Opinión

Lo que está en juego es Guatemala

"La escasez de liderazgo nos golpea. Urge quién proponga y facilite una ruta viable para salir del atolladero".

 

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La crisis política se complica cada día más. Durante el último mes, hemos ido del aguacero al chubasco sin que cese llovizna. Y eso dificulta gravitar por el país. Moverse. Tomar decisiones. Hacer planes. Vivir. Es cansado todo esto.

El diálogo, esa herramienta tan fundamental para evitar tragedias, no despeja camino por ninguna parte. Es peligroso lo que ocurre. Es la angustia fantasmal y agobiante de la incertidumbre por gotero. Los políticos, tanto en el Ejecutivo como en el Congreso, no parecen estar leyendo bien los tiempos. Y por ello se portan desafiantes y altaneros. Evaden lo inminente. Se atrincheran. Y se resisten a dar el paso que tarde o temprano tendrán que enfrentar en su destino inmediato, quién sabe a qué precio. No es una señal optimista que el presidente busque apoyos impresentables en vez de intentar tender puentes. No es aceptable que la figura que representa la unidad nacional sea el centro generador de las polarizaciones. Y más grave aun cuando su conducta sugiere que, para salvarse, su apuesta sea dividir a los guatemaltecos sin importar las consecuencias. Su posición ya no enfrenta el dilema entre lo bueno y lo malo, sino entre lo malo y lo menos malo. Y con él, un país entero. Llamar a la cordura nunca sobra; hoy día resulta indispensable. No puede permitirse el mandatario caer en la tentación de un “jueves negro” o de un “serranazo”. Sería fatal. Y no existe manera de salir ganador de una maniobra tan extrema. La presión nacional se hará sentir con el paso de los días. Y la internacional irá in crescendo. En un gobierno que se desmorona ambas al unísono han de ser exasperantes y tensas. Evitar no es cobardía. Cobardía es no detenerse a tiempo cuando a la vuelta de un par de tropezones espera el abismo. ¿Por qué se obstina el presidente en no asumir las advertencias que los relámpagos más obvios le anuncian? ¿Por qué actúa y se desempeña como un tigre acorralado por sí mismo?

No es solo él. Esos diputados que le han arruinado la reputación al actual Congreso tampoco se muestran juiciosos. Vociferan y retan como que si estuvieran en condiciones de hacerlo. No son humildes. No acatan el clamor popular. Y siguen ofendiendo a la Plaza y también lacerando a los que sufren de hartazgo terminal por sus abusos. Se ponen en riesgo, pudiendo frenar la gran debacle. Son otros que ya no tienen manera decorosa de resolver su situación, porque no representan a nadie y carecen de la más elemental legitimidad.

La sociedad está enfrascada en el pantano de la polémica sorda. Todos pretendemos ser dueños de la razón y no nos molestamos en oír “al otro”. Los chats de compañeros de toda una vida arden en insultos y en discrepancias por la mínima provocación. Con suma facilidad salen a flote los resentimientos y los odios; los argumentos arraigados en añejas diferencias. Y con ello, el maremágnum del desatino hepático y del dramático “pierdeamigos”.

La escasez de liderazgo nos golpea. Urge quién proponga y facilite una ruta viable para salir del atolladero. Pero no todo es triste. Como lo describe magistralmente Richard Aitkenhead en su artículo de ayer en “el Periódico”, el ímpetu de cierta juventud empieza a marcar el paso como alternativa a los esquemáticos enfoques de quienes ya arrastramos años de trauma. Solo con las nuevas voces veo yo una esperanza concreta. Una ventana de concordia al final de este túnel de agresiones. Los renovadores jóvenes no tienen miedo de lanzarse al vacío. Y eso les garantiza algo indispensable y valioso en medio de esta batalla campal: no van a sufrir de parálisis por análisis, ni de estancamiento por agua que se autopetrifica.

Lo correcto y lo ético para un número considerable de diputados sería renunciar. Lo mismo le corresponde al mandatario si no es capaz de serenarse y de actuar responsablemente, pero sobre todo si no logra desvanecer pronto los señalamientos en su contra. A la CICIG y al MP les toca atender lo que alguna parte de la población les exige. Es decir, dar muestras contundentes de que sus investigaciones carecen de sesgo. Y también deben salirle al paso, sin demora, a los ataques de desinformación, así como aceptar sus errores con franqueza y sin tapujos.

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No podemos seguir otro mes con esta lluvia continua y fastidiosa. Es agotador y desgastante ir del aguacero al chubasco sin que cese la llovizna. Es momento todavía de conjurar la gran tormenta. No permitamos que el cielo se nos caiga encima ni que el infierno nos hunda en su lodazal retrógrado. Es hora de darle voz a los moderados. Y de prestarles atención. Pero antes que nada, es de vital importancia evitar tragedias. No queremos otro “jueves negro” ni otro “serranazo”. Los viejos sensatos y los jóvenes visionarios tienen que hacer equipo. Pero ya. Lo que está en juego es Guatemala.

 

 

 

 

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