Opinión

En el país de la negación

“El frecuentemente negado en este último tiempo es Mario Estrada”.

Somos un país hecho a la negación. Solemos negar lo evidente. Tapar el sol con un dedo. Ignorar que hay un elefante en nuestra cristalería. Negamos de diversas maneras. El pasado, por ejemplo. Aquí no ocurrió nada. Y si acaso algo sucedió, olvidarlo es el deber de quienes, a fuerza de dogmas, solo saben ver hacia el futuro como si la experiencia no sirviera para nada. Igual negamos el presente. Nos lo inventamos a conveniencia. Lo maquillamos. Y así, rara vez lo enfrentamos como debiéramos.

A los amigos y a los compinches se les niega con vehemencia cuando se ven envueltos en aprietos. Y si esos “líos” son con la justicia de Estados Unidos, mucho más. Especialmente durante la temporada de campaña. El frecuentemente negado en este último tiempo es Mario Estrada. Ahora nadie era cercano a él. Nadie iba a su finca a cortejarlo por su caudal electoral en el oriente. Nadie era asiduo a sus fiestas. Y si por alguna razón se asistió a alguna, ahí no pasó nada. Ni de política se habló. Mucho menos de otro tipo de planes o de alianzas. Eso jamás. Asimismo, nadie asume que los diputados de la UCN solían votar alineados con otros grupos. No. Eso ni mencionarlo. Fue una absoluta casualidad. Como también es casualidad la manera en que ciertos nombres de gente vinculada con diversos poderes llegó a integrar las listas de candidatos en el partido de Estrada. Eso, como lo anterior, fue una jugarreta del destino, que pilló desprevenidos a un puñado de incautos cuyo único deseo era servir a Guatemala y sacarla del subdesarrollo.

“El frecuentemente negado en este último tiempo es Mario Estrada”.

Negar las afinidades que pueden demostrase fácilmente con hechos notorios resulta tan natural como decir que la gallina en crema con loroco es deliciosa.

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Haciendo la nota discordante, entrevisté unas cuatro veces a Mario Estrada. Nunca le fue fácil contestar preguntas bajo presión. Incluso hubo momentos incómodos en sus apariciones en la radio como aspirante presidencial. Sin embargo, después de esas charlas tensas siempre se portaba amable y campechano, como que si la conversación en cabina hubiese sido un flan. Pero volviendo al tema de las negaciones, nadie puede ahora negar la tremenda acusación que pesa sobre él. Una acusación de la que difícilmente podrá librarse, ya que, según lo dicho en al aire por el exsupervisor de la DEA Jan Shedd, todos los detenidos en circunstancias como las del excandidato presidencial cooperan con la justicia. Y eso implica proporcionar datos que sirvan para seguirle la pista a otros involucrados con la red. Lo mismo ocurre con Juan Pablo González Mayorga, el acompañante del líder de UCN. Es previsible que su recorrido por el financiamiento electoral sea objeto de su confesión.

Shedd hizo especial hincapié en que esa clase de operativos, con agentes encubiertos, no obligan a nadie a decir una palabra ni a expresar nada de lo que se revela. Lo que afirman los señalados es por voluntad propia. Pero todo, absolutamente todo, queda documentado. Y ese material se aporta al caso judicial. Por ello, aunque muchos políticos y personajes públicos hoy nieguen y nieguen y vuelvan a negar sus vínculos con Mario Estrada, si se comprueba en una corte lo que la DEA asegura haber registrado en su investigación, muchos nombres surgirán en los folios que relaten esa historia, presumiblemente sórdida. Mientras tanto, con el inmediatismo miope y mediocre que caracteriza a nuestra clase electorera y dirigencial, escucharemos cómo los baños de pureza abundarán tomando distancia del caído candidato y de su socio. Ese tipo de discursos ya proliferan por declaraciones a la prensa y en redes sociales. Y en casi la totalidad de casos causan rechazo. Y dan asco. Mucho asco. Sobre todo, cuando la evidencia es palmaria. La consigna es negar lo innegable. Hacer como que el pecado no existió. Como que fue un espejismo producto de alguna malsana casualidad, inventada por los enemigos políticos o por los “mentirosos” medios de comunicación.

Estas elecciones nos pintan de cuerpo entero. Y el cuadro es deprimente y aterrador. Pero igual, seguimos negando que la mayoría de “propuestas” son un fiasco, porque es más fácil evadir la realidad que enfrentarla. En tal sentido, se nota otra de las penosas variantes de negar lo evidente. Es decir, ignorando la debacle o guardando un vergonzoso silencio alrededor de hechos contundentes. Aquí no está sucediendo nada. Absolutamente nada. Que la DEA haya detenido a un candidato y a un presunto financista en Estados Unidos no es gran cosa. Tampoco que otro aspirante presidencial, hablo de Roberto Arzú, tenga orden de detención en Miami por una cuantiosa deuda. Y si esta semana se revela que un nuevo político que busca algún puesto de elección popular está ligado a un cártel o a un grupo delictivo, la indolencia reinará como ya es costumbre.

Aquí los culpables más obvios niegan sus delitos y sus crímenes. Aquí se niega que el cambio climático nos destroza el departamento de Petén, de la mano del narcotráfico. Aquí se niega la desigualdad, porque el término es “inexacto”. Y se niega asimismo que hay un manejo torpe y desinformado de buena parte de nuestro activismo social, porque nadie quiere aceptar los errores cometidos. Total, negamos todo. Hasta a nosotros mismos. Somos el país de la negación, y por eso nos negamos hasta el derecho a darnos la oportunidad de ser viables como sociedad. Ese es el irresponsable precio de ignorar el elefante que retoza en nuestra cristalería.

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