Este país es repetitivo y reincidente. Pero también resulta inaudito y perturbador en su realidad cotidiana, la cual sobrepasa –por mucho– lo impensable de la más febril de las ficciones. Así como cada casa es un mundo, aquí cada vida es una novela. Literalmente. En veinte días van dos motines en Las Gaviotas.
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De pronto, una carretera se desploma como abismo en plena vía. El Sistema Penitenciario sigue siendo un infierno para el que no paga protección, y a veces hasta para el que lo hace. Tenemos voceros que públicamente defienden lo corrupto, como si el saqueo fuera digno de aplauso.
Insisto: Guatemala es repetitiva y reincidente, y a la vez inaudita e inverosímil. Por ello, vivir aquí es tan complejo. Porque nos la jugamos entera cuando salimos cada mañana. Porque las noticias son mejores que el Netflix, aunque nos duelan en el alma y en la conciencia.
Solo ayer, entre el caso La Línea y los disturbios antes citados en el centro correccional, hubo de sobra como para diez películas. A lo que se añaden las reveladoras declaraciones del doctor Jorge Granados, del INACIF, cuando afirma que las evaluaciones médicas que hasta hace muy poco se hacían en dicha entidad, “no eran exhaustivas, ni objetivas, ni imparciales”. Lo cual, como dijo treinta segundos después el exviceministro de Gobernación, Julio Rivera Clavería, implica que durante los últimos años, “el INACIF no ha funcionado”.
Nadie con dos dedos de frente y de humanidad puede oponerse a que un reo, sea cual fuere su delito, reciba atención médica cuando así lo requiera. Lo que inspira desconfianza es que, en algunos casos, se aproveche la debilidad institucional para evadir la cárcel y usar un hospital privado como centro vacacional. Ergo: es importante que, de ahora en adelante, cuando se traslade a un privado de libertad de algún caso de alto impacto a un centro asistencial, la información se dé con certeza y precisión para que las lagunas no traigan consigo la siempre fastidiosa espina de la duda.
Será importante indagar más acerca de la muerte de un doctor que estaba detenido por el caso IGSS-PISA y que falleció a su ingreso a un hospital. Y también buscar una solución razonable y viable para el Sistema Penitenciario, porque nadie está a salvo del peligro de llegar a ese infierno, y lo más seguro es que en las próximas semanas sigan sumándose los habitantes a los diversos sectores de las prisiones del país, sean estas de las comunes y corrientes, o bien de aquellas consideradas VIP.
Basta con revisar la situación en Las Gaviotas para reafirmar la urgente necesidad de que el Estado, es decir nosotros, haga algo serio por mitigar la creciente tensión que se vive en esos sitios. Para hacerlo, injusto sería negar que abundan las precariedades. La falta de asignación presupuestaria y de cuadros técnicos se suma a la ausencia de un modelo que saque la nave, ojalá en unos diez años, de ese naufragio permanente que cada cierto tiempo da noticias fatídicas.
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Pero fácil es decirlo. Casi imposible, lograrlo. Añada a eso la ruina de las carreteras y la incapacidad de impulsar la agenda legislativa mínima para mantener a flote lo poco que queda, si es que queda, de gobernabilidad. Ayer se hizo evidente que las relaciones Ejecutivo-Congreso no contribuyen con la salida. Y como aquí pretextos quiere la muerte para salir de noche, el río revuelto que resulta de esto hace que ganen a lo grande, no los pescadores, sino los depredadores, que no es lo mismo.
En una sola jornada ocurren demasiados episodios en Guatemala. No dejó de conmoverme la secretaria de Bienestar Social, Cándida Rabanales, cuando indicó que no hay precisamente cola para integrarse al equipo de quienes se ocupan de los menores reñidos con la ley. De hecho, me pregunto cómo ella misma soporta tanta presión con tan escaso apoyo y tan limitadas posibilidades de éxito. No cualquiera aguanta eso. Y de verdad no creo que ella haya llegado al puesto para aprovecharse. Un puesto en el que, valga decirlo, se dan relatos vívidos que parecieran extraídos de un cuento de terror, o bien del teatro del absurdo. Para nadie es un secreto, por ejemplo, que muchos de los amotinados en el centro correccional, lo que buscan no es fugarse, sino ser trasladados al Preventivo, porque siendo ya mayores de edad, allí sí podrían adquirir el derecho a visitas conyugales.
No extraña por ello que la defensa de Otto Pérez Molina solicite la libertad del expresidente, por razones “humanitarias”, porque su salud se deteriora en Mariscal Zavala, o que un “rompe y rasga” por el nombre de una tienda desplace del debate un caso tan tremendo como el denominado “Construcción y Corrupción”, tal y como lo escribió con su lucidez de siempre mi colega Dina Fernández.
Lo mencioné antes y lo reitero ahora: este país es repetitivo y reincidente. Pero también inaudito y perturbador, lo cual supera –por mucho– a la más febril de las ficciones. Una jornada aquí es suficiente como para comprobarlo. Cuesta vivir por estos lares. Y a la vez, se vive a toda adrenalina. Ergo: es triste, pero interesante.