“Esto se descompuso”. Así describe un amigo la situación. Y a mí sus palabras me casan perfecto con lo que percibo. En Guatemala hemos vivido por décadas al borde del descalabro, pero ahora el precipicio pareciera perseguirnos con saña. Ya ni siquiera se procura guardar mínimamente las formas. Abogados que sostienen en público argumentaciones antijurídicas. Activistas que llaman a desobedecer la Ley, sin temor a ser detenidos y ejerciendo presiones inaceptables. Diputados que “piensan” si acatan o no las órdenes del máximo tribunal. Un Poder Ejecutivo que proclama su vocación por no cumplir las resoluciones judiciales. Y todo, en pleno año electoral.
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“Estimula también que la fiscal general, Consuelo Porras, haya emitido un comunicado en el que da visos claros de querer desempeñar su función de perseguir a quienes se burlan de las normativas vigentes”.
Noto el afán por sembrar la duda para la cita con las urnas. Algún plan habrá ya con el fin de impedir que la campaña se celebre con la “normalidad” de los últimos cinco procesos. ¿Quién gana con eso? No la población. El deliberado desmantelamiento de la escasa institucionalidad que habíamos logrado, nos lleva a las arenas movedizas de un infame desamparo. Eso a las autoridades de turno no les importa. Su inmediatismo ciego y mezquino les impide medir el daño que causan. El precio que se está pagando internacionalmente es cada vez más alto. Pero ni siquiera eso los detiene. Y lo que es incluso peor: Tienen adeptos que no se avergüenzan de avalarlos en las redes sociales o en declaraciones directas. La siembra maligna de frases hechas y de miedos infundados traslada el “análisis” al terreno de lo emotivo, y ello no permite margen para razonar.
De pronto, el neumólogo se vuelve un “experto” en derecho constitucional y justifica con sus pacientes los supuestos desmanes de los que no entienden nada. Repetir como loritos lo que encaja en nuestra visión del mundo es hoy el pan diario. Y que a nadie se le ocurra contradecir a otro, porque “Dios guarde”. El campo minado del “debate cero” es un tenebroso triunfo de los extremistas. Y todo, en pleno año electoral.
“Sin embargo, en medio de esta marejada de atropellos, es alentador que haya juristas que saquen la cara por el gremio y, con suma valentía, pongan los puntos sobre las íes frente a la desinformación sin recato”.
Salvo alguna marginal excepción, ni la derecha ni la izquierda muestran una renovación de cuadros. Es más, cuando se habla de las extremas, lo que se ve hasta ahora es una tendencia por mostrar lo peor de cada lado del espectro político. Hay candidaturas que irrespetan la inteligencia. Hablo del cinismo que deviene en un descaro que roza en el escándalo. Pésimo síntoma para una sociedad que delincuentes obvios vayan “del brazo y por la calle” con altos cargos del Estado. O que aspirantes a puestos de elección popular desafíen las reglas básicas, posiblemente convencidos de que son mucho más poderosos que nuestra debilitada justicia. Es asimismo indignante que se mencionen alianzas éticamente inviables que pondrían en peligro cualquier atisbo de fe que aún quede entre algunos. Y todo, en pleno año electoral.
Sin embargo, en medio de esta marejada de atropellos, es alentador que haya juristas que saquen la cara por el gremio y, con suma valentía, pongan los puntos sobre las íes frente a la desinformación sin recato. Sus manifiestos dan esperanza de que todavía quedan héroes que combaten la podredumbre con la hidalguía del conocimiento y el coraje de la ideas. Estimula también que la fiscal general, Consuelo Porras, haya emitido un comunicado en el que da visos claros de querer desempeñar su función de perseguir a quienes se burlan de las normativas vigentes. La prudencia ha marcado el actuar del Ministerio Público, de la Corte de Constitucionalidad y hasta del Ejecutivo. En el fondo, el temor de que un choque de trenes ocurra ha retardado las acciones lógicas que hubiesen marcado el comportamiento de cualquier régimen basado en el Estado de derecho.
En dos platos: Hacer cumplir la ley. Pero el miedo a detonar una explosión detiene a los actores, porque saben que para algunos ya no hay camino de retorno. Jugar con fuego es un peligro cuando el escenario se encuentra rodeado de pólvora. Salir de las llamas para caer en las brasas no salva a nadie. Quemar las naves puede ser trágico cuando se está entre el mar y la pared. Y pese a que en Guatemala hemos vivido por décadas al borde del descalabro, “esto se descompuso”.
La irresponsabilidad delictiva abunda en los días que corren. No digamos la mafiosa miopía del “sálvese quien pueda”, aunque el barco se hunda lentamente. Y todo, en pleno año electoral.