Opinión

Gracias a los héroes

“Escribí esta columna dedicada a varios héroes. Dedicada a esos héroes que arriesgan sus vidas en aras de atenuar la pena de quienes sufren”.

Escribo esta columna dedicada a varios héroes. A algunos los conozco bien; a otros, ni siquiera les sé el nombre. En medio de la tragedia han sido la gran referencia de la esperanza. Todos ellos, en aras de atenuar la pena de quienes sufren por la furia volcánica, se han jugado la vida sin vacilar un instante. Es domingo por la noche. El periodista Juan Carlos Chanta narra desde el lugar del desastre las acciones de los rescatistas. Tanto él como ellos hacen su trabajo a expensas de que, en cualquier momento, un retumbo se transforme en una implacable avalancha de gases, piedras y fuego. La única iluminación disponible surge de unas pocas linternas. Caminar por ese sitio conlleva riesgos a cada paso. Si alguien se resbala, las quemaduras podrían causarle un enorme daño. El suelo es una alfombra candente. Las sombras abundan en su versión más lúgubre. Hay incertidumbre en cada respiración. A ciencia cierta, nadie sabe si lloverá. Un aguacero podría resultar fatal en esas circunstancias. Y aunque el riesgo es inminente, ninguno osa moverse de las operaciones de salvamento. El espíritu de equipo y de solidaridad se impone. Hay gente desesperada por saber de sus familiares. Me impresiona la historia de un hombre que busca a su esposa y a sus dos pequeños hijos. Y con la noche por delante, le quedan aún demasiadas horas de angustia. No es el único caso. Pero en su afligida soledad no está del todo solo. Los socorristas le acompañan; los héroes que luchan sin descanso por aliviar su pena. Los valientes anónimos que le dan nombre a la fe. 

“Escribí esta columna dedicada a varios héroes. Dedicada a esos héroes que arriesgan sus vidas en aras de atenuar la pena de quienes sufren”.

Transcurren los minutos. Las faenas de rescate se trasladan para el siguiente día. Eso lo relata el reportero Alexander Valdez, quien ha contado desde la aldea El Rodeo las desdichas de los primeros hallazgos. Igual lo ha hecho su colega Reyes Really, cuya voz quebrada describió horas antes la panorámica de aquel desastre. La editora Karla Marroquín posterga su almuerzo para la madrugada. Muchos periodistas harán lo mismo. El país nocturno está de luto. E igual amanece. El cielo gris del otro día es del color de nuestra tristeza. No son buenas las noticias. Y pese a que el volcán da señales de calma, esa calma es tensa. Cinco de la mañana. El voluntariado se activa en infinidad de corazones. A las ocho, pilotos del Aeroclub hacen vuelos de observación para determinar el puente que, vía aérea, se hará para ayudar a los damnificados. Los rescatistas regresan a las faldas del coloso. Las dimensiones de la tragedia se evidencian en sus tonos más desgarradores. “Es una fotografía en blanco y negro de la realidad”, narra Juan Carlos Sandoval en una de sus primeras entregas noticiosas. Va guiado por el fotógrafo Herlindo Zett, que se las sabe todas en esas coberturas. No lejos de allí, el periodista Julio López escucha el sonido que alerta a los temerarios rescatistas de que el peligro acecha. Su voz se escucha al aire mientras corre hacia un sitio seguro. No será la única vez que esa alerta suene. Pero ni siquiera esos escollos de horror que conllevan jugarse la existencia los detendrá. La labor de los rescatistas es titánica. Quieren salvar vidas. Y a su paso lo que ven son viviendas soterradas o sometidas a las inclemencias de la ceniza. El desagradable olor a azufre no falta. Es indispensable cierto equilibrismo para no caer en un suelo que arde. Madera y láminas, puestas como ruta improvisada, son la única vía para no salir heridos. El coraje se multiplica.

"El espíritu de equipo y de solidaridad se impone. Hay gente desesperada por saber de sus familiares. Me impresiona la historia de un hombre que busca a su esposa y a sus dos pequeños hijos".

Bomberos de ambos cuerpos participan en la admirable hazaña de no abandonar a las víctimas. Con ellos van elementos del Ejército, de la PNC, de Conred, de varias PMT y de la Cruz Roja. Además de las azarosas eventualidades, tienen que doblegar su propio dolor, ya que les toca sacar cuerpos sin vida, entre los que figuran los de muchos niños. Gente de prensa como Gerardo Rafael logra tomas conmovedoras de eso. Igualmente, en circunstancias desafiantes y adversas, el fotógrafo Carlos Alonzo se resbala y sus pies resultan con quemaduras de consideración que ameritan su traslado a un hospital. Las horas siguen su travesía adolorida por el reloj. Por ahí anda Erick Ramírez con su cámara de video. El número de muertos sube. En el área de mayor devastación los cuadros son dantescos. Ese “blanco y negro” de la ceniza letal golpea el entorno. Los rescatistas no se detienen por nada y continúan su descomunal tarea. Como lo que son. Es decir, ases del arresto. No hallo palabras para agradecerles su desinteresado aporte. No solo en la actual emergencia. No solo en estas jornadas de luto nacional. Como lo hacen siempre. Los rescatistas salvan vidas a diario. Se exponen sin chistar. Lo hacen por vocación. Y son ejemplo de humanidad pura. 

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Escribí esta columna dedicada a varios héroes.  Dedicada a esos héroes que arriesgan sus vidas en aras de atenuar la pena de quienes sufren. Su ejemplo es gigantesco. Me quedo corto en elogios cuando digo que son excepcionales. Y cito una frase atribuida a Cassandra Clare: “Los héroes no son siempre los que ganan. A veces, son los que pierden. Pero siguen luchando y también siguen aguantando. No se rinden. Eso es lo que los convierte en lo que son”.

E inspirado en eso, me quito el sombreo frente a ellos. Y les agradezco la inspiración. Es momento de trabajar juntos. Es momento de juntarnos para trabajar. Gracias héroes por ser, en este episodio tan tremendamente triste, nuestra gran referencia de la esperanza.

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