Interesante el documental acerca de los mayas que estrenó “NatGeo” el pasado domingo. Es espectacular esa tecnología LiDAR que logra fotografiar lo que está debajo de la selva petenera y que revela la existencia, en dicho sitio, de unos 65 mil edificios de tres mil años atrás. Sin embargo, me dio cierto dolor de corazón ver ese patrimonio tan único que aún se guarda en buena parte de nuestro territorio, y pensar en las escasas posibilidades que tenemos, como Estado, de defenderlo y de ponerlo al servicio de la gente. Es detestable que los saqueadores siempre lleguen antes. Que tengan ventaja a la hora de sacar raja de nuestros tesoros y que no haya recursos, ni voluntad, para detenerlos. Lujo sería sacarle provecho a ese patrimonio, no solo para que el mundo de la ciencia conociera más acerca de la espléndida civilización que habitó antes Guatemala, sino también para que infinidad de turistas pudieran venir a vivir esta maravilla y, de paso, nos propulsara como un destino turístico de primer orden. Viendo el programa me imaginé esa tecnología LiDAR usada en seres humanos. ¿Cómo saldría una fotografía de lo que realmente subyace debajo del alma de aquellos que son implacables y ruines con la humanidad? Vuelvo al asunto de esas riquezas del Petén que, según “NatGeo”, son notoriamente mayores a las que todavía quedan a la vista en la Biosfera Maya. Y subrayo el “todavía”, porque las agresiones sufridas por esa selva y esos templos han sido devastadoras. Idénticas a las que, por siglos, han padecido los guatemaltecos en estas tierras. Aquí, de tanta violencia y de tanto abuso, hasta llegamos a ese insensato colmo de acostumbrarnos a vivir sin esperanza. Es decir, a seguir el camino con la brújula enferma y derruida, en medio de los laberintos de la peor inercia. Así estábamos en abril de 2015: Resignados a que Manuel Baldizón iba a ser el próximo presidente, porque a él “le tocaba”. Derrotados por los negocios descarados y obscenos del partido Patriota, cuyo “delfín” tenía trazado su camino para recibir la estafeta perversa cuatro años después. Recordando los oprobiosos negocios durante la administración de la UNE, esos de los que muy pronto habrá noticias por medio de complejas investigaciones. En fin, hechos y deshechos a la patológica certidumbre de tener que ser víctimas de los gobernantes de turno, así como de sus cómplices de siempre. Y eso fue, precisamente, lo que cambió a partir de ese emblemático abril de hace casi tres años. Ya somos muchos menos los que estamos dispuestos a tolerar que los cínicos villanos que sangran las finanzas públicas nos sigan “viendo la cara”. Ya somos muchos más los que hemos tomado conciencia de nuestra irrepetible e histórica oportunidad de fundar un nuevo país sobre los escombros putrefactos de la vieja política y de sus socios.
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Pero Guatemala atraviesa ahora mismo por una senda de enorme peligro. En las arenas movedizas se adivinan las pantanosas intenciones. Por ahora, no se ve luz en ninguna parte".
Pero Guatemala atraviesa ahora mismo por una senda de enorme peligro. En las arenas movedizas se adivinan las pantanosas intenciones. Por ahora, no se ve luz en ninguna parte. Y obligación nuestra será, como sociedad, intentar lo que esté a nuestro alcance para evitar desenlaces violentos. Me pareció interesante el planteamiento del exalcalde de La Paz Ronald MacLean, que estuvo recientemente de visita por estos lares. Él considera que la corrupción ya es parte del diario vivir, y que si se compara con un cáncer no puede ser tratado como un tumor, y que si el país fuera un paciente, ese cáncer ya no sería “operable”. ¿La razón? Sus metástasis ya se regaron por todo el sistema. Es obvio que aquí nos urge trabajar en aspectos preventivos para que el enfermo, es decir Guatemala, no muera de tanto tratamiento. Lo cual no significa promover la impunidad.
Es inaplazable tratar de armonizar a los actores sociales dispuestos a propiciar una ley de aceptación de cargos que brinde la oportunidad de redimirse, en la medida de lo posible, a quienes pecaron por pillos o por necesidad. Para variar, esto depende del Congreso, al que no veo por el momento interesado en ayudar al pueblo. Es evidente, además, que por excelsa que resulte esa ley no podría quedar bien con todos. Pero sería mejor que nada.
Me pregunto qué pudo ser tan terrible como para que una civilización tan pujante y grandiosa como la maya quedara reducida a ruinas después de semejante magnificencia. Se me ocurre que, muy probablemente, unos pocos que pensaron solo en sus intereses personales arrastraron al caos y al abismo a la sociedad entera. Algo muy similar podría ocurrir aquí, en la Guatemala del siglo XXI. El egoísmo mata. Y también condena. No hay que olvidarse de las lecciones que nos deja el abandono que por décadas ha pesado sobre Petén. Allí donde los saqueadores han llegado siempre antes. Allí donde el Estado ha fallado por desidia y por omisión. No podemos permitir que eso siga sucediendo. Ya es hora de que los ladrones vayan a donde les corresponde. Ya es hora de que aprendamos a defender lo nuestro.