Lo dijo el jurista Alex Balsells por la radio: “El sistema judicial de Guatemala no está preparado ni siquiera para un accidente de tránsito”. Conozco a muchas víctimas que pueden dar fe de eso. Un amigo cercano lo acaba de padecer. En realidad, sigue sufriendo las secuelas de un sinsentido. Hace tres semanas tuvo un percance vial, en el que no fue el responsable. Le sucedió con un motorista. Y como se sabía inocente, peleó por sus derechos. Pero ni con el apoyo del ajustador de su seguro le pudo ganar la partida al abogado que representó, con amenazas y artimañas, al verdadero culpable de la colisión. Entonces, sin haber sido el incauto ni el negligente, la terminó en la carceleta de Tribunales. Humillado y con las manos esposadas. Fichado. Con arresto domiciliario y bajo arraigo. Con su automóvil retenido en el temible depósito y lo que eso conlleva: El riesgo de ser desvalijado. Su audiencia, fijada hasta para mediados de junio, lo mantiene en jaque. En un injusto jaque. Muy injusto. ¿Es aceptable semejante cosa?
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“Pero nuestro sistema judicial colapsa cada vez que se le exige un poco más de lo que está preparado para asimilar. A lo que se suma la fornida y ya de nuevo descarada corrupción que nunca falta”.
Estoy seguro de que miles de personas se verán reflejadas en su historia. El calvario que se vive en esos casos abarca, incluso, otras dimensiones. Lo del carro en el depósito es una de las más dramáticas. Abundan los relatos de quienes han recibido sus vehículos en trozos, luego del paso por ese predio. Lo cual me lleva a pensar en la indefensión de la ciudadanía frente a las mismas autoridades que, supuestamente, deberían protegerla. ¿A quién se demanda por el saqueo, ya visto como “normal”, de un automóvil bajo resguardo del propio Estado? ¿Cómo puede vivirse razonablemente sereno en un país en el que, por falta de asignación de los recursos mínimos y el manoseo permanente de las mafias, el Poder Judicial sea un verdugo diario de incontables inocentes? Mientras escribo, me vienen a la memoria otros testimonios similares. Recuerdo el de una amiga que, al salir de un supermercado en la ruta hacia Puerto Quetzal, embistió a un motorista que no atendió el alto que le hizo un agente de tránsito. Era obvia la pifia y la imprudencia del piloto de la motocicleta. Pero no. Cuando mi entrañable amiga se bajó para inicialmente cerciorarse de la situación del imprudente, su suerte ya estaba echada. Ni quejarse de las abolladuras en su carro pudo. Su pesadilla apenas comenzaba, pues una multitud surgida de quién sabe dónde, la rodeó y estuvo a punto de lincharla. Sí, de lincharla. Algo que la Policía no fue capaz de impedir. Es más, cuando la aseguradora se presentó al lugar, lo que recomendó fue que ella “se hiciera cargo”, porque eso, según la experiencia, iba a ser mucho más barato y menos engorroso que reclamar su derecho a ser resarcida por el irreflexivo y temerario motorista. ¿Qué ocurrió al final? Ella se vio obligada a pagar el deducible para cubrir los destrozos de su propio carro y la motocicleta entera del agresor. Es decir, tuvo que confesarse culpable, sin serlo, para evitarse contrariedades y hasta posibles martirios judiciales.
Los abusos en tal sentido no se quedan ahí. Es indignante y hasta peligroso que en vías como la 20 calle de la zona 10, en el cruce que lleva hacia el bulevar Los Próceres y la Diagonal 6, los conductores tengamos que sortear un flanqueo de automóviles semidestruidos colocados en la vía pública. No entiendo cómo se permite semejante arbitrariedad vial. La misma Emetra debería tomar cartas en el asunto. Pero es claro que la responsabilidad le corresponde al Ministerio de Gobernación.
Podría enumerar infinidad de ultrajes que se viven cotidianamente en Guatemala. Hacerlo no sería descubrir ningún agua azucarada. Los conocemos de sobra. Y jamás hacemos nada. Solo soportamos y nos lamentamos. Pero nuestro sistema judicial colapsa cada vez que se le exige un poco más de lo que está preparado para asimilar. A lo que se suma la fornida y ya de nuevo descarada corrupción que nunca falta. Tiene razón Alex Balsells cuando dice lo que dice. Me duele admitir, sin embargo, que vivo en un país en el que, para evitarse problemas, un inocente tenga que declarase culpable, y aun así sufra vejámenes y humillaciones. No puedo aceptar semejante aberración, por más normal que parezca. Lo repito: No la acepto.