Hay muchas personas de valor, en el discurso público y la arena de la opinión pública guatemalteca, que piden el fin de la confrontación y la polarización, y en gran parte tienen razón.
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De la retórica virulenta a la violencia hay poco trecho, y ya probamos la violencia política en más de tres décadas del siglo XX y fue una hecatombe. Es por ello que miro con muy buenos ojos el intento público y transparente de las más de 30 asociaciones militares unidas y más de 14 diputados en el Congreso de la República de hacer una reforma substancial a la Ley de Reconciliación Nacional y detener la hemorragia de fondos públicos, en juicios ilegales contra el Estado y pagos multimillonarios en resarcimientos (¡¡¡ya pagamos más de mil millones de quetzales en resarcimientos!!!), fundamentalmente para pagos a ONG y no a las víctimas del conflicto armado interno guatemalteco. Apoyo totalmente esos esfuerzos y hago votos porque dicha legislación prospere y se cumpla al final de su aprobación.
A esa izquierda que quiere la paz le digo y le solicito, al igual que a la derecha mercantilista, que dejemos ya la guerra política sin cuartel, reconciliémonos y trabajemos en el mínimo común en lo que sí estamos de acuerdo".
Pero al inicio me refería a la confrontación entre hermanos, y de eso quiero escribir ahora, pues la polarización, el terrorismo fiscal y la utilización del Estado y del aparato de justicia como arma política para vengarse de los enemigos políticos ya duró más de una década. ¿Qué nos ha proporcionado este reino del caos aparte de la confrontación y la lucha política e ideológica permanente? Una caída de más del 1% del PIB (más de 6 mil millones de quetzales menos de actividad económica para este año 2017), una degradación de la calidad y un aumento del costo del pago de la deuda pública guatemalteca por Standard & Poor’s, y el consecuente encarecimiento de todos los préstamos públicos y privados que tengan como destino Guatemala y nuestra plaza de negocios.
Esta guerra política y jurídica se ha extendido igualmente al litigio malicioso de estas mismas ONG contra minas, plantaciones, hidroeléctricas, industrias y cualquier inversión grande o importante en el país. Este conflicto permanente, estas riñas intestinas por facciones que siguen en su cabeza peleando la Guerra Fría, o la lucha de clases, en mi opinión, especialmente, los dinosaurios aún vivos de conflicto ideológico, especialmente de la izquierda más radical (que no es toda la izquierda, ni la social democracia, ni la izquierda moderada), son los que no nos dejan avanzar y crecer con toda la fuerza que Guatemala puede y tiene que crecer económicamente para lograr emplear a una juventud ávida de trabajo, que quiere vivir una vida honrada y prosperar con sus familias en un país donde impere la ley y el orden, y no la transa, el mercantilismo o la corrupción.
En esta lucha por la paz social y la libertad individual tomo, como ejemplo para mí, el enorme sector informal de la economía guatemalteca, que según algunos estudios es el 70% del PIB total, que si estimamos en 70 u 80 millardos de dólares al año, estaríamos hablando de US$50 millardos al año, o sea, ¡¡¡más de 350 mil millones de quetzales al año!!!
Estos empresarios guatemaltecos, indígenas y ladinos, que realmente representan a decenas de miles de emprendedores pequeños y medianos, son la columna vertebral del país. Ellos representan, con sus industrias, tiendas, talleres, aceiteras, panaderías, tiendas de regalos y pastelerías, entre otros negocios, miles y miles de puestos en los más de 400 mercados cantonales en todo el país, la verdadera economía real guatemalteca. Es a ellos y, por supuesto, a los grandes y hasta multinacionales negocios chapines a los que hay que ayudar a crecer más, a prosperar, a crecer más rápido y más fuerte. Es en ese crecimiento económico transversal y generalizado donde reside la paz real a largo plazo, la paz social, que viene de la cooperación libre y abierta en el mercado y de un estado de derecho real y no de una legalidad mercantilista y atrofiada, tampoco de la acción corruptora del Estado en la economía ni de esa economía contratista-mercantilista que busca privilegios, leyes y prebendas.
Estos empresarios guatemaltecos, indígenas y ladinos, que realmente representan a decenas de miles de emprendedores pequeños y medianos, son la columna vertebral del país".
Impuestos bajos para todos, un presupuesto balanceado, el fin del endeudamiento estatal masivo y expansivo, la responsabilidad fiscal y la rendición de cuentas, con un estado de derecho sólido y no ideologizado que sea parejo en su actuar contra delincuentes y corruptos, es lo que permitirá crear un clima de negocios adecuado y próspero que, lamentablemente, perdemos a pasos agigantados día a día. ¡Reaccionemos guatemaltecos! El país ha demostrado en una y cien crisis distintas anteriores que sí podemos salir adelante, que los guatemaltecos sí tenemos resiliencia, capacidad y amor por nuestro país.
A esa izquierda que quiere la paz le digo y le solicito, al igual que a la derecha mercantilista, que dejemos ya la guerra política sin cuartel, reconciliémonos y trabajemos en el mínimo común en lo que sí estamos de acuerdo: el estado de derecho, una ley pareja para todos y el fin de la guerra contra las inversiones legítimas y la cooptación de las instituciones estatales. Construyamos instituciones independientes y el estado de derecho; dejemos la guerra, construyamos en paz.