Las elecciones podrían sufrir giros incluso más dramáticos que la detención, en Estados Unidos, del candidato Mario Estrada. Ya todo es posible en esta campaña. Y nadie parece con probabilidades de salir ileso de lo que se destape a partir de ahora. Es previsible que habrá revelaciones espeluznantes y contundentes. Historias de horror, aquí y allá. ¿Cuántos secretos que vinculen a otros aspirantes o a funcionarios en ejercicio guardará el aprehendido líder de la UCN? ¿Cuán cerca estaba Estrada del actual Gobierno? ¿Habrá más presidenciables a quienes la DEA les haya tendido alguna trampa? ¿Qué calidad de revelaciones tendrá que soltar Juan Pablo González Mayorga para atenuar los señalamientos que le imputa la casi infalible fiscalía de Nueva York? No es gracioso lo que sucede en el ámbito político de esta Guatemala derruida y desmoralizada de 2019. Somos un país desnudo frente al vendaval. La humorada de que los debates deberían hacerse en Miami para determinar cuántos de los que participan logran regresar no es una exageración de comicidad. Resulta casi un desafío. Es tal el entramado de corrupción y de mafias que impera en nuestra sociedad, que cualquier serie de Netflix se queda chiquita. No existen instituciones ni organización social como para enfrentar un cataclismo de ese calibre. Nunca la ha habido. Lo poco que empezaba a consolidarse fue derribado por medio del cinismo canalla y del abuso consensuado del poder. El exmandatario de Colombia Andrés Pastrana lo esbozó en la radio durante su reciente visita al país. Hay diferencia entre el narco Estado y el Estado narco.
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“Es tal el entramado de corrupción y de mafias que impera en nuestra sociedad, que cualquier serie de Netflix se queda chiquita”.
El primero es muy parecido al que vivimos hoy, con autoridades cooptadas, compradas o atemorizadas para que la ruta y los negocios aledaños no sufran mayores molestias. El segundo es ya un aparato gubernamental, con sus tres poderes coludidos, haciendo del trasiego de drogas y del crimen transnacional su descarado negocio. El paso de ser uno u otro es el que posiblemente nos juguemos en las próximas elecciones. Y ese paso, por irremediable que parezca, podría tener consecuencias nefastas para nuestras aspiraciones de viabilidad. Aquí ya no hay pudor. Lo único que interesa es el dinero. Y absolutamente todos en esta Guatemala derruida y desmoralizada de 2019, de alguna manera dependemos de esa “estabilidad del hampa” que lava dinero sin recato en nuestro pútrido sistema. No quiero imaginar si la familia de Mario Estada se ve obligada a sacar a luz lo que asegura tener. Y cuando digo “se ve obligada” es solamente siguiendo el guion que el hijo del detenido candidato puso a rodar en redes sociales, con la lógica de “si caemos, nos llevaremos a muchos con nosotros”. Aunque abunden los que crean que tales amenazas no pasen de ser una estridencia sin mayores fundamentos, el peligro está ahí. Y el peligro es que se desmorone lo poco que queda, ya sea por los excesos de violencia que terminen de desplomar nuestra precaria gobernabilidad, o bien por desencadenar una crisis política definitiva (y descontroladamente caótica) que derrumbe, de una vez por todas, esta farsa que buscan vendernos quienes todavía predican que Guatemala se basta a sí misma para salir adelante.
Si no fuera porque es real, la historia que vivimos sería sumamente interesante. De hecho, lo es. Lo triste es que, a diferencia de las series de Netflix, aquí los muertos son de verdad y la sangre que corre es igualmente real. Estoy convencido de esto: Las elecciones podrían sufrir giros incluso más dramáticos que la detención, en Estados Unidos, del candidato Mario Estrada. Ya todo es posible en esta campaña. Evitar un colapso parece improbable. Y lo terrible es que ese inminente descalabro no garantiza que toquemos fondo, ni que después de semejante porrazo reaccionemos a la altura de las circunstancias. Estamos lejos aún de ver que los radicales y los “sembradores de odio” den su brazo a torcer. Antes de eso, prefieren hundir el barco. Total, los que más pierden siempre son los de siempre, valga la deliberada redundancia.