Opinión

Sin abulia y sin hígado

“El liderazgo sano, que lo hay, debe tomar acciones antes de que sea tarde. Prevenir, en lo que cabe, para no tener que lamentar”.

Propongo evitar la indiferencia y la ira. No actuar ni apática ni hepáticamente. Y hacerlo con la sensatez que todavía nos quede. La semana pasada fue de horror. No hay economía que resista semejante inestabilidad. Tampoco sistema nervioso capaz de asimilarla. El proceso electoral se ve como una posible salida. Posible, nada más. Porque de aquí a la cita con las urnas aún pueden ocurrir desastres mayores. Aislamiento internacional con ribetes alarmantes, por ejemplo. O medidas extremas que hagan tambalear la totalidad del proceso democrático iniciado en 1985. Así de terrible. Así de espeluznante.

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Pero existen asimismo escenarios más optimistas. El deseable: Que las partes más radicales de esta contienda le bajen el tono a sus embestidas. De ambos lados del espectro político. No podemos exigir respeto si no lo prodigamos. E insisto en la idea: Luchar no es lo mismo que pelear. Con respeto, hasta los enemigos más encarnizados impiden tragedias. Es cierto que faltan mediadores para crear esas condiciones. Pero igual hay que intentarlo.

“El liderazgo sano, que lo hay, debe tomar acciones antes de que sea tarde. Prevenir, en lo que cabe, para no tener que lamentar”.

Son obvias las fracturas en todos los sectores por esta cruel polarización. Las hay entre viejos amigos. También en las familias. Y tal caos no podemos seguirlo permitiendo. Es urgente detener la inercia perversa y belicosa. Solo los criminales saldrán ganando si esto explota. Los peores criminales. La pura mafia.

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Es inaplazable aceptar que el potencial diálogo se aleja y se vuelve inviable cuando lo destruyen, antes de nacer, quienes se mueven por los estímulos de las malas intenciones. Hablo de aquellos que mienten sin sonrojarse. De quienes solo pretenden procurarse impunidad. De los que destruyen reputaciones a sueldo o enceguecidos por el encono. He ahí los enormes peligros de este episodio. El país se juega sus jornadas en una ruleta de “matar o morir”. Y eso solo puede acarrear horas aciagas.

El liderazgo sano, que lo hay, debe tomar acciones antes de que sea tarde. Prevenir, en lo que cabe, para no tener que lamentar. Guatemala vive sus días más tenebrosos en los últimos 30 años. Y entre los riesgos que destacan de la temporada no puede soslayarse el debut de las reformas a la ley que rige los procesos de elección popular. Por ello, es de suma importancia apoyar al Tribunal Supremo Electoral, no solo con el aporte que cada institución o cada grupo pueda dar, sino defendiéndolo de los rudos ataques de los que ya es objeto. Paralelamente, el mismo Tribunal debe defenderse a sí mismo con una actuación impecable y una logística que no dé margen a la duda. Su comunicación ha de ser eficiente y certera para salirle al paso a cualquier campaña de desprestigio, o a mensajes confusos que emanen de la ignorancia. Sabemos ya que las redes sociales, despiadadas como son, resultan incontrolables para el TSE. No digamos aquellas que desinforman profesionalmente.

A ratos se ve lejano el viernes 18 de enero. Cualquier bajeza puede esperarse antes de esa fecha. O después. Al tema CICIG le queda trecho por recorrer aún. Lo cual preocupa. De ahí la urgencia de un diálogo que marque y declare un acuerdo mínimo entre quienes buscan salvar al país de arribar a su noche irremediablemente oscura. Y que ese acuerdo mínimo sirva de herramienta social para administrar los desmanes o las arbitrariedades que puedan surgir en el camino. Es el momento de los notables. El momento de las voces lúcidas. El momento de la moderación que no necesariamente implique debilidad.

Para lograrlo, propongo evitar la indiferencia y la ira. No actuar ni apática ni hepáticamente. Y hacerlo con la sensatez que todavía nos quede.

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