Es urgente que nuestro país empiece a reconocer lo que es de verdad diabólico. Empezando por el Congreso. Esa cuádruple moral de una falsa y oportunista defensa de los valores cristianos es ya una bajeza recurrente entre los políticos actuales. Y esa bajeza se evidencia, en su peor versión, con episodios tan penosos como el de los 87 diputados que aprobaron un punto resolutivo para evitar un concierto de black metal en Guatemala.
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Marduk es el nombre del grupo. Antes de la semana pasada, jamás había oído hablar de él. Y ni por curiosidad perderé mi tiempo en investigar sus canciones. Nada que sea satánico me interesa. Ni siquiera soy proclive a las películas de terror parapsicológico. Me basta con la cruda y despiadada cotidianidad de las noticias nacionales. Además, si leyera las letras de esa banda sueca, lo más seguro es que me causarían repulsión. Pese a ello, considero una vulgar ofensa que se dediquen varias horas de actividad parlamentaria a algo que, en un país plagado de precariedades y de miseria, no resulte ni por asomo esencial para las aspiraciones de las mayorías. Ya sé que para justificar el ridículo hecho, el argumento será el mismo de siempre: “defender los valores y las buenas costumbres”. Lo cual es falso e hipócrita de principio a fin. En vez de rasgarse las vestiduras contra esa banda sueca, estos legisladores deberían sentir un poco de vergüenza por ser tan cínicos.
“Y esa bajeza se evidencia, en su peor versión, con episodios tan penosos como el de los 87 diputados que aprobaron un punto resolutivo para evitar un concierto de black metal en Guatemala”.
¿Cuántos de esos 87 congresistas pueden afirmar que no tienen en su hoja de vida un descomunal techo de vidrio? Probablemente, ninguno. Es solo de revisar la lista de quienes aparecen entre los casi 90 “guardianes de la moral” para verificar el calibre de “chorchas” que firmaron a favor de la prohibición. El atropello contra la libertad de culto y hasta contra la libertad de expresión es innegable. Y esta acción, sumada a otras, nos hunde en una desesperanza panorámica, en la que uno se pregunta cuál será el siguiente paso que nos acerque al tan temido colapso de nuestra golpeada y tambaleante democracia. Resulta irritante y triste cómo Guatemala pudo retroceder tanto en cuestión de un año. Ahora sabemos lo que dirigentes retrógrados y liderazgos mediocres concretan cuando cantan a coro y lo hacen en función de defender privilegios egoístas. Y molesta incluso más cuando lo hacen poniendo “caras de santos” o de “defensores de la patria”. Porque lo que tiene consecuencias de verdad diabólicas para el país es la manera tan campante y envalentonada como en estos días opera el mal, casi en nuestras narices. Lo imperdonablemente satánico radica en apuñalar al pueblo con medidas intimidatorias y desafiantes, desde el Ejecutivo, y con agendas ruines y malintencionadas desde “la novena avenida”.
“Deberían legislar para que el antejuicio deje de ser un refugio de funcionarios que se rehúsan a darle la cara a la justicia, o bien aprobar las reformas que correspondan para que las penas de cárcel por corrupción se quintupliquen”.
En lugar de querer impedir que un grupo de black metal congregue a 200 personas en un local, deberían legislar para que el antejuicio deje de ser un refugio de funcionarios que se rehúsan a darle la cara a la justicia, o bien aprobar las reformas que correspondan para que las penas de cárcel por corrupción se quintupliquen. Es detestable ese juego de caretas que hace de nuestra sociedad, y muy en particular de su clase política, un carnaval de fariseísmo tan lleno de turbios dobleces. Nunca soporté a los santurrones. Y hasta la fecha no los aguanto. Es demasiado común que, detrás de sus bondadosos rostros, lo que haya sea cruel vileza e infinidad de pecados ocultos.
Me imagino que las blasfemias en las letras del grupo Marduk deben ser repugnantes. Pero comparadas con las mentiras de quienes dicen representarnos frente al mundo, son babucha. No digamos si se cotejan con los farsantes argumentos de aquellos que, buscando ganar adeptos para defender su sacrosanto derecho a la corrupción, no les importa convertirnos en un país fundamentalista.