Opinión

La gota

“Insisto: Lo que hay es un “gigante dormido” al que el poder desprecia y no dimensiona como debiera”.

Estuve en México la semana pasada. Fueron tan solo 24 horas, pero resultaron suficientes como para arribar a algunas conclusiones. Una, que los cambios se suceden a un ritmo vertiginoso en la nueva administración de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Otra, que en Guatemala tenemos mucho que aprender de lo que ocurre en nuestra vecindad. Los taxistas son siempre fuente muy fresca a la hora de tomarle el pulso a una sociedad. El que nos llevó del aeropuerto al hotel era un analista político consumado. “Párrafo” no le faltó; vehemencia tampoco. Rascando los setenta, mostró que conoce en carne propia la historia contemporánea de su país. Y la conoce por medio de la experiencia que conlleva la diaria lucha por llevar el pan a su mesa. Es un declarado anti López Obrador. Dice que, desde ya, se siente “como novia de pueblo que será burlada”. Lo argumenta afirmando que el nuevo presidente “prometió demasiado” y que no podrá cumplir tanto. Además, sostiene que sus decisiones perjudicarán irremediablemente la economía mexicana. El panorama que pinta del sexenio es tétrico. Y su facilidad de palabra, pasmosa. Sin embargo, en un corto respiro de su monólogo alcancé a decirle que en nuestro país las cosas iban pésimo, por lo cual se interesó en preguntar de dónde éramos. “De Guatemala”, contestó uno de mis compañeros de viaje, a lo que el taxista, sin siquiera despeinarse, respondió: “Ustedes, en Centroamérica, están muy atrasados. De ahí tanto migrante. Pero nosotros, con AMLO, vamos a perder todo lo que hemos avanzado y sufriremos un retroceso total”. Por suerte, fue justo cuando llegamos a nuestro destino. No hubo espacio para el debate. O por lo menos para alguna tímida defensa. Es cierto que México nos aventaja en múltiples aspectos. Pero no como para considerarnos “en la cavernas”, aunque a ratos literalmente estemos ahí.

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Al siguiente día, confieso que llamó más mi atención un conductor de Uber. Él, un joven muy interesado en la política y próximo a salir de vacaciones, se declaró de inmediato “votante de López Obrador”. Asimismo, su absoluto simpatizante. “Lo apoyo porque estoy cansado de que los poderosos no paguen impuestos y nos insulten con sus privilegios. Los hijos de Peña Nieto mandaron a traer a un tatuador a Europa en el avión presidencial, solo por capricho”. Se notaba la indignación en su tono de voz. “Ya era tiempo de parar esos abusos de corrupción. Y Andrés Manuel lo hará”, dijo, a lo que añadió esto: “AMLO no tendrá miramientos para terminar con tanto abuso. Estoy cansado, al igual que millones de mexicanos, de los excesos de la clase pudiente”. Además, nos hizo saber que posiblemente el nuevo mandatario no honre su palabra en todo lo que ofreció, pero dijo estar seguro de que “cambio, sí que habrá”.

Sostengo que en Guatemala no hay una “ciudadanía despierta”, como apuntan varios analistas. Lo que hay, según yo, es un “gigante dormido”, que no sabemos cómo ni por qué va a salir de su letargo. Ya 2015 mostró algo de lo que puede alcanzarse cuando el mensaje es claro para inspirar el rechazo contra los saqueadores del país. Por ello, veo con preocupación la estrategia y los modales de la clase política y de sus aliados del momento para evitar que la justicia sea independiente. Esto va mucho más allá que ser “pro CICIG” o “anti CICIG”. Nadie está midiendo el rencor y el rechazo que se acumula entre la gente por los desmanes implacables del sistema. Nadie sabe, a ciencia cierta, qué gota derramará el vaso. El hambre, la exclusión, el racismo, la salud pública enferma, la educación en trapos de pacto colectivo, las carreteras hechas de cráteres… Todas esas son múltiples razones para el descontento. Y estando a las puertas de un año electoral, bien vale la pena reflexionar (en serio) acerca de nuestra cruda y cruel realidad. Quienes le temen a un gobernante populista y autoritario (incluso peor que el que ya tenemos), deberían poner “las barbas en remojo” y ver el horizonte del mar, no solo la playa contigua. La percepción de un taxista en Ciudad de México es que en Guatemala vivimos un atraso bárbaro. La de un conductor de Uber es que los abusos de quienes han ordeñado a su país deben terminar, aunque sea por las malas. Discrepo con aquellos que ven en la actualidad una “ciudadanía despierta”.

Insisto: Lo que hay es un “gigante dormido” al que el poder desprecia y no dimensiona como debiera. La gota para derramar el vaso podría estar más cerca de lo que  piensan. Y esa gota puede ser fatal para quienes hoy se sienten intocables, así como para infinidad de inocentes que suelen ser los que siempre terminan siendo la carne de cañón en medio de dos intereses en pugna. La torpeza en el manejo del poder y el desafío a la ley hacen peligrar la ya de por sí precaria y a veces fingida “tensa calma”. Sería deseable evitar que esa gota se derrame. Sobre todo, si esa gota llega a ser de sangre.

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