En una muy interesante entrevista publicada por “El País”, el nobel Mario Vargas Llosa dice que “la corrección política es enemiga de la libertad”. Pero también afirma que es atentatoria contra lo auténtico y lo honesto. Coincido con ello. Es en esa manera acartonada de comportarse y de hablar como se robotizan quienes se vuelven prisioneros de una pose. Nos ocurre a todos, alguna vez. O varias. Sin embargo, considero que no debe confundirse la corrección política con lo correcto a secas. Con lo ético y con lo íntegro. Una canción de Elvis Costello me recuerda esa idea. En “What’s so funny ‘bout peace, love and understanding?” (¿Qué es lo gracioso acerca de la paz, el amor y la comprensión?), el cantautor escarba en el desprecio que con frecuencia se muestra hacia valores tan básicos como esos, solo por considerarlos clichés pasados de moda. Es cierto que se ha abusado de los lugares comunes que vuelven trillado lo que antes fue una consigna poderosa. Pero también se ha incurrido en excesos desde lo políticamente incorrecto. Hablo de las ofensas que desafían, en aras solo de incordiar o de desacreditar al “otro”, por medio de la tosca burla que tiene como blanco el respeto a los más débiles o las utopías de la humanidad. No hay nada de malo en hablar de amor. Pero es mucho más grande hacerlo. Y practicarlo. Y nunca detenerse en la búsqueda de este. Lo mismo se adapta para la paz o la comprensión. Y también para el apoyo a las causas justas.
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Solo me siento capaz de recordar las entrañables páginas vividas al lado de Lenín. Su risa rotunda y festiva. Su actitud permanente de travesura lúdica".
Estaba muy claro sobre qué quería escribir. Pretendía examinar la entrevista de Vargas Llosa, porque conceptos como “la ideología es una religión laica” o “la literatura expresa aquello que la realidad se empeña en ocultar por distintas razones” me parecieron sumamente lúcidos y sugerentes. Y así habría continuado, si en medio de las palabras no se hubiera cruzado una noticia tan triste para mí. A esta hora, cuando retomo al teclado para seguir escribiendo, ya se confirmó el fallecimiento de mi querido amigo Lenín Fernández, otrora percusionista y batería de Alux Nahual. No estoy en condiciones de pensar en nacionalismos, populismo o neoliberalismos. Solo me siento capaz de recordar las entrañables páginas vividas al lado de Lenín. Su risa rotunda y festiva. Su actitud permanente de travesura lúdica. Su energía interminable para promover proyectos culturales. Su complicidad mágica con la armonía. A Lenín le gustaba la política. Y siempre tenía opinión a la hora de los debates nacionales. Hace años se apareció por mi oficina con una canción vocal en la que él ejercía de primera voz. Era una ácida crítica contra el gobierno de turno. Hecha con pasión e indignación. Como se necesita hoy día.
En una entrevista me contó que, a punto de dedicar su vocación a una orden religiosa, cambió el hábito por dos baquetas que le dieron ritmo no solo a su vida, sino a toda una generación".
No se me olvida cuando en una entrevista me contó que, a punto de dedicar su vocación a una orden religiosa, cambió el hábito por dos baquetas que le dieron ritmo no solo a su vida, sino a toda una generación. Era impresionante la base tan consistente que lograba desde sus tambores cuando los juntaba con el bajo de Plubio Aguilar. Hablo del Alux de los unplugged en La Bodeguita, allá por los años 90. Su entusiasmo por la Navidad también lo distinguió. Con el maestro Galich armaron una obra propia que celebraba con una comedia musical esa temporada de fin de año. Y es precisamente, en esa faceta, como mi memoria le guarda un agradecimiento particular e inmenso. Una vez, hace muchos años, haciendo un personaje en la radio al lado de un Santa Clos llamado Nelson Leal, emocionó tanto a mi hija, que ella, en su dulce inocencia, me dijo estas palabras cuando la llamé por teléfono para preguntarle si estaba escuchando el programa. “Pasame al Duende”, me dijo. Y Lenín, con un tono amoroso y alucinante, atendió a mi pequeña como se atiende a la hija de un amigo. Siempre se lo agradecí. Y fueron varias las veces en que, cuando le daba el respectivo abrazo al saludarnos, se me venía a la mente aquella historia que lo definía como un hombre tierno, amoroso y artista.
No podía seguir escribiendo acerca de la entrevista de Vargas Llosa. Ni de broma. Esta noche me importa nada lo que la corrección política dañe a la libertad. Tampoco me interesa la sucia política local y sus interminables bajezas. Hay unos tambores intensos que desplazan cualquier idea elaborada que se me cruza por la cabeza. Son los tambores del gran Lenín Fernández, mi amigo que con dos baquetas le dio ritmo a su vida y a toda una generación. Su risa rotunda y festiva se quedará siempre con nosotros.
Su actitud permanente de travesura lúdica. Su energía interminable para promover proyectos culturales. Su complicidad mágica con la armonía. A Lenín le gustaba la política".