Opinión

Resistencia pacífica, pero activa

“He ahí la crucial importancia de la tan satanizada y vilipendiada sociedad civil. Solo con resistencia pacífica, pero activa, podremos volvernos una comunidad capaz de hacerse respetar”.

Sucedió hace un par de semanas. Yo iba de copiloto y por eso me di cuenta casi al instante. A cuatro carros de distancia, tres maleantes asaltaban a un automovilista, presumiblemente acompañado por su familia. El instinto se le impuso a mi prudencia y, por ello, le pedí a mi amigo que bocinara fuerte. Lo cual, de inmediato, él hizo con insistencia. Y eso contagió a un par más; tal vez a cuatro más. No puedo precisarlo. Y los ladrones reaccionaron a la advertencia. Uno de ellos, visiblemente nervioso, apuntó su pistola hacia nosotros. Mi amigo, indignado, respondió con vehemencia y bocinó de nuevo con actitud desafiante  Pero esta vez no hubo coro desde los demás vehículos. La amenaza bastó para amedrentarlos. El semáforo parecía eterno. Lo fue. De hecho, duró un tiempo inusual, porque en realidad no estaba funcionando.

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Un PMT daba vía a la avenida principal y aquello, en hora pico, podía demorarse lo suficiente como para que el trío de rateros desvalijara a cuanto inocente estuviera a su alrededor. Con los pasajeros del carrito blanco se estaban dando la grande. El resto de testigos solo mirábamos con impotencia, a la espera de nuestro turno.

“He ahí la crucial importancia de la tan satanizada y vilipendiada sociedad civil. Solo con resistencia pacífica, pero activa, podremos volvernos una comunidad capaz de hacerse respetar”.

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Mi amigo, aguerrido en su reacción, decidió volver a bocinar. Y esta vez el contagio se dio, no por solidaridad, sino porque quienes esperaban pasar, se impacientaron por la lentitud del rudo tráfico de la tarde. En cuestión de segundos, el coro de automóviles se hizo ensordecedor. Y eso descontroló a los bandoleros hasta el punto de obligarlos a dispersarse por las calles y cargar con el botín recién conseguido, pese a que estaban prestos a perpetrar otro ataque. El asalto tuvo dos momentos reveladores. El primero: cuando los tres rateros cercaron al carrito blanco y se hizo evidente que varios conductores mostraron su rechazo. Percibo que, de haber persistido con los bocinazos, en vez de amenazarnos, hubiesen desistido de su tropelía. Mas como su intimidación funcionó, ese silencio de casi un minuto les permitió actuar a sus anchas. Alguna resistencia deben haber enfrentado en el saqueo del carrito blanco, porque se tardaron más de lo normal en el despojo. Fue en el segundo episodio en el que se mostró el vigor que puede lograr la ciudadanía, incluso cuando se ejerce por casualidad. El coro de bocinas los ahuyentó. Aunque fuera acuerpado por conductores lejanos, que ni siquiera se percataban de lo que ocurría. 

Traslado esta secuencia de escenas a la vida política. Los corruptos roban sin rubor, especialmente cuando no hay certeza de castigo. Como sucede aquí en estos tiempos. Ahora bien, si se sienten vigilados, algunos retroceden y la piensan.  Otros, los más hampones, contestan de vuelta con campañas de desprestigio o intimidaciones directas. Así funcionan. Y es en ese preciso momento en que la presión contra su rapacidad debiera subir y hacerse masiva. Pero esa presión no llega a concretarse del todo, porque la apatía y el miedo siguen primando en esta sociedad. Por eso es que en diferentes escenarios de la vida pública, nos roban a plena luz del día y en nuestra propia cara. Sin rubor. Porque los cuatreros no tienen prestigio qué cuidar. Son ladrones e impúdicos, en medio de una barbarie de impunidad que los ampara. Para muestra, ese proyecto de presupuesto que no se aprobó, o las cínicas declaraciones de funcionarios del Ejecutivo que, cotidianamente, forman parte del grotesco guión de nuestra farándula política. 

El colmo es que hasta las colusiones entre entidades se evidencian en noticias y en columnas de opinión, e incluso así los saqueadores no cejan en su empeño por cuajar sus pútridos negocios. Frente a tal desparpajo delictivo, tenemos dos opciones: o nos prendemos de la bocina para mantener a raya a los corruptos, o éstos seguirán robándonos sin piedad y sin sonrojo, valiéndose de nuestra negligente indiferencia.

La unión hace la fuerza. Entenderlo no cuesta mayor cosa. He ahí la crucial importancia de la tan satanizada y vilipendiada sociedad civil. Solo con resistencia pacífica, pero activa, podremos volvernos una comunidad capaz de hacerse respetar. Aunque haya siempre voces al servicio del poder que menosprecien e insulten a quienes se oponen a la rapiña descarada.

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