Para nadie fue sorpresa que 104 diputados votaran en contra de retirarle la inmunidad al presidente Jimmy Morales. Era de esperarse. Pero lejos de protegerlo, al jefe del Ejecutivo le han robado una estupenda oportunidad para desvanecer frente a la justicia ordinaria los señalamientos que pesan sobre su nombre. Y además, le han restado aun más legitimidad. Sin embargo, aunque de momento esta “votación” parezca una victoria para Morales, los ciudadanos debemos seguir exigiéndole, tanto a él como al partido que lo llevó al poder, que abran sus cuentas y que expliquen su financiamiento electoral, hasta hoy oscuro. Es el colmo. Mientras Guatemala vivía en 2015 uno de sus momentos más intensos de ciudadanía, la agrupación con la que Jimmy Morales se propulsaba hacia la presidencia parece haber actuado tal y como lo han hecho todos sus antecesores: usando la campaña como un trampolín de “movidas” dudosas. Al respecto, el oficialista Adim Maldonado fue descaradamente claro por la radio. La bancada iba a evitar que se le retirara la inmunidad al mandatario, sin importar lo que sugiriera el informe de la pesquisidora. Aunque hubiera indicios de un delito, nada podía cambiar su opinión en cuanto al “voto disciplinado”. Total, es la costumbre. Con la jornada de ayer, el presidente sumó a sus aliados a otro de los grupo non gratos para la población: el de los diputados tránsfugas y apañadores de la impunidad. Esos que rejuvenecen, a la mala, a esa putrefacta “vieja política” que se niega a darle una oportunidad a la Guatemala del futuro. De milagro no se quitaron la corbata como muestra de unión. Solo eso les faltó realmente.
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Después de esto, la crisis no terminará. Y eso lo vamos a lamentar muchos. Especialmente los más desprotegidos. Porque para aprovechar este “sacrificio” del Organismo Legislativo se precisaría de brillantes operadores políticos y de un mandatario dispuesto a pasarse del lado de los buenos. Pero ni una ni otra. Aquí la gran pelea apenas comienza. Y quienes pretenden que en el país no cambie nada ya apostaron por el “todo o nada”. De hecho, su estrategia incluye que la economía vaya cada vez peor. Que haya desempleo. Que nadie quiera exponer un centavo. Así, con esos argumentos, podrán convencer a más y más incautos, o a más y más de aquellos a quienes les sobran las cuentas pendientes con la justicia. Es decir, a los que tienen “colas” por doquier y que temen ir a la cárcel por fechorías vistas antes como “normales”
He oído proclamar a gente que conozco que “estábamos mejor antes de la cruzada contra la corrupción”. Que en aquellos dorados tiempos del Patriota o de la UNE abundaban los negocios y corría la plata. Que con esto de perseguir empresarios se asusta a quienes crean plazas de trabajo. Allá ellos con su descaro. Lo cierto es que resulta preocupante que las cadenas por whatsapp sigan desinformando con tanta desfachatez. Y lo que es incluso peor: que la gente crea en esos mensajes malintencionados y que los repita como autómata.
Concuerdo con quienes opinan que la lucha contra la impunidad no es la única agenda del país. Sin embargo, estoy convencido de que hoy es la más importante. No podemos permitir que, en aras del abuso de unos pocos, Guatemala se mantenga sumida en una cultura de negocios turbios. Es oportuno recordar que el tema no se reduce ni se simplifica a un asunto de izquierdas y de derechas. Se trata de algo mucho más serio: se trata de estar o de no estar a favor de la corrupción. Esa es la decisión que debe tomarse. Anteponer los burdos argumentos de la soberanía y del nacionalismo solo busca esconder un mezquino e ignorante miedo al cambio. O bien, en algunos casos, una defensa a ultranza de privilegios ligados con acciones deshonestas. Por otro lado, ni la CICIG ni el MP son impolutos ni santos. Eso debemos tenerlo claro.
Ningún impoluto o santo podría enfrentarse, con alguna dosis de éxito, a un crimen tan diversificado en la sociedad como este que padecemos aquí. No es momento de rendirse. En medio de esta confusión deliberada y galopante, algunas mentes sensatas tendrán que esbozar algo que, de momento, evite el colapso de la economía. Propuestas ya hay. Algunas hasta con el audaz añadido de brindarle la oportunidad a los corruptos de pedir perdón y de resarcir al Estado por los saqueos perpetrados durante años. Habrá qué conversarlo. Porque si no logramos una reinvención pronta y efectiva del sistema, por medio de instrumentos lúcidamente democráticos, nuestro destino a escasos años plazo es el totalitarismo. Eso es lo que no entienden, o no quieren entender, los que exigen con perturbado cinismo que el país siga hundido en la corrupción. Valiente institucionalidad la que defienden. Y lo más triste es que aún tengan adeptos.