Atónitos e incómodos quedaron quienes para adversar al Ministerio Público y a la CICIG usaban como pretexto que no se hubiera destapado un caso grande de corrupción del periodo de la UNE. Pero la detención de casi la totalidad del gabinete de Álvaro Colom dejó turulatos y patidifusos a los detractores de la fiscal general, Thelma Aldana, y del comisionado, Iván Velásquez, tanto a los que los detestan por “convicción nacionalista”, como a aquellos que los odian por encargo y a sueldo. ¿Cómo justificar ahora que la lucha contra la corrupción es una maniobra de la extrema izquierda para imponer, por la vía de un golpe técnico, un régimen “chavista” en el país? Nadie con dos dedos de frente podría tomar en serio tal cosa. Sin embargo, lejos estamos de alcanzar que el ambiente de polarización se supere. Así como se urdió de manera malévola pero certera que el comunismo amenazaba a Guatemala por medio de una “justicia selectiva” y del irrespeto a la presunción de inocencia, algo similar se les ocurrirá para seguir desacreditando el proceso. Y la razón es que, desde siempre, la motivación ha sido que aquí no cambie nada. Que el Estado siga funcionando solo para unos cuantos. Que las instituciones no se fortalezcan. Y sobre todo, que la impunidad se mantenga en los casos “en que conviene”. Me permito insistir en una idea que debería motivarnos a respaldar los logros hasta el momento conseguidos: Doblarle el brazo a la corrupción no es un asunto de ideologías, sino una preocupación que tendría que unir a los de derecha, a los del centro y a los de izquierda. En realidad, la mínima decencia basta para comprender que nadie debe estar por encima de la ley. A todos nos conviene que la discrecionalidad en las entidades públicas no se preste a los pequeños o a los grandes sobornos. Es preciso lograr que los organismos estatales no sean “los hijos adoptivos de los intereses atrincherados”, como diría Theodore Roosevelt.
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La coyuntura que vive Guatemala es tan decisiva, que duele ver cómo se gastan energías y recursos en descalificar lo recorrido, en vez de intentar acompañar la transición con una vigilancia madura y serena".
La coyuntura que vive Guatemala es tan decisiva, que duele ver cómo se gastan energías y recursos en descalificar lo recorrido, en vez de intentar acompañar la transición con una vigilancia madura y serena. Entiendo que quien siente “pasos de animal grande” en su espalda trate de detener lo inminente. Eso es humano, aunque no correcto. Además, es un hecho que esa minoría que hoy capitaliza, a la mala, diputaciones, alcaldías o puestos en el Ejecutivo se resienta y se enfade, diciéndolo de manera elegante, por la consolidación, aunque lenta, de un sistema orientado hacia la legalidad.
La elección del próximo fiscal general será una prueba de fuego para la sociedad guatemalteca. Pese a los innegables pasos que hemos dado, un Ministerio Público en manos de la mafia nos obligaría a replantear la estrategia y podría traerse abajo el todavía endeble andamiaje que se ha construido. Además, nos haría retroceder en un impulso ciudadano que nos ha convertido en ejemplo para el mundo. Sería terrible que ello sucediera. Y no soy el más optimista en las circunstancias actuales. Las “no respuestas” de la canciller en el Congreso sugieren cuán aferrados a sus necedades están los poderes oscuros. No confío en el presidente para hacer una elección de estadista a la hora de que le presenten los seis nombres que resulten escogidos por la Postuladora. Quisiera tener que tragarme mis palabras, pero considero que si al mandatario le ponen sobre la mesa una lista con cinco candidatos idóneos y uno terrible, él se decantará por el equivocado. Pero si escoge bien, esa será su gran oportunidad (o la última) para salvar su nombre en la historia. Ojalá alguien de su entorno cercano se atreva a decírselo. Y ojalá que si alguien se lo advierte, él tenga la panorámica suficiente como para oír. Es demasiado lo que hay en juego: Muchas vidas, múltiples ilusiones, el país.
Adiós a un imprescindible
Decir que los colores amanecieron ayer de luto es tal vez la única manera en que puede describirse la tristeza y el vacío por la pérdida física del maestro Elmar Rojas, ocurrida el pasado domingo.
Gran conversador, hombre con profundo sentido crítico de las injusticias y, sobre todo, dueño de un talento fuera de serie, el único sobreviviente que quedaba del grupo Vértebra había inventado un estilo tan mágicamente propio, que antes de exhalar su último suspiro, ya era un inmortal consumado.
Las "no respuestas" de la canciller en el Congreso sugieren cuán aferrados a sus necedades están los poderes oscuros. No confío en el presidente para hacer una elección de estadista a la hora de que le presenten los seis nombres que resulten escogidos por la Postuladora".
Los colores que él buscó siempre lo encontraron. Y aquellos colores que encontró, con su genio, lo marcaron en una búsqueda permanente.
Descanse en cromática paz el inimitable Elmar Rojas, artista de prodigios descomunales y de una obra que hace grande a Guatemala, a pesar de las pequeñeces espirituales y éticas que tanto nos han castigado.
Aldous Huxley decía que “el secreto de la genialidad es el de conservar el espíritu del niño hasta la vejez, lo cual quiere decir nunca perder el entusiasmo”. Así vivió su vida entera Elmar Rojas. Sus cuadros y sus esculturas son el categórico testimonio de ello.