Escribo y consulto el reloj. Han transcurrido 80 horas desde que se supo que los vehículos artillados J8 estaban formados en la pista de la Fuerza Aérea. Ochenta horas sin que el gobierno se haya dignado a informar por qué decidió el traslado de los jeeps, aunque todo sugiera que es la consumación de “un berrinche anunciado”. El silencio gubernamental es una absoluta falta de respeto al pueblo de Guatemala. Las donaciones de ese tipo no se le hacen al presidente o al ministro de Gobernación, sino al Estado como tal. Es decir, al país. Y si, como ha trascendido, Estados Unidos no pidió de vuelta los J8, lo mínimo que se espera de las autoridades del Ejecutivo es que hagan públicos sus argumentos acerca de lo que, según se ve, es la “amenaza” de devolver esa flotilla. Insisto: No es un favor el que se les pide al requerir explicaciones al respecto. Proporcionarlas es su gorda obligación. Y el comunicado emitido no dice nada. Si es una rabieta, tendrán que aclarar su postura. Y si salen con que es un “acto de dignidad”, el ridículo será incluso mayor. Porque dignidad no es. Dignidad sería mostrar una actitud más enérgica y resuelta a la hora de contestar a los desplantes del presidente Trump cuando este equipara a los migrantes con delincuentes.
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“Es vergonzoso todo lo ocurrido alrededor de los J8. Intimidar a la población con su despliegue por la zona 14 marcará a este gobierno y lo condenará históricamente como el régimen más troglodita de la era democrática”.
Pero no. Ahí la Cancillería es sumisa y obediente. Ahí lo que emite son tímidas reacciones. Resulta dramáticamente contradictorio que Relaciones Exteriores sea tan diligente para condenar los ataques en Nueva Zelanda o en el país de Cruyff, pero guarde un bochornoso silencio con los atropellos perpetrados por la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua. Es evidente que el oxígeno conseguido con el rastrero traslado de la embajada a Jerusalén ya se acabó. Un traslado que, por cierto, no fue por simpatías con el pueblo judío, sino por la conveniencia de lograr acercamientos en la Casa Blanca para deshacerse de la CICIG. Eso no hay que olvidarlo. Y quienes más deben tenerlo presente son los mismos israelíes.
Es vergonzoso todo lo ocurrido alrededor de los J8. Intimidar a la población con su despliegue por la zona 14 marcará a este gobierno y lo condenará históricamente como el régimen más troglodita de la era democrática. Es vergonzoso, además, lo que se vio el pasado viernes. Varios de los vehículos artillados evidenciaban maltrato y descuido. Me imagino que el Departamento de Defensa de los Estados Unidos debe estar estupefacto frente a una reacción tan infantil luego del anuncio hecho el jueves de que se suspendían las transferencias de equipos y de capacitaciones para las Fuerzas de Tarea por el mal uso de los jeeps artillados. Y si por alguna razón los J8 se van de Guatemala, no descarto que hasta consecuencias penales puedan acarrearle a los responsables de esa baladronada barata, porque dispusieron de un patrimonio del cual no son precisamente los dueños.
Paralelo a esos desplantes, gravitamos alrededor de otros peligros que no deben ser ignorados. Actitudes como esas nos aíslan de manera inquietante, incluso más allá de lo que ya nos distanciamos del concierto de las naciones. Es iluso pensar que el próximo presidente podrá restaurar con facilidad los escombros que en materia de política exterior dejará el gobierno de Jimmy Morales. Nos están haciendo quedar como una sociedad rudimentaria y paleolítica. Y el riesgo radica en que, detrás de estos aparentes arrebatos, lo que haya sea un estructurado y malévolo plan para destruir el proceso electoral. Es oportuno no ignorar que tienen aliados en los tres poderes del Estado. Y que el desorden les favorece.
Por acostumbrados que estemos a las ordinarias acciones de esta administración, el episodio de los jeeps artillados no puede pasar inadvertido. De hecho, jamás debió ser visto a la ligera. Ni ahora ni el 31 de agosto de 2018. Lo que sí parece claro es que Estados Unidos decidió tomar cartas en el asunto de Guatemala, al que tantas largas le dio en los últimos dos años.
¿Qué vendrá después de retirar la asistencia militar? No dudo de que muchos estén temblando al vislumbrar las consecuencias de los disparates perpetrados por quienes controlan el poder en este país, políticamente derruido. Este mismo que tiene programadas votaciones para junio. La torpeza y la ineptitud, aunada al dolo más siniestro, son aquí el signo de los tiempos. Se entiende perfectamente la apatía de los jóvenes y la desesperanza de quienes emigran por miles cada día. E insisto: No dar la mínima explicación de por qué estacionaron los J8 en la Fuerza Aérea, además de grotesco, representa una imperdonable falta de respeto al pueblo de Guatemala. Imperdonable, de verdad.