Son varios los que se quejan de que la justicia se ha vuelto un espectáculo. Y culpan al MP y a la CICIG de eso. Los señalan de armar “shows” sin pruebas contundentes. Pero cuando el alcalde de la capital se presenta desafiante a una conferencia de prensa en la que se pide el retiro de su inmunidad, entonces aplauden. Y lo consideran un ejemplo de valentía y de nacionalismo, aunque en su tan teatral aparición, el alcalde no haya aportado un solo argumento para desvanecer los indicios por los que la Fiscal General y el Comisionado contra la Impunidad solicitan que se le quite el antejuicio. Diferente habría sido que el jefe edil convocara a una rueda de periodistas y que explicara, con una presentación coherente, que del Fideicomiso de Apoyo Urbano de la municipalidad bajo su cargo no se pagaron artículos electorales para su campaña de 2015. Eso hubiera sido mucho más convincente que irrumpir con cara de pocos amigos en el octavo nivel del Ministerio Público. Además, se ve mal que proclame no haber hecho propaganda electoral hace dos años, cuando existe prueba documental de que lo hizo. Prueba irrefutable. Asimismo, se oye pretencioso que se jacte de haber intimidado al titular de la CICIG, cuando este se ha enfrentado antes a contrincantes del calibre de Pablo Escobar Gaviria y Álvaro Uribe. De verdad, no creo que Iván Velásquez le tiemble a Álvaro Arzú, por más intimidante que el expresidente parezca. Es cierto: no se ve nada bien que se le abra caso al alcalde 37 días después de que respaldara en público al mandatario Jimmy Morales. Eso le dio armas y argumentos a quienes sostienen que hay dados cargados en sus acciones. Y les trajo algunos detractores de peso. Sin embargo, existe también otra lectura: Arzú sabía que las investigaciones andaban rondándole cerca, y decidió emprender una defensa oficiosa del sistema y de “la institucionalidad”, de manera convenientemente preventiva, para así adelantarse a los inminentes acontecimientos. Hace falta ser muy ingenuo para tragarse que el jefe edil capitalino ignoraba que le pisaban los talones. Alejandra Reyes, ex pareja de Byron Lima, se había acercado al MP desde octubre de 2016. El caso, según lo confirma ese dato, no se armó en un mes. Muchos menos en cuatro días. Y así como los indicios con que dice contar la FECI no significan que Arzú sea culpable de nada, tampoco hay garantía de que haber denominado “Caja de Pandora” al caso no termine siendo un adelanto de que, en el fondo, haya algo considerablemente más fuerte. De eso tendrá que ocuparse la justicia. Y ojalá lo haga respetando el debido proceso y la presunción de inocencia. Es su obligación actuar de esa forma. Con Arzú y con cualquiera. Y si el MP y la CICIG pierden este pulso, la derrota será monumental y a lo mejor irreversible. Tanto en lo judicial como en lo político. La tensión es extrema. Y la crisis, aunque continúa, ve respiro en la confirmación de los tres ministros estrella del gabinete. Tanto así que minutos después de hecha pública la noticia del acuerdo alcanzado con los tres funcionarios, la cuenta de Twitter del Presidente instó a la necesidad de recuperar Guatemala “hoy más que nunca”. Sin meditarlo mucho, pareciera que esa estabilidad repentina se vincula con la reciente llegada del nuevo embajador de Estados Unidos, Luis Arreaga.
PUBLICIDAD
Me cuesta a veces entender las contradicciones en las que todos caemos. Sirva de ejemplo un episodio de 21 años atrás. Me refiero al “Caso Moreno”, tan publicitado en 1996 cuando Arzú era presidente. El certero manotazo que su administración le propinó a esa red delictiva fue un hecho de gran impacto para aquel tiempo. Y también de enorme mérito. Recuerdo que los medios publicaron fotos muy oportunas del entonces candidato de oposición, Alfonso Portillo, cuando estaba de vacaciones con el acusado de ser “el capo del contrabando”. Aquello no se vio mal ni se criticó ferozmente. Contrario a ello, se ganó una ovación cerrada. Basta una revisión hemerográfica para comprobarlo. Ahora, las cosas son diferentes.
Álvaro Arzú es el político más exitoso de los últimos 60 años en Guatemala. Sus resultados electorales son contundentes en ello. Firmó la paz, lo cual no es un logro menor. Ha sido un líder capaz de formar excelentes cuadros y eficientes equipos. Pero sus actuaciones durante los últimos años han deteriorado mucho su legado. El solo hecho de insinuar que a Otto Pérez Molina se le dio un “golpe de Estado” lo coloca en una posición penosa. Y si se suma a ello que se decante por “declarar la guerra” y que su discurso sea básicamente el mismo que el de Roxana Baldetti, las alarmas suenan incluso de manera más inquietante.
Nuestro país vive horas difíciles que pueden fácilmente llegar a ser amargas. Si no logramos que el liderazgo político y sus financistas ejerzan la mínima sensatez, el regreso al peor de los pasados no está lejos. Eso pasa también por actores prominentes de los grupos sociales y del periodismo. En realidad, pasa por todos los gremios y por todos los hogares. Si estamos realmente comprometidos en la lucha contra la corrupción, no importan nuestras simpatías ideológicas ni religiosas ni de ningún tipo. E insisto: no somos una sociedad de inocentes ni de “incapaces de pecar”, aunque sí podríamos y deberíamos ser una sociedad de redimidos en la búsqueda por derrotar la impunidad. Ello es totalmente factible si por una vez, tan solo por una vez, ponemos el bien común sobre nuestros intereses personales. Nadie va a ganar si se apuesta por la “solución bélica”. Nadie, nadie. Y es muy fácil entender por qué: la violencia solo trae consigo más violencia. Y la violencia complica cualquier tablero. Lo saben los reyes, los alfiles y los peones: lo bélico jamás es solución.
* Publinews es ajeno a las opiniones vertidas en este espacio.