eso, justo anotarlo, comparte créditos con los diputados mas viles que lo secundaron en sus tropelías, así como con otros grupos que lo usaron haciéndole creer que era “uno de ellos” y hasta lo condecoraron. Triste el caso de quienes no entienden que los puestos prominentes en la política jamás son eternos. Hasta aquellos que antes de ocupar la primera magistratura de la nación han vivido como reyes, al dejar el boato presidencial lo resienten pavorosamente. Lo sé de la fuente primaria. Y sé que quien me lo reveló fue sincero conmigo. Por ello, me causa lástima lo que les espera a los funcionarios que aman la lisonja y que, en menos de una semana, volverán a integrar el club de los “don nadies”. Aunque salgan millonarios y asegurados para el resto de sus vidas y las de sus próximas tres generaciones. Aunque sigan viajando en helicóptero y mantengan los lujos y las extravagancias. Con todo eso, les hará falta el cargo. Y, además, sentirán el rechazo y el desprecio adonde vayan. Patético, de verdad. Porque el repudio popular es algo que ha de doler muy hondo, sobre todo a los egos enfermos y retorcidos.
Dentro de una semana, Jimmy Morales ya no será presidente. Con él se irán varios funcionarios nefastos y cómplices de su terrible gestión. No envidio para nada el vacío que sentirá él cuando abandone el acto de transmisión de mando y su placa ya no sea la número 1. Por blindado que vaya en materia judicial. Por asegurado que pueda tener su exilio dorado, de serle necesario. Por querido que se considere entre quienes lo avalaron en sus despropósitos. John Kennedy decía que “aquellos que locamente buscaron el poder cabalgando en el lomo de un tigre acabaron dentro de él”. Con Morales, la frase se adapta así: “…aquellos que locamente mantuvieron el poder cabalgando en el lomo de un tigre acabaron dentro de él”. ¿Quién será el tigre para el mandatario saliente? No sé si la justicia lo sea en el corto plazo. Posiblemente, no. Pero la historia como tal ya es su tigre desde hace mucho tiempo. Y mientras más años transcurran, más lo será. Y así como “el poder absoluto corrompe absolutamente”, el poder que se va, deprime absolutamente. Es la depresión post presidencial.