Opinión

Nineth

Es justo reconocer a quienes han abierto brecha. A quienes con sus huellas han escrito una historia de servicio. A quienes han puesto en riesgo su seguridad para ser la voz de los demás.

Es el caso de Nineth Montenegro, cuya incidencia en la narrativa de nuestra joven democracia ha sido decisiva, tanto en su faceta como activista, como en la que ha desempeñado como diputada durante varios años.

Los resultados de las elecciones del domingo la dejan fuera del Congreso para la próxima legislatura y traen consigo la cancelación del partido que fundó y con el que ejerció buena parte de su lucha política.

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Su recorrido ciudadano le ha dado mucho al país. Solo de imaginarme el calvario que vivió con la desaparición forzada de su primer esposo me basta para poner sobre la mesa su indiscutible valor.

Nineth no lo sabe, pero yo a ella la conocí en el cine Lido, en sus tiempos más beligerantes de protesta callejera. Julio Godoy, un excelente periodista y escritor a quien después le perdí la pista, me la presentó una tarde antes de entrar a ver “La historia oficial”, esa soberbia película que centra su trama en los niños robados por las fuerzas armadas a las víctimas de la dictadura argentina de los años 70.

Desde entonces he admirado su coraje y su capacidad de sobreponerse a la adversidad. Quienes hoy cómodamente la señalan desde las redes sociales de “tibia”, no tienen ni la mas remota idea de lo que significó, en su tiempo, desafiar el poder de los militares y de sus secuaces.

Fue enorme el peligro que representó para aquella joven veinteañera exigir que le devolvieran al padre de su hija, aunque fuera tan solo para darle cristiana sepultura.

Y ese legítimo reclamo marcó los inicios de la era democrática y abrió puertas para que el régimen de terror fuera cediendo algunos centímetros de terreno, lo cual ya era demasiado para los estándares de la época.

Nineth lo hizo dando la cara y sin protección alguna. Y así abrió brecha. Rompió el miedo. Dio ejemplo. Me viene en este momento a la memoria uno de sus episodios más significativos. Ocurrió en 2015.

De la tómbola para escoger a los integrantes de la comisión pesquisidora que iba a ocuparse de la solicitud de retiro de inmunidad para el entonces presidente, Otto Pérez Molina, salió una pelotita con su nombre.

¿Cómo olvidar la incidencia decisiva de Nineth para que ese trámite no sufriera de retrasos maliciosos? Guardo con admiración la imagen de su audaz faena al irse, con todo y valija, a “acampar” al Congreso, con el fin de presionar pacíficamente al resto de integrantes de la pesquisidora.

Para quienes lo olvidaron, fueron múltiples las veces en que la diputada Montenegro y los integrantes de la bancada de Encuentro por Guatemala trabajaron en arriesgadas fiscalizaciones que evidenciaron la podredumbre de nuestro corrupto sistema.

Se extrañará mucho a ese grupo parlamentario, aunque las recientes votaciones sugieran que llegará gente a la “Novena Avenida” a recoger la estafeta y a continuar con esa labor. La renovación trae esperanza en medio de tanta maniobra sórdida. Confío en eso.

Pero hay algo particularmente importante que no puede quedar fuera de este artículo. A Nineth se le critica mucho por una de sus mayores virtudes.

Me refiero a su capacidad de abandonar la línea dura de sus tiempos de activista para dar muestras de que, incluso en la polarización más atroz, un moderado es indispensable para mostrarle a la sociedad que tender puentes es posible y sano. Estoy consciente de que eso le ha acarreado tirrias y abucheos, al señalársele de intentar “quedar bien con Dios y con el diablo”.

Lo que sus detractores pasan por alto es la importancia que tuvo en su momento, y que tiene ahora: Una genuina actitud de conciliación en un cavernario medio en el que “quien no está conmigo, está contra mí”.

Conozco a varios que se han distanciado de Nineth por esas y otras razones. Algunos le achacan escasa capacidad para tolerar liderazgos nuevos a su lado. Otros dicen que se “acomodó” en el Congreso y que no se expuso lo suficiente como para desarrollar una candidatura presidencial.

También le recriminan su defensa a la Ley de Contrataciones y hasta sus amistades en el sector privado. Muy fácil es hablar. Y más fácil aún es denostar a alguien que se mete a la vida pública y que se hace notar por sus convicciones.

Con más luces que sombras, Nineth Montenegro ya dejó huella en nuestra joven democracia, así como en varios capítulos de la historia contemporánea del país. Y aunque en enero de 2020 deje de ser diputada, no dudo de que en su próxima etapa de ciudadana vuelva a brillar y a incidir.

Luego de este agotador y turbulento proceso electoral, me da gusto reconocer desde esta columna a una mujer valiosa. Eso es Nineth. Una mujer muy valiosa, a la que Guatemala tiene mucho que agradecerle.

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