Los migrantes le responden a todo el país. Sostienen a sus familias. Mantienen la economía. Viene de su esfuerzo nuestra precaria estabilidad. Y son ejemplo de coraje y emprendimiento en sus temerarias travesías, cuando se juegan la vida para llegar a su destino. Sin embargo, a ellos casi nadie les responde con una solidaridad similar. Muy pocos se preocupan realmente de respaldarlos. Pero cuando resultan convenientes, son usados sin rubor como moneda de cambio para obtener privilegios personales. Recuerdo aquella desafortunada entrevista en la que el hoy presidente le ofreció a Trump “mano de obra barata” para construir su muro. La broma iba más allá del mal gusto; era insultante. Y también un adelanto de lo que venía. La opacidad tantas veces señalada de ese acuerdo firmado en el Despacho Oval es una narrativa irresuelta de esta denigrante historia. Es patético escuchar cómo los funcionarios encargados de echar a andar ese convenio, todavía tan incierto, no vacilan en resaltar la “estrecha colaboración con Estados Unidos”, como que si tal cosa fuera lo importante.
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“Qué despreciable es, por eso, que los políticos solo se acuerden de ellos cuando les sirven como moneda de cambio para obtener sus asquerosos beneficios personales”.
Ni siquiera existe una idea medianamente clara de cuántos solicitantes de asilo podrían arribar a Guatemala en las próximas semanas. Y la puesta en marcha de este sainete no pudo ser más contradictoria: Un hondureño, del que se menciona su nombre a viva voz en presencia de la prensa y que vuelve a su país por voluntad propia apenas después de pasar aquí la noche. Es decir, no un refugiado que huyó a otras latitudes para salvar la vida. No un perseguido político cuya integridad física corre peligro en su terruño. No un condenado a muerte por alguna secta fanática. Incluso hay quienes ponen en duda que el “acuerdo” haya cobrado plena vigencia porque aún no ha sido publicado en el diario oficial. Todo hecho como “a la brava”, pero, a la vez, milimétricamente calculado para que no pueda ser detenido en su siniestra ruta.
Hay datos paralelos que sobrepasan lo aterrador. Que los coyotes se permitan pedirles a los migrantes sumas como Q125 mil por llevarlos hasta territorio estadounidense solo refleja el inmenso daño que causa la satanización de nuestros paisanos en medio de esta campaña electoral. Una campaña en la que, por ahora, no se debate una reforma migratoria integral, sino la manera más efectiva (y cruel) para disuadir a quienes osen pensar en buscarse una oportunidad en el norte del continente.
Es cierto que hay flujos mixtos en los grupos que emigran. Así como existen los que intentan escapar de una persecución y piden asilo en Estados Unidos de manera legítima, abundan los que solo fingen tal condición para lograr quedarse allá. De cualquier modo, las migraciones no van a detenerse a corto plazo, a menos que la estrategia de la Casa Blanca dé un dramático giro hacia la sensatez y se abstenga de cometer el mismo error de siempre: Léase, hacerse la desentendida con la corrupción y sostener regímenes de oprobio, vinculados con las mafias.
Nadie en su sano juicio quiere separarse de su familia. De ahí que tantos núcleos enteros estén aventurándose a los peligros del recorrido hacia Norteamérica, incluso a sabiendas de que sus posibilidades de llegar completos sean mínimas. La crisis humanitaria que ya se vive en ese trayecto, como por ejemplo en Tapachula, es una lacerante bomba de tiempo que cuesta muy caro, entre ilusiones rotas y vidas truncadas.
A la mayoría de políticos locales eso no les importa. Ellos están muy ocupados en procurarse impunidad o en irrespetar con sus farsas al pueblo. Tristemente, tampoco vislumbro que después de las elecciones de 2020 esto vaya a mejorar mucho, aunque Trump no gane. Y me da rabia que seamos tan fríos e indolentes frente a tanto desplante de cinismo inspirado en las ordinarias y despiadadas bromas que, en su momento, sugirieron “mano de obra barata” para construir el muro con el que sueña y delira el actual presidente de Estados Unidos. Mientras tanto, los migrantes siguen respondiéndoles a todos con la grandeza de siempre. Manteniendo la economía. Siendo ejemplo de coraje en cada paso que dan. Logrando con su esfuerzo que el país no colapse y que nuestra precaria estabilidad siga jadeando en el equilibrismo diario de la sobrevivencia. ¿Se imagina alguien el calibre de revuelta que ya hubiese ocurrido aquí sin la válvula de escape que representan los heroicos trabajadores que envían puntualmente sus remesas? Qué despreciable es, por eso, que los políticos solo se acuerden de ellos cuando les sirven como moneda de cambio para obtener sus asquerosos beneficios personales.