La renovación de cuadros en los partidos políticos es una de las deudas que tienen las organizaciones partidarias con la sociedad guatemalteca. La impresión que dejan las últimas asambleas partidarias realizadas por varias organizaciones políticas es que las estructuras de poder en estas instituciones políticas están intactas, y no hay un proceso de “oxigenación” ni “renovación” en las dirigencias.
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“¡Son los mismos de siempre!”, decía una señora, que con expresión de decepción leía una nota de Publinews sobre el transporte público. Sin duda, ella manifestó el sentir de muchos guatemaltecos que ven que un escenario desesperanzador se está pintando para las próximas elecciones. “Mirá”, le decía a su amiga, “solo se cambian de partido y se vuelven a tirar de candidatos”. “¡Solo quieren el hueso!”, enfatizaba la acompañante de la señora. “¿Pero que hacemos, vos?”, le decía la señora a su compañera, “si la gente vota por ellos. No aprendemos”.
Al escuchar la conversación de las señoras me puse a pensar en que los partidos políticos pareciera que no están leyendo bien la temperatura que marca el termómetro de la coyuntura política y los cambios que la sociedad está esperando de ellos: que sean instituciones democráticas, abiertas, plurales, participativas, con estructuras reales (no solo legales), en donde los afiliados puedan participar efectivamente.
Al contrario, las organizaciones políticas se pintan como estructuras que no son democráticas, que están controladas por cúpulas partidarias, y que quieren ser un vehículo electoral para participar en las elecciones y postular candidatos. Y, por supuesto, los políticos se muestran como actores oportunistas que están buscando el mejor “carro” para competir en las elecciones, y luego repetir el ciclo con otro “automóvil”, y así sucesivamente. Este actuar se convierte en un círculo vicioso que deteriora la confianza y la legitimidad de los políticos y de los partidos.
El desafío que tienen los partidos que ya están en la rueda política y aquellos que están en plena formación es construir organizaciones políticas democráticas que vengan a refrescar y renovar a la clase política en el país. Partidos que recuperen la esperanza por una política diferente, una que se aleje de los negocios y la corrupción, y que se acerque a las necesidades de las personas, que las escuche y que las represente.
Partidos en donde los afiliados dejen de ser un número para cumplir con el requisito formal y pasen a ser miembros activos en las decisiones partidarias. En estos momentos, las personas no se afilian con convicción a los partidos porque no son tomados en cuenta en las decisiones. Porque son estructuras que tienen dueños y candidatos definidos. Muchos tratan de maquillar la situación con frases inclusivas, pero, al final del día, terminan reproduciendo los mismos vicios que han erosionado a los partidos.
Las organizaciones partidarias ganarían mucho en legitimidad y representatividad si abrieron los espacios de participación, y mediante mecanismos democráticos que se asegurarán que los afiliados sí importan y sean tomados en cuenta.
La crisis política que estamos viviendo desde el 2015 demanda una renovación partidaria y una oxigenación de la oferta política. Nuevos actores, prácticas transparentes y democráticas, principios, valores, ideología y programas. Ya no más negocios oscuros, compra de partidos y candidaturas y corrupción. El desafío no solo es de los partidos, sino también de los ciudadanos, que por un lado deben organizarse y participar políticamente, y por otro lado, no votar por los mismos de siempre. ¿Qué opina usted?