Opinión

Progresistas de derecha y progresistas de izquierda, uníos

"No podemos seguir menospreciando la vida con una apatía sanguinaria ni permitiendo que la barbarie continúe ejerciendo vejámenes con su máxima crueldad".

Año pesado el que nos disponemos a terminar. Año de noticias estremecedoras. Como suele ser por aquí. La más triste, el incendio en el Hogar Virgen de la Asunción; ese “hogar” al que me niego rotundamente a llamar “seguro”. Cierro los ojos y me sitúo en la pesadilla sufrida por las niñas. Trato de ponerme en los zapatos de sus familiares. Me encarno en los testigos de esas llamas implacables, con escalofriantes gritos al fondo. ¿Habrá entendido nuestra sociedad lo que allí pasó? ¿Lo habré entendido yo? Aunque haya kilómetros de distancia entre una y otra, la tragedia me recuerda el horror de la Embajada de España. Es decir, ese despiadado menosprecio por la vida que nos condena a una apatía casi sanguinaria. Irónico, además, que ocurriera la mañana del Día de la mujer. Nuestro destino en su versión hiriente. Y hasta la fecha es la infamia en la que nadie asume responsabilidades y en la que todos se justifican sin recato. Lo cual resulta inaceptable y cínico. Sin embargo, tampoco puede señalarse solo a las autoridades actuales de la carnicería de ese aciago 8 de marzo. En ese “hogar” hacía años que la barbarie ejercía sus vejámenes con su máxima crueldad. Igual como sucede a diario en la política. No es casualidad lo grotesco que vemos en el Congreso.

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No podemos seguir menospreciando la vida con una apatía sanguinaria ni permitiendo que la barbarie continúe ejerciendo vejámenes con su máxima crueldad".

El burdo intento de aprobar dos decretos en favor de la impunidad fue tan solo una página de ese nefasto libro. Hablo asimismo del tenso septiembre que empezó el domingo 27 de agosto, cuando a las seis de la mañana el presidente Jimmy Morales concretó su error más craso y desestabilizador. De eso, por cierto, aún no nos hemos repuesto. Y las heridas de polarización quedan rencorosamente frescas todavía. Esa polarización que le paga con millones a quienes la promueven valiéndose del odio y del miedo. La misma polarización que, proclamando querer evitar “otra Venezuela”, nos lleva con su destructivo fanatismo directos hacia una “Venezuela hecha en Guatemala”, sea de corte fascista bananero o bien al mejor estilo del montaraz chavismo sin petróleo. 

El próximo año nos reta para que las mentes sensatas del país conversen y alcancen un mínimo acuerdo, por medio del cual podamos seguir adelante con el proceso de depuración a cargo de la CICIG y del MP, así como devolverle a la dinámica de emprendimiento y de inversión la pujanza que mueva nuestra economía. No podemos paralizar más al país. El hambre acecha. Y la violencia no se queda atrás. Me pregunto cómo podríamos reunir, alrededor de una mesa representativa, a los progresistas de derecha y a los progresistas de izquierda. A los de verdad. A los que distan inteligencias y sensibilidades de las clásicas visiones obtusas. No tengo la respuesta para lograrlo. Lo que sí presumo es que, tanto los progresistas de izquierda como los de derecha coincidirían sin mayores dificultades en el camino que precisa seguirse (porque es obvio). También es previsible que, de darse un diálogo productivo entre los pensantes, el extremismo de ambos bandos boicotearía con sus cañones más feroces cualquier “apretón de manos” que pareciera significativo.

Enero nos espera con ese monumental desafío. Es la oportunidad cautiva pero vibrante para que brillen y se luzcan los liderazgos emergentes. Su misión: Evitar la debacle. La elección del nuevo Fiscal General nos pondrá a prueba con un festival de arenas movedizas y un remolino de cuerdas flojas. El “lado claro de la fuerza” no puede dormirse ni por un segundo, porque “el lado oscuro” jamás descansa. Lo que ha dado en llamarse el “pacto de corruptos” afila sus garras, día y noche, veinticuatro/siete. Y no lo esconde ni lo disimula. Se siente respaldado y con poder. Y su gran batalla de 2018 será llevar al Ministerio Público a alguien totalmente opuesto a Thelma Aldana. Eso que todos sabemos. Eso que teme la Comunidad Internacional. Eso que da dolor de cabeza y de alma solo de vislumbrarlo.

No podemos paralizar más al país. El hambre acecha. Y la violencia no se queda atrás. Me pregunto cómo podríamos reunir, alrededor de una mesa representativa, a los progresistas de derecha y a los progresistas de izquierda".

La fatalidad del Hogar Virgen de la Asunción se veía venir hacía años. Los abusos de los que eran objeto las menores no eran un secreto. El infausto episodio del 8 de marzo debió ser previsto y detenido por nuestra sociedad. Por nuestras voces. Por nosotros, todos.

De la misma manera, ahora que aún es posible, debemos impedir que esta coyuntura crítica termine mal. O muy mal. O pésimo. No podemos seguir menospreciando la vida con una apatía sanguinaria ni permitiendo que la barbarie continúe ejerciendo vejámenes con su máxima crueldad. Por ello, pido lo básico y lo esencial en este diciembre de “cartas a Santa Claus”: Progresistas de derecha y progresistas de izquierda, uníos.

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