¿Cómo debemos tomar en Guatemala la contundente victoria de Nayib Bukele en El Salvador? Me parece curioso lo que oí decir a un analista salvadoreño, que relató cómo a los oponentes del hoy presidente electo les gritaban durante sus concentraciones que “devolvieran el dinero robado”. Se refería a Arena y al FMLN. La gente está cansada de tanto saqueo. Ya fueron demasiadas décadas de atraco. El latrocinio nos rebalsó. ¿Podrá este joven de origen árabe honrar sus promesas anticorrupción? Aquí abundan los que dudan de que realmente sea un “antisistema”, como él suele definirse. La amarga experiencia con Jimmy Morales podría sugerirnos que no cumplirá.
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"¿Qué pensaría usted si aquí surgiera un cuarentón diciendo que no se alinea con los malversados discursos del conflicto armado y que rechaza las artimañas ruines del actual gobierno?"
Es de recordar que nuestro actual presidente encontró un país entusiasmado por la posibilidad de volverse viable, y que ahora, tres años después, el retroceso causado por sus yerros nos volvió un ejemplo de lo contrario. Pero Bukele se diferencia de Morales en un asunto práctico: Sus antecedentes no son ajenos a la política y tiene detrás una ejecutoria verificable como alcalde. ¿Podría algún outsider volver a dar la sorpresa en las elecciones de este año como ocurrió en 2015? Difícil, mas no imposible. Difícil, porque las reformas a la ley electoral dan escaso margen a que se posicione un candidato nuevo en cuestión de 90 días. Sin embargo, el chato criterio de nuestros políticos los aleja de correr riesgos y prefieren ir “a la segura”, aunque ello implique repetir figuras gastadas, grotescas y sin prestigio. Harta como está la sociedad de tanta descalificación y de tanto odio, será el aspirante que interprete mejor esa frustración quien capitalice las condiciones actuales.
¿Y si a ello añade que se compromete a incluir en su propuesta la efectividad económica, atribuida a la derecha, y la sensibilidad social que distingue a la izquierda?
Aunque aquí la legislación vigente impone claras restricciones, uno de los pocos caminos para enviar un mensaje que ilusione al electorado pasa por las redes sociales. Bukele es joven y conoce ese lenguaje a la perfección. Un selfie suyo comunica más que cualquier fogoso discurso de los viejos políticos. Su posición ideológica es, asimismo, la más oportuna y desintoxicante para encantar a las masas: No duda en calificar como dictaduras a Venezuela y a Nicaragua, pero tampoco deja a Honduras fuera de la lista. Dice que ser “de derecha o de izquierda” es para los babyboomers o para algunos de la generación X, y que para un millennial eso ya no significa nada. Así le contesta a Fernando del Rincón, en “CNN”: “Nos gusta señalar a nuestros dictadores menos simpáticos, pero nos gusta defender a nuestros dictadores favoritos”. Justo el retrato de quienes vociferan que no quieren un Maduro para Guatemala, pero justifican y aplauden las acciones autoritarias de Morales, o para los que critican ferozmente a Jimmy, pero argumentan a favor del chavismo o de la barbarie orteguista.
¿Qué pensaría usted si aquí surgiera un cuarentón diciendo que no se alinea con los malversados discursos del conflicto armado y que rechaza las artimañas ruines del actual gobierno? ¿Y si a ello añade que se compromete a incluir en su propuesta la efectividad económica, atribuida a la derecha, y la sensibilidad social que distingue a la izquierda? Todo eso sin miedo a llamar a las cosas por su nombre. Sin temor a decir que aquí hay, en promedio, más de 12 mil personas en prisión preventiva, y que esa aberración no se la inventó la CICIG. Sin la hipocresía de jugar a santo y dispuesto a dosificar los cambios para no caer en arrebatos. Sin ser “políticamente correcto”, pero a la vez distante de los excesos excluyentes. Sin cortapisas para convocar a los emprendedores más progresistas y a los progresistas más emprendedores, aunque ello le cueste la simpatía de los dinosaurios que viven de asustar con el petate del muerto y de quienes, a cortoplacista conveniencia, se creen las patrañas de esos embaucadores.
La mayoría de quienes emigran hacia Estados Unidos no solamente lo hacen por desempleo, sino porque ya no ven futuro aquí. Y cada vez se suman más a esa tendencia, profesionales de la clase media. No hay oportunidades, es cierto. Pero faltan más las esperanzas. La clave para los aspirantes a la presidencia en este 2019 consiste, como lo hizo Bukele, en volver a encender el faro en medio del tormentoso mar. Es bastante obvio que la maldad y el cinismo operan de nuevo a la luz del día y sin sonrojarse. Y tal cosa solo puede traer consigo pesadillas.
¿Podrá Bukele cumplir sus promesas anticorrupción y aquellas centradas en una infraestructura renovada? Se ve arduo con el país que hereda. De más está decir que en la vecindad tampoco se ha vuelto moda la virtud. Yo le deseo suerte y, sobre todo, coraje para no amilanarse en el intento. Empuje tiene. E intuición, también. Espero que, por lo menos, no resulte tan decepcionante como ha sido Jimmy Morales aquí. Me permito recordarlo: Nuestro actual presidente encontró un país entusiasmado por la posibilidad de volverse viable, y ahora, tres años después, el retroceso causado por sus yerros nos volvió un ejemplo de lo contrario. En la pared de los sueños que Guatemala tiene en su imaginario se ve colgado un cartel con este mensaje: “Se busca candidato que quiera pasar a la historia como un héroe, y no como un traidor a la patria”. Ojalá haya uno que de verdad quiera jugársela por su gente. Y, además, que logre ganar.