Años atrás leí un libro de cuentos cuyo hilo conductor eran las memorias de un psiquiatra escandinavo, experto en estrés postraumático. El personaje, que escribía en primera persona, relataba las dolencias espirituales de sus pacientes. De las historias clínicas vueltas ficción hubo una que me estremeció especialmente. Era el caso de un hombre, otrora muy guapo, quien por un accidente de tránsito tenía el rostro desfigurado. No me olvido de las angustiosas sesiones en las que aquel joven, cuya gran apuesta en la vida era su belleza, había perdido total interés en seguir adelante, dada la apariencia de “casi monstruo” que veía en sí mismo siempre que se enfrentaba al espejo.
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El episodio literario vino a mi memoria luego de la noticia originada en una desagradable anotación hecha por el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, respecto de la esposa de su homólogo francés, Emmanuel Macron. Ello, según se sabe, como respuesta a una supuesta intromisión en la soberanía del país sudamericano por parte del mandatario galo, cuando este se permitió “el atrevimiento” de considerar los trágicos incendios en la selva amazónica como una “crisis internacional” y decidió incluirlos en la agenda de la reciente Cumbre del G7, celebrada en Biarritz.
“No pretendo jugar a moralista al criticar la bajeza del presidente de Brasil. Me gusta el humor negro, y eso conlleva altas dosis de sarcasmo. Pero cada cosa en su lugar”.
Basado en un cable de la “AFP”, el diario “El País” se refiere a un comentario publicado en Facebook por Bolsonaro como reacción a un hiriente mensaje centrado en el físico de la primera dama francesa, Brigitte Macron, que la comparaba en tono burlón con la brasileña Michelle Bolsonaro. “La francesa tiene 66 años; la brasileña, 37. ¿Entienden ahora por qué Macron persigue a Bolsonaro?”, dice la nota.
No pretendo jugar a moralista al criticar la bajeza del presidente de Brasil. Me gusta el humor negro, y eso conlleva altas dosis de sarcasmo. Pero cada cosa en su lugar. Sobre todo cuando se trata de un líder político que entre sus argumentos más socorridos figuran aquellos que encajan en el conservadurismo barato de quienes juegan a perfectos, así como insultos contra minorías emitidos públicamente, y sin sonrojo, como si fueran palabras piadosas.
Siento un rechazo similar cuando, en redes sociales, algunos nazis locales con nombre y apellido se mofan de alguien, aduciendo que lo que ellos entienden como “la amargura en su discurso” se explica en que provienen de una persona “poco agraciada”, según sus estándares supremacistas e infames. Hacer alarde de eso por Twitter pinta de cuerpo entero a esos seres de crueldad y los refleja tal y como son por dentro: Carroña pura, despojos de putrefacción. Me pregunto qué harían con sus vidas si, como le sucedió al personaje del cuento relatado por el psiquiatra, un accidente de tránsito les desfigurara el rostro. ¿Qué quedaría de ellos? ¿Acaso andarían por el mundo rogando por misericordia?
Me pareció mucho más sutil, aunque también muy directo, lo que pegaron en la pared exterior de la Casa Presidencial después de que el gimnasta Jorge Vega, con gallarda y respetuosa valentía, le dijera sus verdades a varios políticos proclives a “somatarse el pecho” y a protagonizar el fariseísmo con descaro. En esa manta se leen las primeras líneas de “El señor presidente”, de Miguel Ángel Asturias: “Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre”.
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Es diferente la expresión de un pueblo ofendido por las tropelías del poder, que la narrativa entre dos jefes de Estado. Según la nota de “El País”, Macron le respondió con gran altura a Bolsonaro: “¿Qué puedo decirles? Es triste, es triste. Pero es triste ante todo para él y para los brasileños. Creo que las mujeres brasileñas, sin duda, se avergüenzan de leer esto de su presidente”.
Para las almas retorcidas no existe cirugía plástica que funcione. Aunque se maquille de figurín, quien guarda a un “casi monstruo” en sus cavernas íntimas evidencia al instante su abominable fealdad. Bien lo retrata John Lennon en una de sus canciones: “Hay algo que nadie puede esconder: Cuando se es lisiado por dentro”.