Opinión

Rediseñando el país

“Vivimos un momento crucial en el país, pero debemos ‘ponernos las pilas’ porque esta ventana de oportunidad se está cerrando y el peligro es que no logremos la Guatemala desarrollada, con habitantes sanos y educados, que vivan en paz y contentos, que tanto añoramos”.

Si en algo debemos ponernos de acuerdo los guatemaltecos es cómo transformar el país. Estamos tan enganchados con “la coyuntura” que hemos olvidado la necesidad de crear un nuevo diseño institucional del Estado para que tengamos un sistema funcional y al servicio de todos.

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Aunque existan leyes y reglamentos, lamentablemente la costumbre se volvió no seguirlas. Las reglas y las normas debieran surgir de las buenas prácticas, de abajo arriba, con el apoyo colectivo y generando instituciones fuertes, y no impuestas desde arriba, esperando un cambio.

En los últimos años se han producido muchas leyes y sus reformas, la mayoría sin sentido, varias sin contenido y otras imposible de cumplirlas. Dejó de ser importante la discusión parlamentaria de estas, ya que se buscaron otros caminos para operar. El poder discrecional que tenía un funcionario, especialmente de alto nivel, sin transparencia ni controles, era campo fértil para la corrupción. Pronto algunos funcionarios, proveedores y personas se dieron cuenta de que la maquinaria gubernamental era posible manejarla por medio del dinero. A pesar de algunos avances que se hicieron como Guatecompras, la Ley de Acceso a la Información Pública y otros procesos para rendir cuentas, la cosa empeoró. Tantos casos que se han dado como plazas fantasma, comisión de obras públicas, chantaje a ministros, componendas políticas, financiamiento ilícito de campañas, contratos a conocidos y otros, solo son una muestra de la falta de ética, irrespeto a las leyes y procesos engorrosos que generaron un alto grado de corrupción.

No hay duda alguna de que el Gobierno está paralizado y que operar es realmente difícil. Tenemos serios problemas en adquisiciones y cada día vemos el gran deterioro de los servicios públicos por no darle mantenimiento y tenerlos abandonados. Además, no todos los empleados públicos llegaron por su capacidad y mérito, sino hubo mucho clientelismo al escogerlos -que no necesariamente llenaron las competencias para el cargo-, razón por la que exigir que tomen desiciones con criterio y sin miedo a equivocarse es casi imposible. Están estancados.

Ahora resulta que el aceite de “la corrupción” se está acabando, pero la maquinaria sigue siendo la misma: obsoleta y oxidada; por la cual será necesario analizar los engranajes y crear una nueva forma de operar. Esto en gran parte se logra modificando las “macroleyes” con las que cuenta el Gobierno para su buen funcionamiento, modernizarlas, modificar sistemas y lograr capacidades. Significa que necesitamos una Ley de Contrataciones efectiva, una Ley de Servicio Civil operante, una Ley de Presupuesto eficiente, una Ley Electoral y de Partidos Políticos plural, sistemas totalmente transparentes, procesos claros y controles para cumplir la normativa.

Requerimos los incentivos para que “buena gente” se involucre en política partidaria y en el servicio público. Un cambio de cultura inicia con personas que con liderazgo ajustan las piezas y que no se presten a la corrupción para actuar. Se percibe una juventud pujante con muchas ganas de realizar cambios, pero es importante tener la capacidad y el entendimiento de la situación actual y lograr definir hacia dónde vamos. Sin duda alguna lo podemos lograr mezclando energía con sabiduría e inspiración, pero debe ser firme, urgente y determinante.

El Ejecutivo podría convocar a un equipo de técnicos locales e internacionales, con experiencia, para rediseñar nuestra maquinaria y convencer a los políticos que de un nuevo modelo, todos nos vamos a beneficiar. La cultura de legalidad debe sustituir a la de la transa. El Congreso tendrá que ordenar sus prioridades. Un estudio de todas las leyes existentes y su relación permitiría ir ajustando la maquinaria. Los órganos de control también deben modernizarse y las entidades de seguridad mejorar para dar más resultados y proporcionar certeza jurídica.

Vivimos un momento crucial en el país, pero debemos “ponernos las pilas” porque esta ventana de oportunidad se está cerrando y el peligro es que no logremos la Guatemala desarrollada, con habitantes sanos y educados, que vivan en paz y contentos, que tanto añoramos. ¿Qué hacer para no caer en la dinámica de la coyuntura? ¿Cómo motivar a gente honesta y capaz a participar? ¿Quién o quiénes deberían dar el primer paso para iniciar la transformación del país?

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