Añoro los tiempos en que no vivíamos en la permanente incertidumbre. Cuando había malos presidentes, pero también algunas certezas. Cuando la esperanza era escasa, o casi nula, pero percibíamos que más adelante algo había. Recuerdo mejores días que los de hoy en nuestra turbulenta y joven democracia. Y los recuerdo precisamente ahora en que esa misma democracia parece envejecida a fuerza de mediocridad y de cinismo. El panorama electoral se ve yermo y desolador. Nadie sabe a qué atenerse. Los aspirantes no dicen ni pío. Circulan las pirañas en las aguas sinuosas, que en realidad son fango. Pesa el ambiente. La tensa calma produce una densidad que enturbia hasta la mirada. De pronto, la prensa recoge alguna declaración majadera o cretina que lesiona aun más la ya de por sí devaluada confianza. Cierran negocios. Abundan los despidos. Se atrasan los pagos de rentas. La morosidad se expande. El tráfico multiplica su desquicio. La irritación disparatada alcanza hasta los ámbitos diplomáticos. Los insultos en redes sociales logran superarse a sí mismos, pero en bajeza. No hay rumbo. Ni brújula. Ni binoculares. Nos acechan los abismos en actitud de manada. Con incendios inexplicables y sospechosos. Con aumento de homicidios. Con ignorancias supinas y ofensivas.
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Es el reino de los perversos y de los impresentables. De los dueños de la verdad absoluta. De los fanáticos extremistas que acusan de extremistas fanáticos “al otro”. La prepotencia ordinaria, que a regañadientes empezaba a ceder, ha vuelto con renovada carroña espiritual. Solo los jóvenes ofrecen un hálito de ilusión. Como debe ser. Contrarios al repetitivo caos de los viejos, se toleran sin caer en las charlas entre sordos. Y pueden sentarse a conversar sin agredirse y redondeando acuerdos mínimos. Bien por ellos. Bien por nosotros.
“No todo en la vida es política. Pero sin política no podremos cambiar el país. Los políticos profesionales han fallado incontables veces. Los no profesionales han resultado incluso peores”.
No todo en la vida es política. Pero sin política no podremos cambiar el país. Los políticos profesionales han fallado incontables veces. Los no profesionales han resultado incluso peores. La depredación ha sido criminal. Y aún quedan por doquier los que defienden el latrocinio a capa y espada. Y que lo justifican. Y que se quejan de que les hayan perturbado su turbio gallinero de negocios “normales”. ¿Podrá hacerse política fuera de las agrupaciones partidarias? “La política la hace la ciudadanía”, dice mi amigo Roberto Gutiérrez. Le tomo la palabra. Y me entusiasmo. Pero también sigo viendo cómo los políticos hacen cuanto pueden para ahuyentar a la ciudadanía del terreno de la participación. Y que se empeñan en reclutar a lo peor de cada casa para concretar sus fechorías. Ratifico entonces las debilidades de nuestros liderazgos, tan propensos a luchar por sus sectores, o sus estrictos intereses personales, y no por el interés nacional. Liderazgos que no terminan de cuajar en el crisol de la convocatoria. Liderazgos que se desploman frente a la primera prueba de fuego.
Es el voto el que lleva a los políticos al poder. El voto de la gente que todavía le apuesta a un sistema sumido en la confusión del río revuelto y de la impúdica ganancia de los pescadores de siempre. Un voto de seres de carne y hueso que tienen sueños, angustias y necesidades. Un voto que es ultrajado en el ejercicio de la corruptela, porque pasadas las elecciones, los políticos suelen olvidarse de quienes los llevaron a los puestos de mando. Y esos políticos siguen robando. Sin recato. Porque lo permitimos. Porque estamos ocupados en menesteres rigurosamente cotidianos. Porque nos aburre y nos abruma la siniestra recurrencia de esos funcionarios que no dan la talla. Esos a quienes hasta les soportamos los baños de pureza y los lloriqueos, cuando culpan a la prensa de sus desventuras. O cuando señalan a quienes los antecedieron. Nunca asumiendo su podredumbre interna. Jamás refiriéndose a sus jugarretas delictivas. Ni de chiste asomándose a la menor autocrítica.
Sabemos de sobra que nos urgen nuevos políticos. Éticos y capaces. No perfectos. Con autoridad y sin autoritarismo. Dispuestos a tomar decisiones, aunque se equivoquen. Y nos faltan contrapartes que complementen. Voces que den luz. Voces sanas que no se acomoden. Voces críticas que respalden el proceso, pero que no contaminen con la crítica sin respaldo. Añoro los tiempos en que no vivíamos en la permanente incertidumbre. Cuando había malos presidentes, pero también algunas certezas. Hace tanto y hace tan poco. Y encima de todo, el panorama electoral se ve yermo y desolador. Tan cerca y tan lejos a la vez. Vivimos en el país donde la tierra se mueve, aunque no se mueva. Aquí donde antes hubo dorados infiernos.