Su nombre es Héctor Morales. Con algunos colegas solemos referirnos a él como “Súper Héctor”, en recuerdo de sus días como portavoz de la Municipalidad de Guatemala. Allí solía ser una fuente confiable y efectiva para comunicar, no solo porque contestaba siempre, sino porque sabía darle peso a sus declaraciones. Hoy sigue siendo igual de luminoso desde su puesto en Naciones Unidas. Y así será mientras respire. No tiene opción. Él es como es. Y el servicio lo lleva en las venas. Pruebas de eso sobran. He aquí mis argumentos para explicarlo: Hace seis años su vida cambió por razones trágicas cuando perdió a su hija en un accidente de tránsito. Sucedió en un viernes lluvioso. No puedo imaginar lo que aquel golpe laceró su corazón. Solo sé que su mirada cambió para siempre. Ahora sus ojos ven más profundo. Y la serenidad que trasmiten es inspiradora.
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“Después de su pérdida, en vez de llenarse de rencor y quedarse de brazos cruzados, Héctor se volvió en un activista de la prevención vial”.
Conversar con él es alumbrarse el alma con una lámpara de esperanza. Precisamente eso ocurrió la semana pasada cuando estuvo en la radio para hablar del agobiante tema del tráfico. Lo hizo en nombre de la Asociación de Prevención y Atención de la Seguridad Integral en el Tránsito (APASIT). En esa entidad colabora para que otros no sufran lo que él enfrentó con la partida temprana de su hija. Y lo hace en familia. “Es nuestra manera de transformar el dolor”, dice. A lo que yo añado esto: A transformarlo en un certero y solidario aporte a la sociedad. Después de su pérdida, en vez de llenarse de rencor y quedarse de brazos cruzados, Héctor se volvió en un activista de la prevención vial. Entre sus razonamientos acerca de los embotellamientos cotidianos, él considera digno de analizarse el hecho de que, luego de una o dos horas a vuelta de rueda, cuando un conductor se libera del congestionamiento puede reaccionar inconscientemente oprimiendo el acelerador y “cobrando venganza” de su retraso por medio de la velocidad. Eso conlleva múltiples peligros, tanto para quienes incurren en ese actuar vertiginoso como para aquellos que se le crucen por el camino.
Héctor recuerda que, detrás de la violencia, los accidentes son la segunda causa de muerte en Guatemala. Y lo alarma sobremanera que no existan disuasivos con suficiente fuerza como para lograr que un piloto se la piense dos veces antes de abusar de la rapidez letal que los automóviles son capaces de alcanzar. “No hay certeza de castigo”, afirma. “La gente vive en una dinámica sin atenerse a las leyes”. E insiste en que “nadie le teme a una multa”, lo cual en muchas ocasiones acarrea una inconsciencia de que cualquier descuido puede llegar a ser fatal.
Resalto hoy la historia de Héctor porque el momento que vive nuestro país necesita con urgencia de gente que sepa transformar sus dolores en algo positivo. Hacer y lograr por el prójimo ayuda a sanar la propia herida y vigoriza al espíritu para seguir adelante. En un ambiente tan cargado y agresivo como el que vivimos, mucho se aprecia que haya seres capaces de reinventarse cuando el destino les propina golpes tan rotundos. El caso de Héctor y su familia debería inspirar a quienes andan buscando cómo expresar su ciudadanía y aún no encuentran la manera. Asimismo, tendría que ser un motivador para aquel que, tras una tragedia, no sepa cómo reinventar su vida. La clave del ejemplo que los Morales nos brindan es la sabia y profunda frase que los mueve a aportarle a la sociedad donde viven: “Transformar el dolor en algo positivo”. En esta Guatemala de hoy, donde los tres poderes del Estado nos atropellan con un cinismo criminal, son múltiples las oportunidades para hacerlo.