Es tarde ya para intentar una salida elegante. El país corre su máximo peligro en los últimos 30 años. Nuestro sufrido y a la vez estoico país. Y aunque los ánimos del momento están ciegamente caldeados, lo que corresponde es llamar a la calma. Nada ganaremos con arrebatos hepáticos. Pero calma no significa parálisis ni inacción. La ciudadanía, o es activa o no es. Porque ciudadanía implica conocer nuestros derechos y nuestras obligaciones, y actuar en consecuencia. Con respeto. Con tolerancia. Con sensatez.
PUBLICIDAD
En este episodio tan tirante, las manifestaciones deben ser más pacíficas que nunca. Dado el comportamiento irresponsable del actual gobierno no descarto que entre sus planes figure aprovecharse de cualquier pretexto para imponer algún estado de excepción. Aunque, en realidad, ha llegado tan descabelladamente lejos que a lo mejor ni siquiera se precise de eso para dar el zarpazo autoritario. Es obvio que cualquier cosa puede ocurrir. Incluso lo más terrible, es decir, que sangre inocente se derrame por la incapacidad de los funcionarios de turno. Jimmy Morales es, desde hace rato, el peor presidente de la era democrática. Sobre todo, por la oportunidad que desaprovechó para hacerse grande en la historia. No supo ni pudo dar el ancho. Me causó pena y repulsión su pronunciamiento de ayer. No fue la gesta de un estadista. Ni siquiera llegó a ser la chusca acción de un presidente en una república bananera de los tiempos exageradamente indignos. Fue más grotesca que eso. No cabía ese burdo montaje que pareció clausura mal organizada. Y lo más cínico: Haciendo alarde de soberanía y de amor a la patria.
"No cabía ese burdo montaje que pareció clausura mal organizada. Y lo más cínico: Haciendo alarde de soberanía y de amor a la patria".
La CICIG ha cometido errores. Algunos muy graves. La persecución de Carlos Vielmann, por ejemplo. O algunos casos inflados a la fuerza. Asimismo, su comunicación para detener señalamientos falsos en su contra. Esta ha sido deficiente por las limitaciones propias de las entidades adscritas a Naciones Unidas. Porque así como hay tachas muy puntuales y merecidas al desempeño de la Comisión, abundan las acusaciones que provienen directamente de aquellos a los que se ha procesado por ser unos tremendos corruptos. La campaña de desprestigio para erosionar sus casos ha sido implacable y profesional.
En ese contexto, resulta repugnante que Morales haya usado el caso Bitkov en su resumen de argumentos. Especialmente, porque cuando se valía del relato de esa familia rusa, recordé que nunca lo vi así de indignado por las víctimas del Hogar Seguro ni por la gente que perdió la vida en la erupción del volcán de Fuego. Mucho menos por los dos niños guatemaltecos que murieron en diciembre en Estados Unidos, cuando iban hacia el norte expulsados por este sistema oprobioso de saqueo permanente que nos corroe sin piedad. Este sistema que aprueba y justifica, sin sonrojarse, acciones tan deleznables como cobrar sobresueldos a espaldas de la gente, o prestarse a sucias maniobras para favorecerse del poder.
Solo de imaginar la alegría de 2015 comparada con la congoja de 2019, a uno le dan ganas de llorar. Recordar aquellos sábados de esperanza y cotejarlos con episodios tan intimidantes como la ronda de los J-8 por la capital o el despliegue de las 40 autopatrullas alrededor del aeropuerto el pasado sábado conlleva un inevitable abatimiento.
Lo que toca ahora es impedir que este juego perverso nos conduzca, por inercia malévola, hacia agujeros incluso más hondos. Después de lo lejos que han llegado, es de esperar que intenten aniquilar cualquier contrapeso que les estorbe. La Corte de Constitucionalidad y el Ministerio Público son dos de sus objetivos. También la prensa independiente, contra la que Morales siembra odio en sus discursos cada vez que puede. Es patético como pretende ser el Trump tropical y termina siendo el Ortega de la otra extrema.
PUBLICIDAD
Y si tal y como lo mencioné antes, lo que viene es un estado de excepción que anule las voces disidentes, quienes proclamaban sus temores de que nos íbamos a convertir en otra Venezuela verán cumplida su amenazante profecía. Y eso, de suceder así, traería consigo violencia selectiva, presos políticos, condena internacional, aislamiento económico, agresiones a lo nazi y toda esa barbarie que creíamos haber dejado atrás, allá por los años 80 del siglo pasado.
Ojalá podamos evitar semejantes desmanes. Y ojalá que las elecciones se lleven a cabo como están programadas. Por ahora es ese proceso electoral una de las pocas salidas posibles que nos quedan, aunque hoy se vea angustiosamente lejano. Insisto por ello en que, a pesar de lo ciegamente caldeado de los ánimos, lo que corresponde ahora es llamar a la calma. A la sensatez. A la tolerancia. Al respeto. Y todo, aunque para quienes ya arruinaron su nombre para la historia sea demasiado tarde como para intentar una salida elegante.