Por fin se terminó el proceso electoral. No recuerdo otro tan arduo y tan accidentado. Cubrir elecciones había sido, en tiempos mejores, una temporada periodísticamente alegre. No esta vez. Las modificaciones a la Ley Electoral contribuyeron, para mal, en sembrar la confusión. A veces, donde no la había. Los políticos se atrincheraron en ese argumento para abstenerse, con una supuesta excusa válida, de tratar los dramas nacionales. Faltó tema de campaña. Como fue la seguridad en 2011 o la corrupción en 2015. Se extrañaron las propuestas, por vagas que fueran. Hasta el desparpajo apasionado de los candidatos estuvo ausente. Sin embargo, el cierre ocurrió sin mayores sobresaltos, pese a los nubarrones que sugerían las circunstancias previas. La irresponsable narrativa del fraude, creada deliberadamente por grupos desestabilizadores, fue la mancha más ofensiva. La más ruin. Y su intención estaba clara. Si no ganaba una opción que encajara en la visión del mundo de los “dueños de la verdad absoluta e irrefutable”, el andamiaje para impedir que “el otro” tomara posesión había sido armado. Es ridículamente obvio que, con la derrota de Sandra Torres, ya no haya nadie vociferando que “se robaron las elecciones”, ni activistas rogando en inglés que Donald Trump nos salve del socialismo. De pronto, sin decir “agua va”, desaparecieron del mapa. Así de seguros estaban de lo que proclamaban con indignada vehemencia.
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“Giammattei tiene una oportunidad. Asimismo, infinidad de retos. El primero, la transición. El acuerdo de ‘tercer país seguro’ será su prueba inicial”.
Ahora bien, el resultado final es el mejor posible para intentar algún esbozo de diálogo en esta sociedad tan dividida. El triunfo de Alejandro Giammattei calma un poco las aguas en medio del conato de tormenta que hemos vivido durante este año. Después de oírlo hablar cuando ya su tendencia ganadora era irreversible, se percibió la voz de un político que busca un acuerdo y no la de un bufón que repite un libreto aprendido. No quiero imaginarme lo que estaríamos viviendo si, tras conocerse los resultados, el hoy futuro presidente hubiese desenvainado la espada del populismo barato. Ayuda también que su alero directo, Guillermo Castillo, transmita seriedad y prestancia. Para ambos, como lo apuntó con suma lucidez Quique Godoy, pasó el tiempo de crear expectativas y de endulzar el oído del electorado. Ahora les corresponde situarse en esa tierra firme, a veces incómoda, que trae consigo el poder cuando se ejerce en un país al borde de la desesperación. Vuelvo a lo dicho por Quique: “Si prometen un desempeño de 10 puntos y logran 9, decepcionarán. Pero si ubican la barda en 6 y alcanzan 7, cosecharán el aplauso, aunque 7 sea menos que 9”. La fórmula es tan sencilla y efectiva que cualquier político con dos dedos de frente la aplicaría.
Como en otras ocasiones, este asunto supera la elemental y burda discusión entre izquierdas y derechas. Se equivoca quien considera que Sandra Torres representaba a los progresistas. Pruebas de eso sobran. Solo con el hecho de no haber apostado por la continuidad de la CICIG, tal cosa se evidencia. De hecho, pudo ser un argumento que le hubiese ayudado a ganar adeptos. No se la jugó. O, mejor dicho: No creía en eso.
Giammattei tiene una oportunidad. Asimismo, infinidad de retos. El primero, la transición. El acuerdo de “tercer país seguro” será su prueba inicial. Ya mencionó que quiere conocer el texto completo de lo que se firmó. Veremos qué dirá cuando lo lea. El manejo de estos meses marcará mucho su presidencia. Evitar desgastes anticipados debería ser el faro que alumbre su estrategia. Y digo “faro”, porque navega por un agitado mar en el que los intereses de todo tipo y calaña lo amenazan permanentemente con la pistola del naufragio. Es importante recordar, además, lo que apuntó con agudeza Fernando Carrera por Twitter: “La próxima fecha del calendario electoral es noviembre de 2020. Ahí se define el verdadero futuro político del país…”. No es necesario apuntar por qué.
Por ahora, darle el beneficio de la duda al binomio ganador de las votaciones del pasado domingo es lo que corresponde. Mas no como un cheque en blanco. Lo que nos toca es dejarle mostrar sus cartas. No se le exige que haga magia. Basta con que no se burle, con sus actos, del demacrado y alicaído momento de Guatemala. Su gobierno será inevitablemente de transición. Hacia qué es la pregunta que fustiga. De verdad deseo que no sea rumbo al abismo. Y para lograr que la historia lo registre con palabras de aureola, su única salida es traicionar a algo o a alguien que lo haya ayudado a alcanzar el poder. Posiblemente, a alguna parte de sí mismo. Insisto: Giammattei tiene una oportunidad. Una muy grande. Le deseo suerte y pericia para que no la pierda.