Ser un candidato idóneo no significa ser un candidato perfecto. Nunca. Asimismo, que un presidenciable articule bien un mensaje no implica que pueda cumplir todo lo que promete. Es decir, un “pico de oro” no necesariamente es un estadista. Casi nunca, en realidad. La demagogia es descarada en infinidad de impresentables que buscan “enamorar” a los incautos, sin que les importe hacerlo con mentiras. Sin embargo, resulta esencial que un político comunique con certeza lo que pretende hacer; que sepa crear ilusiones de algo alcanzable. Y que entusiasme. ¿Le parece una contradicción lo escrito en este párrafo? Considero que no lo es. Pero sí complejo.
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Y aún hay más. Cuando afirmo que no existe el candidato perfecto o la candidata perfecta, no descubro el agua azucarada. Es obvio que defectos tienen todos. Como usted y como yo. Por ahí empieza el análisis serio de un votante. ¿Cuáles son las fallas que pueden tolerársele a alguien que quiere dirigir el país? ¿El alcoholismo, por ejemplo? ¿Demasiadas parejas? ¿Adicciones varias que incluyan drogas duras? ¿Acaso su orientación sexual? Un alcohólico en la presidencia puede ser fácilmente manipulable por asesores inescrupulosos. También sería propenso a hacer el ridículo con declaraciones públicas que evidencien, en su lenguaje corporal, ansiedades propias de las descompensaciones químicas de la farra más reciente. Pero hay dos aspectos que son más peligrosos: El primero, que incluso siendo el presidente una buena persona sus cercanos lo mantengan fuera de la realidad para torcerle la agenda sin que él siquiera llegue a percatarse. Lo cual no lo excusaría frente al escrutinio de la historia ni lo libraría de persecuciones penales. El segundo, que no siendo un tipo de buen corazón disponga ordenar algún disparate criminal en un momento de euforia dipsómana, o que se añada sin chistar, y hasta con gusto, a las maniobras más despreciables y dañinas para nuestra incipiente y todavía débil democracia.
“Buenos candidatos hay. Por ende, puede haber buenos presidentes. Pero no será con bondad ni con candor como se logrará que, por fin, Guatemala escriba una historia medianamente feliz en materia de administraciones presidenciales”.
Si el problema fuera la debilidad por las “varias parejas”, los riesgos son especialmente susceptibles al chantaje, o bien a que se determine que sus relaciones ocasionales o paralelas son favorecidas con privilegios dentro del Gobierno. El renglón de la adicción a las drogas es similar al del alcoholismo. Con frecuencia ambos van ligados. Pienso que la orientación sexual no debiera ser un argumento de condena, pero estoy consciente de que en una sociedad como la nuestra tal cosa pueda pesar, y mucho. No veo a corto plazo a un aspirante presidencial declarándose abiertamente gay, esperando ganar las elecciones.
Dicho lo anterior, voy al meollo del asunto: Hay otras debilidades que interfieren de manera decisiva en el desempeño de un mandatario. Una es la falta de decencia. Eso es obvio. Pero, a la vez, un presidente no puede ser corto o falto de carácter. Si es incapaz de tomar decisiones espinosas y de escoger bien sus batallas, incluso siendo intachable podría fracasar. Son estas dos cualidades las que deben coincidir en un político exitoso en tiempos como los que corren. A lo que ha de agregarse una enorme capacidad de diálogo y de mediación.
Porque así como no existe el candidato perfecto, tampoco hay un presidente perfecto. Buenos candidatos hay. Por ende, puede haber buenos presidentes. Pero no será con bondad ni con candor como se logrará que, por fin, Guatemala escriba una historia medianamente feliz en materia de administraciones presidenciales.
Por ello, es inquietante que el voto siga siendo tan emotivo o tan desinformado en un país como el nuestro. De verdad, no estamos para darnos el lujo de otros cuatro años tan erráticos y oscuros como los que terminarán el 14 de enero de 2020. Quien llegue al poder en esa fecha seguramente no irá acompañado de angelitos para sacar adelante su gestión. Eso los sabemos. Y tal como lo planteaba al principio, elegir es complejo. No es suficiente con que el candidato posea el don de la palabra, si es un vil demagogo. Pero sí debiera ser muy asertivo en su comunicación, para mantener la fe en medio de las tormentas. De igual forma, no basta con que sea decente. También precisa de ser enérgico a la hora de resolver situaciones límite, sin prestarse a las peores bajezas o sucumbir frente al temor a la crítica.
No es fácil que surja una figura así. Se ve arduo y elusivo conseguirlo a inmediato plazo. Pero unos pocos, muy pocos, se acercan al perfil. Ojalá los votantes pudiéramos descubrirlos antes de que sea demasiado tarde.