Opinión

Retroceder 40 años

"Por ahora, para alcanzar la mínima estabilidad y no incurrir en la “normalización” del #Pacto de Corruptos, es preciso hacer exactamente lo contrario de lo que se intenta".

Estamos en pleno proceso de “normalización” del #Pacto de Corruptos. Es decir, en la siniestra hechura de una rutina que pretende hacernos olvidar las múltiples afrentas sufridas semanas atrás a manos de varios poderes del Estado. Nos vamos acostumbrando a las adhesiones, unas públicas y otras secretas, en apoyo de quienes cínicamente quisieron “vernos la cara” y ultrajarnos. Adhesiones en respaldo de aquellos que, en contubernio y con descaro, atentaron contra la lucha anticorrupción y quisieron terminarla de tajo y sin miramientos, como cuando se mata de un manotazo al mosquito que molesta. Lo único es que, en este caso, no se trataba de un insecto indefenso y aislado. Por suerte.

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Resulta innegable que a quienes integran el #Pacto de Corruptos se les aquietan las aguas por estos días. La plaza no levanta y los antejuicios se quedan en el camino. Y así se les va permitiendo reacomodarse como las fuerzas del mal que son. Y todo sea por un país estable y por mantener intacta “la institucionalidad”. Así piensan algunos, supongo. Y también es de esperarse que el desgaste sistemático contra quienes piden el cambio irá intensificándose con agresiones cada vez más hirientes y provocadoras. Abundarán las acciones orquestadas para minar todo lo que ose sugerir el avance hacia un régimen de legalidad. Aquí los privilegios no dan su brazo a torcer ni se rinden fácilmente. Y hasta podrían terminar ganando “por cansancio”, porque sus defensores son tenaces en su depredadora y maledicente embestida, y atacan el cántaro de la cordura con chorros de bajeza cuyo afán es obvio. Detestan la “justicia selectiva”, pero aman y apuntalan la “selectiva difamación”.  Y además tienen muy clara su apuesta: lograr que la ciudadanía se agote de tanto ver que los días transcurren y que nada en concreto sucede. Dinero para “seguir la lucha” sobra. Asimismo, las descalificaciones a la medida. No digamos la suma de aliados impresentables que, de pronto, se vuelven estratégicos y, por lo tanto, aceptables.

Sin embargo, los que defienden el viejo y caduco sistema no pueden aún cantar victoria. Aunque hayan avanzado en sus posiciones y ganado adeptos de cierto peso. Asimismo, haber logrado dividir a la población es, de por sí, un considerable triunfo para ellos. Pero les juegan en contra algunos aspectos sobre los cuales ejercen escaso control. La prepotencia de varios de sus voceros, por ejemplo. O su discurso tan idéntico al de figuras sin retorno posible en la opinión pública.

La forzada “estabilidad” es de todas maneras muy endeble. No alcanza para que la economía se desentrampe. Tampoco para recuperar la viabilidad política. Mucho menos para calmar los ánimos. Me duele ver a Guatemala en una tensión tan colérica. Y el peligro del retroceso se acrecienta cada día más. Existe el riesgo de un tropezón histórico de dimensiones fatales, muy similar a otros que nos han costado vidas y décadas de enfrentamientos. Pareciera que la estrategia de Estados Unidos es que el presidente siga en su puesto hasta nueva orden. E igual, que los más de cien diputados ya evidenciados en su perfil delictivo no salgan del Congreso. Todo ello, bajo ciertas directrices que difícilmente se cumplirán al pie de la letra, pues la inmadurez y la infamia son tales entre los políticos, que no habrá manera de mantener compactas las piezas de este complejo rompecabezas por mucho tiempo. Y eso pone en riesgo a la economía, porque mientras no haya señales claras de que el Gobierno será capaz de ejecutar su presupuesto sin saqueos de por medio, o que aquello emanado del Organismo Legislativo de verdad busque el bien común, los descalabros y las obscenidades saltarán como liebres por todas partes, sin el mínimo recato y con las consecuencias previsibles en materia de gobernanza.

Es importante no echar en saco roto la idea ya mencionada por varios juristas en cuanto a que el Organismo Judicial carece de capacidad instalada como para sacar adelante casos del calibre del de Odebrecht o del de Transurbano.  No abundan en nuestro sistema los personajes tipo el juez Miguel Ángel Gálvez. Y deberíamos contar con muchos de su clase en este episodio tan crucial del proceso. Ergo: ha sido tanta la corrupción que no nos damos abasto para juzgarla. De ahí lo importante de apresurar propuestas en tal sentido. Propuestas que den margen a una salida decorosa, que no implique impunidad.

Por ahora, para alcanzar la mínima estabilidad y no incurrir en la “normalización” del #Pacto de Corruptos, es preciso hacer exactamente lo contrario de lo que se intenta. Lejos de acuerpar a quienes ya demostraron lo ruin de su calaña, lo que nos urge es ponerlos contra la pared para que,o reaccionen o renuncien. Mientras antes se liberen esas dudas, mejor le irá a la economía, más rápido se llegará al respiro político y volveremos con mayor prontitud a la “polarización manejable” de los últimos años, con alguna posibilidad de arribar a acuerdos.

Y que las fuerzas del mal no se confíen tanto en la tradicional desorganización de la sociedad civil. Septiembre ya reveló lo que la indignación espontánea logra en cuestión de horas. Y eso puede repetirse en cualquier momento.

Nos esperan semanas decisivas y emocionantes. Estamos cansados de tanta incertidumbre. Y hartos también de las componendas desvergonzadas. El punto de inflexión es ahora, no en las próximas elecciones. Y sería sumamente trágico para Guatemala que una gestión fallida o canallesca de esta coyuntura nos hiciera retroceder 40 años.

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