Opinión

El hombre del tanque

“Nos prometen más de lo mismo, y hasta en peores dimensiones”.

Lo admiro hace 30 años y ni siquiera sé cómo se llama. Nunca lo sabré; no lo sabrá nadie. Hablo de un hombre valiente y heroico. De un hombre desesperado por la opresión criminal de un sistema oprobioso. De un hombre que, anteponiendo su dignidad, no le importó la inminencia de perder la vida. Me refiero al conocido como “el hombre del tanque”. Ese que se plantó frente a un convoy de vehículos artillados en la plaza de Tiananmen, en China, un 5 de junio de 1989. En realidad, se plantó frente a una maquinaria intolerante a la que no le importó matar a miles de personas en una noche, con tal de mantener intacto su régimen de terror. El terror totalitario que siempre me ha repugnado. El comunismo puro y duro. Es impresionante y conmovedor ver el video en que ese joven, presumiblemente un estudiante veinteañero, no permite el paso de una columna de carros de combate. Sobre todo, cuando el tanque intenta evadirlo y él, con un aplomo ejemplar, se corre para no permitir que avance. Luego, en el paroxismo del desafío, se encarama al blindado de guerra y parece recriminarle al soldado por servir a la brutal dictadura, que había respondido con balas y muerte a los casi dos meses de manifestaciones pacíficas que pedían libertad y el fin de la corrupción.

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“El futuro, mientras tanto, sigue sin esbozarse en alguna idea coherente que entusiasme”.

Fue gracias a los corresponsales de prensa como el mundo se enteró de una de las más cruentas páginas de la historia universal de la infamia. La imagen de “el hombre del tanque” es potente y enternecedora. Y en China se impuso el olvido para el horrendo episodio de la masacre de Tiananmen. Sencillamente “nunca ocurrió”. Y aún se reprime a quienes osan intentar recordarla. De algún modo, esa actitud frente a los crímenes contra la población civil me recuerda a Guatemala.

Hoy, por ejemplo, se cumplen 35 años de la fundación del Grupo de Apoyo Mutuo (GAM). Hablar de desaparecidos aquí implica ser “comunista”. Aunque sean varios miles los secuestrados que jamás regresaron y el sufrimiento de sus familias persista en los duelos que nunca pudieron cerrarse. Es tal el atraso político y humano de este país que no se distingue entre dolor e ideología. Si el que sufre es enemigo, qué importa. Muy parecido a China, pero sin el éxito económico de la potencia asiática. Sí, ya sé. Estoy exagerando. Aquí por lo menos todavía nos queda la libertad de expresión. Cómo negarlo. Pero igual nos incomoda el tema del pasado. Y ninguna de las partes que se enfrentaron militarmente durante el conflicto armado interno asume sus responsabilidades en esa barbarie. Por cierto, es patético oír a los candidatos punteros hablar de las matanzas durante aquellos terribles años. Dan pena. Eluden enfrentar (o siquiera darse por enterados) de lo que pasó. Y como en China, practican la amnesia selectiva. El futuro, mientras tanto, sigue sin esbozarse en alguna idea coherente que entusiasme. Nos prometen más de lo mismo, y hasta en peores dimensiones. Dispuestos están, ellos y sus aliados, a entregarle el país a las mafias y al narcotráfico, con tal de mantener la estéril y trasnochada pugna ideológica de la “Guerra Fría”. Así de ciegos son. Así de “nacionalistas”.

“Nos prometen más de lo mismo, y hasta en peores dimensiones”.

Veo de nuevo el video de “el hombre del tanque”. Vuelvo a conmoverme 30 años después. Vuelvo a sentir que la humanidad no está perdida cuando percibo su dignidad y su gallardía. Vuelvo a recordar que  yo, que detesto las dictaduras totalitarias representadas en masacres como las de Tiananmen, vivo en un ambiente en el que hablar de los desaparecidos durante la lucha armada, referirse a la inaplazable tarea de atender la extrema pobreza o defender el principio elemental de igualdad ante la ley me transforma en “comunista” o “izquierdoso” para un grupo “selecto” de radicales que pretenden que en Guatemala no cambie absolutamente nada. He ahí la paradoja. Aunque me declare, sin tapujos, “anticomunista”. 

Es obvio que los radicales de cualquier estirpe están mucho más cerca del régimen totalitario y criminal, representado en ese convoy de carros de combate de 1989, de lo que quisieran admitir. Por ahora, la lógica primitiva va ganando. Pero entre la juventud que toma conciencia de la insensatez canalla de quienes gobiernan, así como de quienes los apoyan, no estará lejos el espíritu heroico y digno de ese tan admirado “hombre del tanque”, a quien hoy le dedico esta columna.

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