Opinión

Por los que vienen y los que vendrán

“Lo publicado por la revista Proceso me causa una enorme vergüenza. “Los jefes de Estado del Triángulo Norte compitieron en el nivel de sumisión en sus mensajes, lo que evocó la época de las repúblicas bananeras en la región”.

Pareciera que nos importan muy poco las generaciones venideras. Que nos trae sin cuidado lo que nuestros hijos y nietos enfrenten en los próximos años. No solo en lo ambiental, también en sus posibilidades de vivir en sociedades más humanas. Cada vez que el crimen organizado se apunta una victoria, el futuro se enturbia. Y esto ocurre con demasiada frecuencia durante los últimos días. El descaro ya raya en lo vulgar. Hasta resulta admirable que con tanta desventaja, a lo que ahora se suman riesgos que creíamos superados, todavía quede gente que luche por el país, dando la cara con nombre y apellido. Me detengo un instante en ese aspecto.

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Las intimidaciones van creciendo en agresividad. Su sello se asemeja a los tiempos que escribían sus diarias tragedias con tinta de sangre. Eran tragedias programadas. Tragedias que dependían de la aterradora y despiadada deliberación de un pulgar hacia abajo. Y habrá quienes celebren ese virtual regreso al averno criminal. Pero hasta ellos, con sus sicarios a sueldo y sus defraudaciones millonarias, se juegan la suerte y el trapecio en el inexorable abismo de los verdugos.

“Lo publicado por la revista Proceso me causa una enorme vergüenza. “Los jefes de Estado del Triángulo Norte compitieron en el nivel de sumisión en sus mensajes, lo que evocó la época de las repúblicas bananeras en la región”.

El que mal anda, mal acaba. Y el que hace mal, termina peor. El destino jamás perdona. El castigo que persigue al inmediatismo voraz de las “fortunas express” tarda pero no olvida. Se ha golpeado en materia penal a los corruptos, pero el sistema sigue intacto. No se respira un esbozo serio de renovación institucional. Apenas pinceladas, aquí o allá. Pero solo pinceladas. Nada categórico. La condena de la semana pasada contra la exvicepresidenta Roxana Baldetti sugiere un aliciente para el proceso iniciado en 2015. Pero las declaraciones del mandatario Jimmy Morales en la Segunda Conferencia sobre Prosperidad y Seguridad en el istmo nos recuerdan las razones de nuestro inclemente subdesarrollo. Lo publicado por la revista “Proceso” me causa una enorme vergüenza. “Los jefes de Estado del Triángulo Norte compitieron en el nivel de sumisión en sus mensajes, lo que evocó la época de las repúblicas bananeras en la región”.

Combinando la sentencia a Baldetti y las quejas internacionales de Morales contra la Corte de Constitucionalidad, uno arriba a la triste conclusión de que no alcanza únicamente con ganar los casos. No solo es necesario llevar a la cárcel a quienes saquean el erario público, sino, sobre todo, trabajar en que no haya tantos aspirantes a corruptos, o corruptos en funciones, aún circulando.

Esperar una salida milagrosa en estas condiciones es entre absurdo y ciego. Lo cual implica que navegamos sin rumbo y “a la buena de Dios”. O a la mala, dependiendo de cómo nos sorprendan las tormentas. Un porcentaje menor de los habitantes de Guatemala puede darse el lujo de esperar a que las cosas mejoren en, digamos, 30 años. Y puede hacerlo, porque hay de dónde pagar un hospital. Porque, por seguros o por respaldos económicos, en una emergencia no habrá que ir a parar a un centro asistencial del Estado, donde aunque haya buenos médicos, falten las medicinas o no exista la disponibilidad de un quirófano. Quienes pierden la vida por las carencias que se originan en los negocios turbios de unos pocos están a punto de perder la paciencia, si es que les queda alguna.

Es previsible que aquellos que defienden la estructura de privilegios y de impunidad que nos hunde en la desesperanza redoblen sus ataques en estos días. Que el cinismo de sus actos se multiplique. Que haya noticias en las que se desafíe nuestra capacidad de indignación. Solo el músculo ciudadano y la sensatez del liderazgo honesto podrán enfrentar esta atroz acometida. Y no se ve fácil que lo logren. Como escribí líneas atrás, el descaro ya raya en lo vulgar. Hasta resulta admirable que con tanta desventaja todavía quede gente que luche por el país, dando la cara con nombre y apellido. Y yo sé el porqué de semejante osadía: Las generaciones venideras, esas que nos inspiran a no heredarles una Guatemala putrefacta.

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