Gane quien gane, habrá que continuar la lucha por el país. Sin rendirnos. Trabajando con ahínco. Dando cara a lo que venga. De eso parto. Y aunque en Guatemala uno jamás pueda confiarse en asuntos de ese tipo, se ve difícil que el próximo gobierno, por pésimo que sea, supere al actual en el aniquilamiento de las instituciones y en el daño infligido a la democracia. En eso, el próximo en ocupar la Casa Presidencial lleva una ventaja. Leve, si se quiere, pero ventaja al fin. Sin embargo, no significa gran cosa si se incurre, desde ya, en los errores tradicionales de los políticos que no controlan sus emociones ni se miden a la hora de imponer su voluntad. Aspectos como la prepotencia o la desfachatez pueden jugarle, muy rápido, una mala pasada a quien obtenga más votos este domingo. La prolongada transición representa la oportunidad de intentar un acuerdo, pero también trae consigo el riesgo de desgastar, antes de que tomen posesión, a las futuras autoridades del Ejecutivo. Lo ideal sería que, cuando los resultados marquen al partido ganador del balotaje, lo primero que se anuncie sea el gabinete completo. Que a partir de esos nombres se empiece a inspirar confianza. Que no escuchemos discursos de triunfalismo barato. Que se evite caer en el pavoneo arrogante de quien juega a todopoderoso. E incluso que, desde el momento inicial, se proyecte una vocación conciliadora y abierta. ¿Mucho pedir? Lo dudo. Estoy lejos de afanarme por la perfección. Solo llamo a la cordura. A la sensatez básica. Al instinto más elemental de sobrevivencia.
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“Gane quien gane, habrá que continuar la lucha por el país. Sin rendirnos. Trabajando con ahínco. Dando cara a lo que venga”.
Cuando escribo el artículo, resiento lamentar algo que jamás había experimentado durante los más de 30 años que llevo en el oficio periodístico: He percibido durante las últimas semanas incertidumbre de que haya elecciones este domingo. Los fantasmas del oscurantismo han rondado demasiado en los meses recientes. Y también faltan las certezas mínimas. Una, que el Tribunal Supremo Electoral se haya blindado lo suficiente como para resolver una cerrada elección en la que no tengamos claro ganador a las 10 de la noche, o bien que esté preparado para presumibles intentos de sabotaje que pretendan sembrar la suspicacia en la legitimidad de las votaciones. Otra, que las fuerzas del mal estén complotando para arruinar, incluso más, este proceso que ha sido, por mucho, el peor de los años de la apertura democrática. Y una tercera: Que gane quien gane, nos podamos contemplar algún respiro en el horizonte; un respiro que nos devuelva, incluso por segundos, la posibilidad de país que teníamos hace cuatro años.
Esta campaña de segunda vuelta ha sido deslucida por ausente. No existen frases célebres o propuestas llamativas para debatir. La coyuntura ha sido intensa y candente, hasta el punto de atropellar las voces de los candidatos. No se respira pasión por ninguno de ellos. La gente irradia un conformismo que en realidad es apatía.
Es impostergable que los líderes más serios de Guatemala, sea cual fuere su ideología, depongan las armas y los egos, y procuren acercamientos coherentes para formular propuestas durante la transición. Asimismo, para estructurar una advertencia ciudadana con el fin de que los abusos consolidados por este gobierno no le muestren una ruta tentadora al que entre, como para que se sienta atraído a continuar con la debacle.
La persona que ocupe la presidencia a partir de enero 2020 no la tendrá fácil. Heredará una catástrofe institucional y anímica, y un país desgarrado y dividido. Pero si pretende escribir con decoro su nombre en la historia, ya debería estar pensando en cómo va a moverse por este fangal de intrigas e intereses. No va a fiesta quien ocupe el año que viene la más importante oficina del Poder Ejecutivo. Le toca un reto descomunal. Lo mismo a la ciudadanía. A nosotros. Porque tendremos que continuar la lucha por el país, trabajando con ahínco y dando cara a lo que venga. Sin rendirnos. Sin darnos por vencidos antes de tiempo. Sin ser presas del pánico que produce la desolación. Gane quien gane.