Opinión

PACTOS, SÍ. PERO NO CON CORRUPTOS

Ofensivo lo que intentaron hacer la semana pasada 107 diputados, con la indolencia cómplice del presidente Jimmy Morales. Más obvios no pudieron ser. Pero sus cálculos fallaron por el cinismo y la celeridad en la ejecución de su trato. Se confiaron en que la desinformación malintencionada había calado lo suficiente. Y por poco se salen con la suya. De hecho, no se han rendido. Saben que tienen mucho que perder. Saben que, para buena parte de ellos, lo que viene es la cárcel. Saben que todavía les quedan defensores oficiosos que, con tal de no romper la “institucionalidad”, están dispuestos a tolerar impresentables en los grandes puestos.

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Me alegra que los adalides de la impunidad hayan perdido el primer round. Mas pido no confiarse. La pelea será prolongada y de mucho más de 15 asaltos. Repito: estuvieron muy cerca. Porque de no ser por la pronta respuesta de la gente que se la juega por el país a cualquier hora y con indomable coraje, hoy estarían celebrando, y a sus anchas, esos que apoyan -ya sin careta- a la corrupción y a sus “insignes” privilegiados. Hay dinero a raudales corriendo para que los rufianes de esta película resulten ganadores. Sobra el pérfido tráfico de influencias. Prolifera la bajeza. La desvergüenza se publica en Facebook.

Esta contienda no permite parpadeos. Tampoco errores innecesarios. Menos aun la apatía domesticada por el diario trajín o las vacilaciones por los añejos temores ideológicos. La sociedad ya había bajado los brazos y estaba apoltronada. Eso lo notaron las fuerzas oscuras. Yo diría que hasta lo estimularon. Sembrar desconfianza es bastante más fácil que untarle luz al ambiente.

Lo sistemático de la campaña anti CICIG y anti Thelma no ha descansado ni por un instante. Y les ha minado credibilidad entre quienes se tragan sin análisis las aberrantes cadenas goebbelianas por WhatsApp o las consignas de los netecenteros del oprobio. Esta vez, sin embargo, su propia prepotencia los hizo cometer garrafales errores. Y he ahí lo alentador. Estoy seguro de que el descaro con que actuaron la semana pasada va a alertar a muchos incautos que han caído en la trampa de la “soberanía vulnerada”, o en esa otra que pretende vender, con argumentos burdos, que si se mantiene la depuración del sistema, el comunismo está a la vuelta de la esquina.

Por ello, el infame pacto entre el Jefe del Ejecutivo y la escoria del Congreso, apoyado por poderosos de toda índole, debe ser sofocado con músculo de plaza y sin temerle a los escenarios de riesgo, porque siempre los habrá. Lo cual implica actuar con decisión, pero también con la sensatez suficiente como para no tropezar en locuras y en arrebatos. Para ello es imprescindible que las élites decentes hagan un examen de conciencia y eviten resbalarse en protagonismos fuera de tono, o bien, por otro lado, en provocar la estridencia con peticiones irrealizables, disociadoras y populistas. Nada hay peor que mantener esta inercia de cleptocracia.

Nos urge estabilidad para que la economía no se desplome. Y solo vamos a conseguirla si agilizamos los pasos inevitables, por medio de herramientas democráticas y pacíficas. Nuestra imagen en el mundo retrocedió horrores en cuestión de 20 días. Y las divisiones internas se ahondaron. No obstante, algo bueno puede salir de esto. Varios de los que respaldan la impunidad ya se descararon.

La ciudadanía decisiva necesita despertar de una buena vez y no permitir que el próximo intento de las mafias nos sorprenda sin un acuerdo mínimo. Preste atención a cómo han venido trabajando los que procuran que nada cambie. Siempre ponen en duda el proceso. Siempre desacreditan. Siempre exageran los errores y minimizan los éxitos. Pero el país es otro desde hace dos años. Ya no existe el concepto de “intocable” como aún se manejaba en marzo de 2015. La gente se informa más y asume que no pagar impuestos, lejos de ser una “salida de listos”, equivale a un grave delito.

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Los políticos, aunque sigan en su mayoría mostrándose como lacras, le temen al pueblo. Porque aunque parezca que nadie va a levantarse, es ya evidente que cuando el atropello es mayor, la masa crítica sale a la calle y obtiene resultados. Tal y como ocurrió este reciente fin de semana, nunca mejor descrito en su acepción liberadora y patriótica como “de la independencia”. Que quede absolutamente claro: de no haber sido por el equipo que se formó entre la sociedad, los medios independientes y el liderazgo digno del país, la debacle ya sería ley. Y en ese contexto, no es posible ignorar el vergonzoso “bono de riesgo” que se recetaron los altos mandos del Ejército y el presidente Morales. Devolver el dinero no basta. En esa operación hubo “secretividad dolosa”, pues le sacaron ventaja a los puestos para favorecerse a sí mismos, lo cual es inaceptable desde donde se vea, además de insultante en un país en el que faltan medicinas, las carreteras están destrozadas y por doquier se ven aulas inhabitables.

Hay que cuidarse de no confundir las palabras. No es lo mismo soberbia que soberanía. Un ser soberbio es aquel que, incluso sabiendo que va contra la razón, sigue adelante con sus despropósitos, aunque con ello ponga en peligro a infinidad de inocentes. Un soberano es, por ejemplo, un pueblo que no permite que los políticos más viles, arropados por sus siniestros secuaces, se aprovechen del poder con desfachatez criminal.

En la Guatemala de hoy no estamos para jugar a timoratos. El país precisa de sus mejores ciudadanos para impedir que el río de la iniquidad nos arrastre. Los demonios andan sueltos. Y muchos reciben sueldos y sobresueldos del mismísimo Estado. La indignación debe tomar sus cauces sin incurrir en violencia. La paz tiene que prevalecer. Y también el diálogo. Pero un diálogo que se atreva a no detenerse por temores atávicos. Basta ya de inflexibilidades mediocres. Pactos, sí. Pero no con corruptos.

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