Opinión

El garbo de la Generación Greta

“En este país nuestro, en el que hasta lo más insignificante nos divide, por lo menos la lucha contra el cambio climático debería volverse una causa compartida. Nos conviene. Se precisa de una ceguera muy mezquina como para no ver lo que le aguarda a Guatemala si no actuamos”.

En este país nuestro, en el que hasta lo más insignificante nos divide, por lo menos la lucha contra el cambio climático debería volverse una causa compartida. Nos conviene. Se precisa de una ceguera muy mezquina como para no ver lo que le aguarda a Guatemala si no actuamos pronto para prevenir las tragedias que trae consigo la devastación por episodios que viene de la mano del calentamiento global. Sin embargo, en las circunstancias de insensatez y de odios en las que nos manejamos, ponernos de acuerdo puede que sea demasiado pedir, incluso en un objetivo tan noble como la sobrevivencia de la humanidad.

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Antes de tomar acciones serias a largo plazo, preferimos nuestras cínicas comodidades y mantener, a costa de lo que sea, los prejuicios que alimentan la discusión diaria. Somos adultos irresponsables y egoístas, porque sabemos que nos quedan a lo sumo 40 años en esta tierra. O 30. Para ser más directo, si ya dejamos de ser jóvenes, la cantidad de tiempo que nos reste es lo de menos. Nos preocupa el hoy. Gozar. Beber. No cambiar hábitos desechables. No sacrificarnos por nada ni por nadie. ¿Cuánto nos importan realmente nuestros hijos y nuestros nietos? ¿Acaso nos inquieta de verdad lo afirmado por los expertos en cuanto a que disponemos de escasos 11 años para corregir el curso del barco y evitar así que se choque con el iceberg? 

“En este país nuestro, en el que hasta lo más insignificante nos divide, por lo menos la lucha contra el cambio climático debería volverse una causa compartida. Nos conviene. Se precisa de una ceguera muy mezquina como para no ver lo que le aguarda a Guatemala si no actuamos”.

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Para los políticos corruptos, el botín es lo único que abarca sus obsesiones. Las fiestas. Los lujos. El dispendio. Y no moverán un dedo por las generaciones venideras si la gente no se los exige. Igual ocurre con quienes concretan millonarios negocios en detrimento de la salud ambiental. Hasta que los consumidores no se abstengan de comprar productos que contaminen o que literalmente destruyan el planeta, seguirán ahorcando sin piedad los recursos de la naturaleza. Un componente esencial para evitar las emisiones de dióxido de carbono, así como el colapso de los mares y de los bosques, es la educación. Pero, mientras los negacionistas sigan recibiendo el jugoso patrocinio de los interesados en defender lo indefendible, será harto difícil consolidar un proyecto con el alcance real para evitar la debacle. Ese “trabajo” de ensuciar el debate y sembrarle dudas al gran público lo desempeñan con eficacia esos negacionistas, pese a que el 98% de la comunidad científica coincida en los orígenes de la emergencia climática. La esperanza, por otro lado, la traen los niños y los jóvenes que muestran su enfado frente a la indolencia y la apatía de los mayores.

La activista sueca Greta Thunberg, de apenas 16 años, ha significado un punto de inflexión en tal sentido. Ayer, en el marco de la Asamblea de Naciones Unidas, dijo lo que muchos de sus contemporáneos le reprochan al liderazgo mundial: “Están fallándonos a los jóvenes. No tendría que estar aquí; tendría que estar en el colegio, al otro lado del océano. Me han robado la infancia con sus palabras vacías”. Es cierto que se firman compromisos y se emprenden campañas para mitigar la destrucción medioambiental. Pero nunca resultan suficientes. Y, mientras tanto, la realidad impone sus condiciones implacables.

Solo un movimiento de niños y de jóvenes, conscientes y vigorosos, podrá impedir que en poco tiempo ya sea demasiado tarde. A los viejos nos toca aprender de la lucidez que muestran los que empiezan en la vida. Flexibilizar nuestras posturas podría ser, de hecho, un buen principio para ayudar. Hablo de jugar un papel no secundario en la ardua faena de construir un futuro. Sería casi criminal confiar en que el problema se resolverá por sí solo.

En una extraordinaria nota del diario “El País”, centrada en “la generación Greta”, sus autores citan a un joven andaluz de nombre Lucas Barrero, que recién publicó un libro titulado “El mundo que nos dejáis”. Las palabras de este muchacho de 22 años resumen la angustia, pero también la esperanza de este momento: “Somos la primera generación que sufrirá, o, más bien, que ya sufre, los efectos de la crisis ecológica y climática. Sin embargo, somos la última que puede hacer algo para detener este desastre”. Él, como Greta Thunberg, sabe que lo que menos sobra es tiempo.

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