Estoy sentado en un café viendo pasar gente. Solo, junto a la ventana. A la espera de alguien que viene tarde a la cita. Con la perenne tentación del móvil, pero absorto en el vaivén de quienes deambulan por este bazar de consumo. Abundan las vitrinas en la escenografía. Y en una, el guardia bancario con un tic en el ojo izquierdo. En otra, la madre apurada que le compra un helado a su hijo para que no le insista más. Cuadros muy de costumbres en este viaje hacia otra parte, pasando por otros mundos.
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“Estamos a un año de elecciones. La vieja política sigue ahí. Con sus golpes bajos y sus artimañas burdas. Negando o entorpeciendo reformas urgentes”.
Pienso en el episodio histórico que vive el país. En las angustias que estrujan los corazones endeudados y sin faro a la vista. En el desquicio de quienes, a pesar de las prisas, no podrán encajar con los compromisos de su reloj. En los que se desentienden hasta de sí mismos con tal de no asumir la mínima responsabilidad. Todos a merced de esa tensa calma que no resuelve nada. A merced de ese andar sin rumbo en el que se intuye y se adivina una mina o alguna trampa. Hablo de la estabilidad ficticia que se parece tanto a un dolor de muela, que aunque lacere permanentemente, no se anima a llegar hasta la silla del dentista, ya sea para ser extraída o bien para ser curada. La idea no es mía. Es de mi amigo Juan Rodolfo, que es un pensador preclaro y certero. Le doy crédito para no incurrir en plagio.
Estamos a un año de elecciones. La vieja política sigue ahí. Con sus golpes bajos y sus artimañas burdas. Negando o entorpeciendo reformas urgentes. Conspirando contra la luz. Haciendo del cinismo su marca registrada. Siempre de la mano con la consabida inmundicia de quienes se alinean con sus decrépitos intereses. Reviso Twitter. Un extremista escribe la mentira del día y lo replican de inmediato sus eternos similares. Es el coro de hienas. Los adalides de la carroña. Los enfermos espirituales que basan sus ideas en el odio. Me llaman la atención los que insultan y lapidan a su detestado del momento. Sus expresiones hirientes los delatan. Si tienen foto de perfil, se ven amargados a perpetuidad y con la mirada torcida. Si en vez de foto de perfil colocan un paisaje o un huevito, igual se evidencian pusilánimes para el crisol humano. Porque son pésimos para la más elemental caricia. Es decir, nulos para amar. Nefastos para el espejo. Venenosos para el aire. Desechos en sus pertrechos.
“Un extremista escribe la mentira del día y lo replican de inmediato sus eternos similares. Es el coro de hienas”.
Aparto el teléfono y tomo un sorbo de mi café mocha. La gente sigue pasando. Mi cita lleva ya media hora de retraso. Sigo pensando en la historia que se escribe en este episodio del país. ¿Cuánta gente habrá penando porque el fin de mes se acerca y no hay modo de que los negocios caminen? ¿Cuántos irán a hoy pedir trabajo a un sitio donde nunca los llamarán de vuelta? ¿Cuántos mantendrán intacta su apatía, porque es más cómodo no enterarse de que el futuro se cae a pedazos por obra y desgracia del perverso presente?
Reviso Twitter otra vez. Encuentro comentarios ingeniosos de los últimos disparates del Mundial. Un Messi solitario contra el mundo. Un Löw rascándose las penas sin pudor. Un Neymar fingiendo el enésimo derribo. El narcótico perfecto para urdir un golpe bajo con artimañas burdas. La idea es de mi amiga Marielos, siempre preclara y certera en sus ingenios. Le doy crédito para no incurrir en plagio. Mi cita me va a dejar plantado. Lo leo en un mensaje por WhatsApp. Me tomo otro sorbo de mi mochaccino. Sigo viendo a la gente pasar. A los que pegan su nariz en la vitrina. Al guardia bancario con su tic. A la madre que le compra el helado a su hijo. Todos a merced de esta tensa calma. Esta tensa calma que no resuelve nada.