Opinión

Adiós y gracias, Stan

“Confieso, muchas veces tuve la fantasía de encontrármelo en un aeropuerto o de poder acércame a él en algún evento cultural”.

Existen figuras del espectáculo con quienes uno llega a formar un vínculo especial y, por momentos, hasta se piensa que nunca se irán de este mundo; pero en un abrir y cerrar de ojos… se van. Se me vienen a la mente los cantantes Joey Ramone y Chris Cornell, y los actores Robin Williams y Philip Seymour Hoffman, por mencionar a algunos.

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En el caso de Stan Lee (1922-2018), querido por muchos y criticado por otros más, es difícil imaginar el género fílmico de superhéroes sin él, sin sus fantásticos y divertidos cameos en las películas y sin sus comentarios de las nuevas cintas que representaban su personalidad: Diplomáticos, sinceros y emotivos.

Stan no era esa estrella de cine que uno calculaba como inalcanzable. Confieso, muchas veces tuve la fantasía de encontrármelo en un aeropuerto o de poder acercarme a él en algún evento cultural. Lo más llamativo es que no me imaginaba tomándome un respectivo selfie con él, sino que me veía comentándole cómo lamentaba que no hubieran aprovechado la actuación de Andrew Garfield en las dos películas de “The Amazing Spider-Man”, y lo más cómico, aseguraba que me respondería algo como: “¿En serio? A mí también”.

“Confieso, muchas veces tuve la fantasía de encontrármelo en un aeropuerto o de poder acércame a él en algún evento cultural”.

Es imposible no recordar hoy que durante mi infancia jugaba durante horas con mis muñecos de Hulk, Capitán América, Wolverine, Iron Man y Thor; y no digamos las divertidas (y un poco vergonzosas) anécdotas que mis padres relatan de mí cuando era niño, mientras usaba mi máscara de Spider-Man.

“Dios me guarde que te la quitáramos sin tu permiso. Te juro que si te lo hubiéramos permitido, hasta hubieras dormido con la máscara puesta”, recuerda a veces mi madre.

Y destaco a Spider-Man porque en todas las entrevistas en las que le preguntaban cuál era su superhéroe favorito, el hombre arácnido fue su primera elección. Además, él siempre valoró que la película “Spider-Man”, de 2002, comenzó toda la locura de las megaproducciones fílmicas de superhéroes.

“¿Cuántos de nosotros hemos sufrido con un jefe que nos grita todos los días, con la preocupación de que no nos alcanza el dinero para pagar la renta o que al final de la historia se nos dificulta quedarnos con la chica que amamos? Ese es Spider-Man, por eso nos sentimos tan vinculados con él”, declaró en muchas de sus entrevistas.

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Hoy me despido de él y espero poder recordarlo durante su último cameo en la siguiente cinta de Avengers. Así que, adiós y gracias, Stan.

Te seguiré viendo mientras converso con mis amigos (y con café en mano) sobre superhéroes, mientras recuerde el frío en la fila en el cine para ver el estreno de medianoche de “Spider-Man 2”, mientras me siga quedando sin aliento en las escenas finales de “Avengers: Infinity War”, mientras veo las películas de X-Men con mi esposa y mientras le explico a mi hija de casi tres años que el dibujo enmascarado en la televisión que se llama Hombre Araña no pica, así que no debe tenerle miedo. “Es un amigo”, le sigo asegurando.

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